El 25 de octubre de 2020 se llevó a cabo en Chile el Plebiscito de Entrada al Proceso Constituyente. La inmensa mayoría de los chilenos votó “Apruebo” (78,27 %), en cuanto que el 78,99 % de los votantes optó por la opción Convención Constitucional para redactar la nueva constitución. Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, el 4 de este mes los constituyentes escogidos por la ciudadanía para redactar dicha constitución, abrieron la sesión. Hasta aquí, todo normal, dentro de la hoja de ruta señalada luego del Acuerdo alcanzado por las coaliciones políticas el 15 de noviembre de 2020, como una forma de terminar con la violencia, el vandalismo y la destrucción del país. Acuerdo, ciertamente, del que el Partido Comunista se negó a participar ¡Cuándo no! Pero la apertura de la Convención Constitucional dejó al descubierto que el camino a seguir sería dramático. De terror, pues la mayoría de los constituyentes ignoró para qué fueron votados por el voto popular y convirtieron la Convención Constituyente en antro de poder totalitario donde “todo vale”, incluso “olvidar” que fueron votados para redactar una nueva constitución y nada más.
Estos constituyentes son los idiotas de la democracia chilena. Representan lo anárquico y la violencia que ello implica. Para que no se me malinterprete, uso el término “idiotas” en su sentido estrictamente etimológico griego, que significa “lo privado, lo personal, lo particular”. Es decir, para los griegos “idiotas” eran quienes vivían su mundo, apartados de la realidad del pueblo. Preocupados solo de sí mismos y de sus intereses. Los idiotas de la democracia chilena, estos constituyentes anárquicos, se alejaron de la propia esencia popular que los eligió, pues el pueblo no quiere ni caos, ni violencia, ni destrucción. Quiere vivir en democracia y votó para que la nueva constitución sea mejor que la que tenemos, y se depure la democracia con todo lo que ello significa en términos de libertad, justicia e igualdad. Los idiotas de la democracia chilena solo quieren vivir el poder absoluto.
Para los griegos, y también para la cultura romana, quienes no participaban de la democracia eran, en consecuencia, “idiotas”. Y nuestros idiotas de la democracia quieren vivir en su descarado mundo privado y desde ahí hacer lo que se les dé la gana. Todo, menos preocuparse de la misión que la ley les señala. Entonces se atribuyen el derecho de interferir en los poderes del Estado legítimamente constituidos y respaldados por la Constitución que nos rige como nación, no por una que ni siquiera comienza a pensarse en cómo será. Piden la libertad de presos políticos, que ahora llaman “de la revuelta social”, pues Chile les dijo que no hay presos políticos, sino presos delincuentes que dejaron a miles de cesantes en todo el país, pues quemaron y saquearon sus fuentes de trabajo, hospitales, autobuses, metro; en fin, todo.
Los idiotas de la democracia chilena no sienten ningún fervor por la vida pública, como lo han demostrado en tres semanas de vida de la Convención Constitucional. Pero en Grecia la pasión por la vida pública era tan potente que creó antagonismos teóricos irreconciliables entre estoicos y epicúreos. Para los primeros, el hombre sabio debía entregarse a la vida pública y política, en cuanto los segundos, amantes de la felicidad suprema, entendían que la vida política solo acarreaba puras infelicidades. Qué mejor descripción de la Grecia antigua para relatar lo que ocurre en esta Convención Constitucional a la chilena. Los idiotas de la democracia chilena entienden eso: la política acarrea puras infelicidades, por eso no dialogan con nadie. Son ellos ególatras autosuficientes que se creen con atribuciones para hacer y deshacer a su antojo, y decir lo que se les plazca. Quieren imponer sus condiciones a como dé lugar, y no les importa el resultado de sus acciones y decires tendenciosos y destructivos para la convivencia democrática, que es lo que el pueblo que los eligió, quiere. Son amantes de la felicidad suprema. De su felicidad suprema. De la felicidad suprema que consideran radica en el poder total. Argumento propio de los dictadores.
Los idiotas de la democracia chilena se asoman por los medios y nos brindan su triste espectáculo diario, desde la presidenta, cuyo comportamiento es francamente desastroso, rayando en lo circense, para abajo. Están en la “vida pública”, para ser generosos con ellos, pero como es muy esforzada, no la practican. No tienen nada de estoicos. Son epicúreos de tomo y lomo; como los de ayer, andaban escondidos en medio de la sociedad. Pero ahora son inmensamente felices gozando de todas las prebendas que su “vida pública” les ofrece, comenzando por su excelente salario que ningún chileno gana (2.608.050 pesos, equivalente a 3.421 dólares de hoy 25 de julio de 2021). Para desgracia nacional, nada hace sospechar, ni de lejos, que estos nuevos epicúreos de la política chilena asuman la vida pública como corresponde a un estoico, pues no responden a las urgencias de un hic et nunc irrenunciable, que no puede seguir esperando. Mejor sería decir la urgencia: redactar la nueva constitución. Ahora bien, si se decidieran a practicar la vida pública como un estoico honorable, para lo cual fueron votados, ¿están preparados para redactarla, cuando muchos de ellos no tienen la escolaridad necesaria para pensar en algo tan serio y profundo? Son, en realidad, los idiotas herederos de los idiotas grecolatinos.
¿O los idiotas de la democracia chilena pretenden que nos enamoraremos de ellos, los secuestradores de nuestros sueños y nuestro futuro? No verán en nosotros el Síndrome de Estocolmo. Ni la literatura ni la psicología tienen nada que hacer aquí. Los chilenos solo desean que estos constituyentes hagan el trabajo para el cual fueron escogidos y por el cual les pagan bastante bien, aunque no hayan hecho nada hasta ahora y aunque muchos no tengan las capacidades intelectuales para hacerlo.
Porque ese es su deber ser, como dijo José Ortega y Gasset.
¿Estos idiotas de la democracia son exclusivos de Chile o existen también en otros países de nuestra aporreada América Latina?
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