Toda circunstancia vital es una oportunidad para aprender y como en toda oportunidad, algunos saben aprovecharla y otros la desperdician. Por eso, quizás sea bueno que, después de vivir unas circunstancias tan extraordinarias como una pandemia, cada uno nos examinemos sobre lo cerca o lo lejos que nos encentramos de la estupidez. Lo más alejado de un estúpido es un sabio y el que se esfuerza cada día por alejarse de la estupidez, un filósofo. Platón afirmó que la filosofía es un aprender a morir, es decir, que es de sabios conocer nuestra condición de seres finitos, precarios, vulnerables e interdependientes. Solo desde esta verdad se puede construir, y gozar, una vida sensata y humana, tanto a nivel personal como comunitario. Pero frente a la lucidez del sabio, el estúpido se vive inmortal, estable, invulnerable e independiente.
El insensato entroniza sus deseos y apetitos como gobernadores de la realidad, y así cuando esta última entra en conflicto con los primeros, se le exige que sea ella la que cambie. La maduración mental del niño se procede cuando éste modifica sus esquemas al entrar en contradicción con la realidad y cuando es capaz de gobernar sus apetitos. A veces, pienso que vivimos en una sociedad de adultos infantilizados que creen que desear algo otorga el derecho de conseguirlo inmediatamente, con escasa tolerancia a la frustración y sin capacidad de empatía y benevolencia.