
Se está llevando a cabo la Sexta edición de este festival que involucra artistas de Argentina, México, España, Francia, Italia y Uruguay y realiza funciones en lugares tan diversos de Montevideo y Canelones como el Teatro Solís, Auditorio del Sodre, Sala Jorge Lazaroff, Centro Cultural Artesano, Complejo Cultural Politeama, Ecoparque Villa Dolores, Plaza Líber Seregni, Jardín Botánico y Espacio El Picadero, desde el 13 al 22 de setiembre.
En esta ocasión tocó ver Ocho de la Compañía Cirque Baraka en la Sala Zavala Muniz, donde nos encontramos con un escenario despojado pero circundado de diversos instrumentos musicales y algunos elementos como ser lingas colgadas del techo. En el centro, un artista sentado, muy concentrado en revisar un cuaderno donde cada tanto escribe algo con una pluma, sin prestar atención a los asistentes.
Estoy rodeada de niños de diferentes edades, muchos bilingües en francés ya que el espectáculo está claramente apoyado por la Embajada de Francia y el Instituto Francés.
Entre el público mucha familia, en una de ellas la madre les explica a sus hijos que cuando ella era chica el circo era sinónimo de carpa y de animales, pero que en la actualidad esto ya no es así.
Rectifico: varios de esos niños son directamente franceses. Temo que la función sea en ese idioma, pero no, se presentan seis artistas más, todos vestidos de robe de chambre y portando libreta de notas y peculiares plumas para escribir. Algunos de estos artistas llevan algo de maquillaje, al menos un lunar pintado y comienza a escucharse un monólogo en perfecto “español de acá”.
La música es una constante durante toda la función. En pista o ejecutada en vivo por los artistas que fluctúan entre diversos instrumentos, algunos “intervenidos” y fuentes de sonido no convencionales. También usan el recurso ese de grabar una secuencia y dejar sonando en loop.
La parafernalia musical se compone de teclados, bajo, guitarra, batería electrónica, saxo, una especie de laúd, más adelante se incorporarán cajón peruano, castañuelas, pandeiro, las palmas, más elementos de percusión que escapan a mi saber y por supuesto la voz: cantando canciones o directamente sonidos y la muy original incorporación de zapatos con clavos para hacer música.
Los personajes se basan en un texto que luego nos enteraremos pertenece al escritor argentino Oliverio Girondo: Espantapájaros 8. También otro texto del uruguayo Jorge Drexler que no especificaron. Los artistas juegan con el doble idioma, pasan de español a francés y viceversa, y es delicioso escuchar el acento cuando no hablan el propio.
Los artistas bailan, se mueven sobre el piso, saltan, se deslizan, cantan, hacen acrobacias y otros números circenses habituales, apoyados en música, sonidos y una muy cuidada iluminación. Se utilizan elementos como barra de bambú, diversos aros, arneses, telas que, en lugar de manejarse desde fuera de escena, queda explícito el control de ellos por los artistas, que hacen “volar” a sus compañeras.
En general los varones se manejan a nivel de piso y como base de fuerza de sus compañeros, y son las mujeres quienes ejecutan los números en el aire. Es llamativo como además de ejecutar sus coreografías, todos cantan (incluso cabeza abajo) y todos tocan algún instrumento. Son realmente artistas muy completos y realizan varios números bellos y riesgosos.
Un micrófono entra y sale de escena, oscilante desde el techo. Se transforma en elemento de tentación y también de frustración. El público alienta al personaje a superar sus temores.
La música visita diversos ritmos, fue una linda sorpresa encontrarnos con elementos de tango y murga, así como cumbia y hip hop.
Las coreografías con aros por momentos hacen acordar a la gimnasia olímpica, donde cada movimiento parece tan fácil de realizar, pero sabemos el esfuerzo y en ensayo que necesitó para que saliera perfecto.
El espectáculo intercala varios números en altura, incluso uno de ellos sin línea de vida. Por momentos pienso que no tiene nada que envidiar a otras compañías más mediáticas y masivas, en sensibilidad y ejecución.
Termina el espectáculo ovacionado por el público. Se presentan como “una compañía de Cruz de Carrasco, Italia y Francia” que suelen realizar sus espectáculos en carpas y plazas entonces estar en un escenario teatral, y mucho más el Solís, les emociona profundamente.
Agradecen al público, pero también al gran equipo que está detrás de escena, incluyendo a Tivo y Polo en sonido e iluminación.
Luego de desearnos “buena vida”, nos recomiendan que aprovechemos a disfrutar de este festival que sin dudas tiene mucho arte para mostrar.
¿Me enloquece que el espectáculo se llame Ocho y sean sólo siete artistas? Por supuesto.
¿Lo recomiendo? También, especialmente con niños, para tener el doble disfrute de la experiencia y de su inocente sorpresa.
Espantapájaros: 8 – Oliverio Girondo
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto—todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia… de un egoísmo… de una falta de tacto…
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.