El pulso de la tierra late al ritmo de 6 piernas y tres cuerpos que chorrean música sobre un escenario. Una mujer y dos hombres que intentan borrar las fronteras y acercarnos a los pueblos originarios a través del ritmo, porque… según dicen, toda la tierra es la misma y ya llevan 17 años cantándolo.
Un duende (Lucas Helguero) toca la percusión y pone sentido y corazón a la voz de una indígena (Charo Bogarín) que atraviesa bosques y ríos imaginarios acompañada por los paisajes sonoros de Diego Pérez.
Interpretan a Mercedes Sosa, a Zitarrosa, a Violeta Parra o a Cerati. Le cantan al amor que está por llegar y al amor que ya se fue, a la mujer y a la comunidad. Usan lenguas que no todos/as conocemos para transmitir sensaciones que sí conocemos. Mezclan lo antiguo con lo moderno, un bombo legüero con una computadora. Nos llevan a lo alto de una montaña o a la profundidad de la tierra sosteniéndonos en un estado de levitación. Ella como un ave a punto de volar entre una llamarada de gritos. Ellos participando de una especie de sanación transitoria. Cantos para sanar -dicen. Cantos para cambiar estados. Y de fondo una niña baila mientras Charo cambia de instrumento a cada canción, mientras la percusión se multiplica, mientras la mesa mezcladora nos hace explotar en una suerte de pista de baile que nos pone en pie para bailar, cada cual a su forma y ritmo, la última canción en la sala Zitarrosa.
Imagen portada: Tonolec en Montevideo – 7 de octubre 2017 – Sala Zitarrosa – Foto © Ricardo Gómez