Nos llega cada vez más información acerca de la salud mental, la importancia de ocuparnos de ella como si se tratase meramente de una cuestión de voluntad. Poder hacerlo implica gozar de cierto privilegio, debido al acceso real a terapias y tratamientos existentes.
En la práctica cotidiana resulta muy complejo contar con herramientas de este estilo por las circunstancias socio-económicas. La clase social y el nivel de ingresos, así como el entorno, genera consecuencias en el tipo de acceso a la educación y a la calidad de la atención en salud integral.
La salud mental es vista entonces como un instrumento, el cual logramos atender dependiendo de nuestra capacidad de adaptación al contexto, siendo -una vez más- responsabilidad de las personas alcanzar un determinado “equilibrio” impuesto socialmente.
Al problematizar desde el punto de vista social a este fenómeno, Erich Fromm (1994) nos dice: “(…) la salud mental es la adaptación a las formas de vida de una sociedad determinada, sin importar para nada si tal sociedad está cuerda o loca. Lo único que importa es si uno se ha adaptado” (p.19). En este sentido, lo que se entiende nos dice Fromm, es que por un lado toda sociedad es normal, que un enfermo mental es el que se desvía del tipo de personalidad favorecido por la sociedad y que, finalmente, la sanidad psiquiátrica y psicoterapéutica persigue el objetivo de adaptar a las personas al nivel del promedio establecido, sin preocuparse en realidad del problema puntual de éstas. Lo que cuenta es el hecho de no adaptarse y como consecuencia de ello, perturbar al tejido social.
El grado de adaptación de las personas o las poblaciones en general varía históricamente, ya que el concepto de adaptación en sí, así como las demandas y los discursos en torno al ideal del éxito, se han ido modificando conforme el paso del tiempo y el contexto cultural.
Aceptar que las nociones de salud y padecimiento mental son fenómenos sociales y culturales nos obliga a dejar de pensarlas como condiciones objetivas con características invariables, para reconceptualizarlas como manifestaciones que se construyen y se nombran a través de un marco de referencia históricamente determinado. (Rosenberg, 1992; s/n)
Si pensamos en la sociedad moderna y el desarrollo del sistema capitalista, aparecen una serie de ideas relacionadas a la prosperidad económica como consecuencia del esfuerzo y el trabajo. Desarrollamos nuestras vidas en torno al trabajo, organizamos nuestra cotidianidad a partir de las lógicas de la productividad en donde el tiempo es también visto desde el lucro. Al referirnos a “la pérdida del tiempo” seguramente nos estemos refiriendo a la ausencia de actividades consideradas productivas, donde el hacer está medido por lo que se obtiene, por la utilidad, por la ganancia generada como resultado final. Al capital no le interesa la faceta artística y espiritual de la clase obrera. Es por ello que el ocio y el juego son vistos por fuera del trabajo, cuando en realidad lo que se reproduce es nuestra propia capacidad física y mental, permitiéndonos recuperar la energía necesaria, fortalecer lazos sociales, entre otras cuestiones cruciales para el desarrollo.
Preservar esos espacios y colocarlos en un lugar central de nuestras vidas, colaboraría enormemente con el cuidado de nuestra salud integral. En general se le otorga menos importancia al ocio ya que estamos educadxs para ver la connotación negativa en ello. De allí el devenir de la culpa (también creada socialmente, la culpa en sentido romano como algo que se encuentra fuera de la persona), del “no estar haciendo nada” y la idea de que esa nada refleja algo improductivo. El solo hecho de pensar en la posibilidad del aburrimiento, nos preocupa. ¿No resulta necesario aprender y permitir-nos ese estado también?
Desde luego, uno de los mejores medios para superar el aburrimiento es la rutina. (…) pues, sencillamente no queda tiempo para aburrirse, y eso es todo lo que hace falta, porque el aburrimiento es insoportable solo cuando uno tiene tiempo para aburrirse, de manera que organizándose el día para no tener ni un minuto libre, no tiene uno porqué aburrirse. Y verdaderamente, si no fuese por esto tendríamos que construir manicomios para millones de personas en muy breve plazo. (E.Fromm; 1994; p.71).
Aumentar el tiempo dedicado al trabajo productivo y ocupar nuestras vidas en diversas actividades, no disminuye sin embargo el riesgo a contraer problemas de salud mental tales como la depresión, debido a la falta de estímulos provenientes del aburrimiento y el sedentarismo en parte. Basta con observar las estadísticas mundiales en relación a enfermedades mentales, tasas de suicidio y otras problemáticas similares conforme va transcurriendo el tiempo y el desarrollo del capitalismo.
(…) estamos disociados de la experiencia real, vivimos en un vacío y, por lo tanto, nos sentimos inseguros, y en consecuencia estamos en peligro de caer en el aburrimiento, y por eso nos encontramos en un estado muy grave de salud mental, que únicamente superamos por medio de una rutina para no tener que afrontar ese aburrimiento y esa vanidad de nuestra relación con los demás y con nosotros mismos, así como lo abstracto de nuestras experiencias. (E.Fromm; 1994; p.75)
Una importante cantidad de la población mundial atraviesa estados de no sanidad, es decir enfermedades de salud mental, como resultado de pertenecer a la clase trabajadora. Esto es un estudio y una contribución muy importante por parte de Marx y Engels, quienes explicaron las causas multifactoriales por las que se puede relacionar la salud/enfermedad con la explotación del sistema capitalista. Esto tiene que ver con las condiciones materiales de existencia, con la forma en que nos relacionamos con la naturaleza y cómo empleamos dichas herramientas para la reproducción de nuestras vidas.
En este sentido, se plantean algunas ideas que desarrollan los autores. La primera expone que cada sociedad históricamente determinada en la que prevalece un modo de producción, crea su propia patología y a su vez, produce las condiciones sociales para la producción de la misma. Se entiende por esto, que la creación y alcance de herramientas para paliar dichas problemáticas como las enfermedades, también son parte de la construcción social y la distribución desigual de los recursos en caso de sociedades como la capitalista por ejemplo. Además, como ya es sabido, existe una diferencia entre la clase trabajadora y la capitalista con respecto a la esperanza de vida y el acceso real a los servicios médicos. Dicha diferencia no se encuentra únicamente entre estas dos clases, sino que también se hallan dentro de la clase obrera en sí, en los diferentes sectores que la conforman, que no sólo tiene que ver con las condiciones concretas (condiciones laborales y los riesgos a los que cada sector se enfrenta cotidianamente); sino (algo no menor), con el nivel de conciencia sobre dichas problemáticas en salud-bienestar y el lugar que ocupan. Conciencia que la sociedad es responsable de generar, por ejemplo a través de la educación.
Las condiciones materiales de existencia de amplios sectores del proletariado, impuestas por el capital, limitan o impiden no sólo el acceso a medios de vida para evitar o reducir enfermedades (vivienda higiénica, alimentación y vestido apropiados). Tales condiciones le impiden también disponer de una atención médica oportuna y adecuada para hacer frente a la patología de la pobreza (…). Lo contrario sucede en la clase burguesa, que posee los medios para retrasar la enfermedad o evitar que ésta se complique y deje secuelas incapacitantes. (R.Rojas; 1983; p.40)
Finalmente existe una situación distinta entre la ciudad y el campo en relación a la esperanza de vida y la calidad de ésta. El contexto industrial genera hacinamiento, propagando focos de enfermedades y muerte prematura. Aún así, el contexto rural tiene sus particularidades en relación a ello y si bien las infancias tienen un mejor desarrollo en contextos alejados de la ciudad, se plantea que a temprana edad cuando son enviadas a las fábricas, no se pueden distinguir del resto que se encuentra en zonas urbanas, debido a que son sometidas a iguales o peores condiciones de existencia que ellas.
En anteriores artículos se reflexiona acerca del trabajo doméstico como sostén crucial del capital. En este caso, es importante destacar que las bases materiales del patriarcado radican en el control del hombre en la fuerza de trabajo de las mujeres. La tarea de cuidados y la capacidad reproductiva no son la única herramienta, sino que implica todas las estructuras, éste ejercicio por lo tanto no está únicamente relacionado a lo concreto (material) sino al aspecto psicológico. Al ingresar al mercado laboral, las mujeres no dejaron de realizar tareas de cuidados ni la principal carga del trabajo doméstico, por lo que conlleva a exponerse a mayores riesgos de padecer trastornos mentales. Es por este motivo que las luchas feministas trabajan en la erradicación de las violencias múltiples, que son todas las esferas de opresión a las que las mujeres estamos sometidas históricamente.
En lo que a Uruguay respecta, un informe anual del 2023 realizado por Amnistía Internacional, arroja los siguientes datos en relación a la salud mental como un derecho básico:
(…) en 2023 se registraron 754 suicidios, un 8% menos que el año anterior. No obstante, el acceso a los servicios de salud mental en Uruguay continúa presentando obstáculos, impactando directamente en la tasa de suicidios. Los varones representan un 75% de los fallecidos y se registró un aumento en la proporción de mujeres respecto a años anteriores. Las personas jóvenes de entre 25 y 29 años siguen siendo las más afectadas. Los intentos de autoeliminación fueron 4725, dato que expone la gravedad del problema en el país y la necesidad de fortalecer la atención en salud mental. (Informe Anual, Capítulo ampliado: Uruguay 2024, p. 21)
Esto se debe principalmente a que habiendo pasado ya siete años de la aprobación de la ley de salud mental (Nº19.529), no ha sido reglamentada en su totalidad. Como sucede con muchas otras disposiciones legales, no basta únicamente con la promulgación si en realidad lo que ocurre es que en la práctica no existen soluciones presupuestales o planes de ejecución que garanticen su real cumplimiento. Es un compromiso social urgente y necesario. Una de las clave es la re-estructuración de lazos comunitarios que han sido sesgados por las lógicas individualistas y patriarcales, solo así podremos continuar en la construcción de ese mundo otro.