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En abril de 2009, la brillante pluma de Juan Forn -escritor fallecido el año pasado-, comenzaba así su habitual columna de los viernes para Página/12:
«La mañana del 8 de junio de 1972 el fotógrafo vietnamita Nick Ut se presentó como todos los días en el edificio Eden, donde estaban las oficinas de Associated Press en Saigón, y partió hacia el destino que le encomendaron para esa jornada: la aldea de Trang Bang, unos cuarenta kilómetros al noroeste de la ciudad, donde se anunciaba una inminente ofensiva del Vietcong. Ut iba solo con el chofer en una de las camionetas de AP (la guerra ya había entrado en su última fase y la mayoría de los corresponsales europeos la habían dado por definida cuando los norteamericanos comenzaron a evacuar su artillería pesada). Unos kilómetros antes de llegar a la aldea, Ut y el chofer se toparon en la ruta con un contingente de aldeanos que a pie, en carro o bicicleta abandonaban la zona. Un poco más allá, el viaje llegó a su fin: las tropas sudvietnamitas y los vehículos de prensa esperaban en medio de la ruta que la aviación bombardeara la aldea que se suponía ya ocupada por el Vietcong. Pocos minutos después tuvieron ante sus ojos un espectáculo familiar: el fogonazo de fósforo blanco preanunciando la llamarada de napalm. Sólo les llamó la atención que no se oyera, entre el estruendo, el sonido de las armas antiaéreas del Vietcong defendiéndose. Lo que sí oyeron, en cambio, cuando los aviones se perdían en la lejanía, fueron los gritos espeluznantes de un grupo de niños de la aldea que irrumpieron de la espesura al medio de la ruta. Una de las criaturas se había arrancado la ropa en llamas y trastabillaba desnuda, aullante y con los brazos abiertos, entre soldados que miraban para otro lado.
La nena se llamaba Kim Phuc, tenía nueve años y era hermana del chico de trece que se ve a la izquierda de la foto. Mientras Ut disparaba su cámara, entendió que era a ese hermano a quien gritaba la nena, y lo que decía era: ¡Nong qua, nong qua! (“¡Quema mucho, quema mucho!”). Ut y el chofer lograron detenerla y le echaron el agua de sus cantimploras en el cuerpo. Después la cargaron en la camioneta y arrancaron hacia el hospital de Cu Chi. Sabiendo que los médicos atendían a las víctimas de napalm de acuerdo a su gravedad (léase: sólo a los que tenían chances de sobrevivir), Ut mostró su credencial de AP, disparó un par de veces su cámara, dijo que volvería en unas horas a verificar el estado de la nena y siguió viaje al edificio Eden, en Saigón.
Las fotos se revelaron a las apuradas en el cuarto oscuro de AP, se enviaron como radiofotos a Tokio y de allí a Nueva York, donde se produjo una gresca importante entre los editores, que se negaban a dar un desnudo frontal. El legendario Horst Faas, llegado a Vietnam desde Argelia en 1962 y jefe de AP en Saigón, les gritó por el teléfono que aquello era material para Pulitzer si le hacían caso y mantenían el encuadre amplio de la foto, sin hacer close-up en la nena. Así fue como se publicó la foto, así dio la vuelta al mundo, así ganó el Pulitzer en 1973 (aunque erróneamente atribuida al fotógrafo norteamericano Nick Pat, cosa que se corregiría tres años después)…»
La nota sigue pero lo más importante estaba dicho.
Si una imagen vale más que mil palabras, también es capaz de salvar vidas.
El fotógrafo utilizó el poder de su cámara para registrar la marca del horror, prescindiendo de la tentación de la primicia y el logro personal a cambio de ayudar a una niña que junto a otras personas de su condición escapaba desesperadamente de una llamarada de napalm, tóxica sustancia capaz de aniquilar hasta el ocaso.
Un instante capturado por el disparo de la luz emula el gatillo de un arma que da muerte al momento pero a la vez lo perpetúa.
Desde hace exactamente medio siglo, Kim Phuc aparece en la retina de la humanidad, desnuda y avasallada en la exposición de su íntimo recado, con su piel quemada, salpicada y ultrajada, corriendo en una ruta con la desolación atravesando su dolor.
El ojo de Nick Ut la retrató en ese preciso momento de urgencia inevitable; y con su mirada abarcadora, lo cubrió todo: el talento para el arte cedió ante el gesto político de un reclamo universal.
La corporalidad en su estado más primitivo muestra a subjetividades desposeídas de un manto que las cubra.
Actualmente, ella tiene 59 años, está casada, tiene dos hijos y vive en Ajax (Canadá). Su conversión al cristianismo evangélico la ayudó a superar la tristeza, la angustia y el recurrente llanto. Además, gestiona una fundación para víctimas de la guerra. Recientemente, dijo al diario La Razón (España): «Nick no solo me cambió la vida para siempre con esa fotografía inolvidable, también me la salvó. Después de tomar la foto, bajó la cámara, me envolvió en un cobertor y me llevó a toda prisa a recibir atención médica. Le estoy eternamente agradecida (…) Crecí detestando esa foto. Pensaba: ‘Soy una niña. Estoy desnuda. ¿Por qué tomó esa foto? ¿Por qué mis padres no me protegieron? ¿Por qué publicó esa foto? ¿Por qué soy la única que está desnuda, mientras que mis hermanos y mis primos sí traen ropa puesta?’. Me sentía fea y avergonzada”.
Por su parte, Nick Ut (71) está radicado en Los Ángeles (Estados Unidos de Norteamérica), es padre de dos hijos y trabaja para la Agencia AP.
Curioso destino para dos biografías que dejaron su país natal (Vietnam) y alcanzaron la calma en América del Norte. Ambos mantienen asiduo contacto y se volvieron a encontrar días atrás, en ocasión de un nuevo aniversario de tan trágico suceso.
Sorprende verlos sonreír, contrastando con el contexto en que sus vidas se cruzaron de una vez y para siempre.
La postal que circula por estas horas invita a reflexionar sobre la belleza, la felicidad y los sueños de personas que aún evidenciando marcas en sus cuerpos, tienen la vocación de comunicar un mensaje de amistad y paz.