
Cada artículo escrito es una amarra que suelto. Un destino incierto de posibles aciertos o no. Una ímproba certeza sujeta hacia la incertidumbre que el destino dibujará sin apenas completarlo. Cada artículo es a la vez, un nombre vivo y otro muerto, el que se delata y el que permanece anclado al pie de página, o en el proscenio de su comienzo. Cada uno de ellos, es una declaración manifiesta de un cuerpo roto, de un cerebro abisal que quisiera adentrarse por esas dendritas imposibles de alcanzar.
¿Cuáles eran la velocidad del sonido, la de la luz, la del viento huracanado que toma las ciudades, las decapita y las abandona a la suerte de las Naciones Unidas, o de cualquiera de los otros organismos humanitarios u ONG de procedencias dudosas o de espurias contrataciones?.
El ciudadano que escribe, ayer volvió a escuchar “Pequeñas anécdotas sobre las instituciones”, y el Sui Genesis poético y abrazador, al que muchos rockeros tomaban por blandos y a los que la izquierda xenófoba denigraba, volvían a consumirme entre sus diatribas, a revolverme las tripas no ya ante el dolor, sino ante la presunción de entonces, de que finalmente la belleza triunfaría, y este posiblemente, sería un mundo mejor.
¿Cuántas bandas favoritas puede tener un hombre? Seguramente muchas en la deriva de sus diversos viajes emocionales. De sus idas y contramarchas, de sus desavenidos prodigios prisioneros de la nada, o de la aventura perdida tras un amor sin más derecho a roce, que otros artículos enlazan como obstáculos insalvables. Como las frases de Dylan, por ejemplo: “cuantos caminos debe recorrer un hombre, para ser llamado hombre…” Algo así, escribo de memoria y traduzco de igual forma palabras centellantes que me llevan a los amarraderos de los que partí, o hacia los que desconozco.
Los que apenas sabía de su existencia en la concatenación de dimensiones inauditas, siempre puestas a revisión por la matemática cuántica. Entonces llega The Cure y desde “Songs of a lost world”* suelta sus canciones y entre ellas “All I Everam” dispara una suerte de azares hacia la melancolía de puertos oscuros, de aguas sumergidas entre lágrimas sopladas, cuando una vez tendidos en la arena, te volvías humano y el hueso era el labio al que mordía y destetabas.
Abres el librillo del CD y te encuentras con una cita de Keats **…y el desdibujado payaso de labios pintarrajeados, de ojos ceñidos a las sombras urgentes, vuelan hacia la claridad posible de los finales que abanderan cualquier trayecto humano. Y te enteras que Rusia ha vuelto a matar bombardeando Kiev. Que las fuerzas armadas de Israel continúan disparando en Gaza pese a esa tregua, fraguada entre intereses geopolíticos y económicos (acaso no son lo mismo), que Sudan continúa conviviendo con su guerra silenciosa, y que Trump sucumbe ante Putin, pero sí puede avasallar a Maduro, y este arengar a sus tropas, mientras se encomienda al rito bolivariano, como sí pudiese pedir clemencia.
Curiosa cruzada la del presidente estadounidense. Por un lado combate los carteles del narcotráfico centroamericano, pero indulta al expresidente de Honduras Juan Orlando Hernández, procesado por un Tribunal de New York el pasado año, acusado de traficar 500 toneladas de cocaína a Estados Unidos. ¿A quién creer entonces? Las generaciones actuales ignoran quién fue el Coronel Oliver North, y el desvío de fondos destinados a Irán, para apoyar la guerrilla antisandinista bajo la administración Reagan.
La invasión estadounidense a Panamá en 1989 para capturar al General Antonio Noriega acusado de narcotráfico, o el fusilamiento del General cubano Arnaldo Ochoa, uno de los más prestigiosos del régimen de Fidel Castro, acusado también de traición y narcotráfico, en el mismo año. En ese entonces, hacía ya más de dos décadas, que Pablo Escobar estaba vinculado al tráfico de drogas.
En los 70´en ciertos corrillos, se hablaba que uno de los planes de la izquierda latinoamericana, era justamente invadir el mercado estadounidense de drogas. No sólo para autofinanciarse, sino para destruir desde “dentro” el sistema de vida capitalista. También se hablaba de “lumpenizar” el continente, como forma de eliminar las clases medias de la población. Una forma simplista de relativización de tratar de sustituir regímenes democráticos, por otros donde primara la colectivización.
Resulta que la historia a veces tiene mala memoria, y lo escrito se describe en el basurero de la retórica digital y de sus metalenguajes, que bien llevaría a reescribir los últimos cuarenta años de la lingüística, salvando a Wittgenstein, ya que también “los límites de mi lenguaje son” los límites de mi mundo. Unos que se difuminan entre las tinieblas de sus incertidumbres y los estallidos de sus realidades, incluidas las alabanzas al pensamiento computacional.
El mundo es una gran cárcel, una trampa que desgañita la realidad con pasatiempos para evitar que el pensamiento fluya. Por eso la IA vende también entretenimiento, y los Black Friday, permiten al tumulto salir de sus gateras y saciar sus ansias de posesión. Todos queremos poseer algo, sea bueno o malo, siempre hay algo para vender y algo para comprar. Lo que Marx llamaba “mercancías”. De una forma u otra, toda posesión por poco que fuese, es tanto un sinónimo de poder, como de exclusión. El citado disco de Sui Generis (su trabajo más elaborado e intríncalo musicalmente), continuaba pulsando esa poesía juvenil mientras irrumpía la adultez, y la poética se tornaba agridulce, algo así como el olor del “espíritu adolescente” con los que entrados los 90´, Nirvana atronaría al mundo.
Si la “niebla purpura” se disipo junto a Hendrix, los gritos del grunge se enterraron con Kurt. ¿Dónde están hoy las canciones que hablen de la descomposición moral de nuestro mundo? ¿En los pasillos de los Grammy Latinos, en el Music Hall of Fame, en las listas de Spotify o en los mercadillos de los streaming digitales? En la frase de NTVG “que saltes al vacío y que no vuelvas nunca…”, en “Las Cápsulas” de Darnauchans…Tanto da quién nos gobierne, somos espectadores pasivos de un gran espectáculo, mientras el narcotráfico ha establecido una nación paralela, mucho más peligrosa aún porque en su visibilidad aparente, reside su invisibilidad.
Podrán allanar, realizar redadas, invadir villas, territorios marginales, investigar paraísos fiscales, podrá Trump derribar aviones, hundir barcos, invadir todo aquello que no lo comprometa, en definitiva, Trump forma parte de esa sociedad del espectáculo que definió Guy Debord en 1967.
Si el dadaísmo alerto y represento finalmente toda la locura que vendría tras la 1° Guerra Mundial, el Situacionismo nos ilustro lo que habría de llegar tras el sobrevaluado Mayo del 68, incluyendo el postmodernismo dinamitado por Bauman. “La tecnología no consiste en la mera creación y usos de herramientas: es la creación de metáforas. Al fabricar una herramienta plasmamos una determinada comprensión del mundo que, así cosificada, es capaz de lograr aciertos en él, y de este modo se convierte en un elemento más para su comprensión (aunque no seamos consciente de ello). Podríamos decir que se trata de una metáfora oculta: se consigue una especie de transporte o transferencia, pero, al mismo tiempo, una especie de disociación, la descarga de un determinado pensamiento o manera de pensar, en una herramienta, donde el pensamiento deja de ser necesario para actuar. Para repensar, o pensar nuevamente, necesitamos “rehechizar” nuestras herramientas”.
La cita corresponde a las primeras páginas del libro de James Bridle de 2018 “La Nueva Edad Oscura” ***, y nos abre los ojos ante los hechos que acontecen y nos invaden aún sin percibirlos. Toda una nueva geopolítica desplegada sobre una mesa de Tronos, donde unos vuelan sobre dragones nucleares, otros son drogones imperialistas o cabalgan sobre tapetes de tahúres armamentistas, o solapadas catedrales de prostitución de menores. Algo que parece ser novedad en un mundo que ya ha pasado por las páginas de “Lolita “de Navokob, las obras de Wilde, las del Marqués de Sade, o la novela de Thomas Mann “Muerte en Venecia”, llevada al cine por Luchino Visconti. Salvo que ahora, en este nuevo mundo donde la expresión “daños colaterales” suena a antiguallas (a nadie importa que lo sean o no porque quedan impunes, tanto como el robo de niños o el tráfico de órganos), y donde a cada palabra de Putin o Trump, ya no se sabe que es lo “políticamente correcto”, y que no, salvo que Shakira ahora canta: “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan…”, a lo que temo preguntar sí es una manifestación de empoderamiento feminista o una aseveración de lo que pueden hacer sobre todo, aquellas agraciadas, no ya por su inteligencia, sino por las bondades de su cuerpo. Me gustaría encontrar a Foucault o ha Wilhelm Reich resucitados y que me hablaran sobre esto.
“Ser o no ser”, el célebre parlamento de Hamlet al que siglos más tarde respondió Sartre con “El ser y la nada”, nos dejó poco espacio de maniobras, para un posible regocijo de Descartes.
Pero tu conserje de los muertos: ¿sabes de que estoy hablando?
*Canciones de un mundo perdido. “Songs of a Lost World”. 2024.
** “Y cuando siento, bella y breve criatura, que nunca más te miraré, que nunca más disfrutaré del poder del amor irreflexivo, entonces, en el ancho mundo, me quedo solo, y pienso hasta que el amor y la fama se hundan en la nada”.
John Keats.
*** “La Nueva Edad Oscura”. La tecnología y el fin del futuro. Penguin Random House Grupo Editorial. Colección DEBATE. 2020. Barcelona, España.















































