Osiris (vaya nombre, el de un Dios) es nuestro Yupanqui- para hacer una odiosa comparación pero se entienda la trascendencia del artista. Esta milonga es incomparable desde lo guitarrístico. No existe un músico popular que pueda tocar, es decir «tocar de verdad», este arreglo. Hay que tocar y tocar, y no solo estar imbuido de guitarra clásica ya que esta guitarra es hija de ambas orillas, la popular y la otra. Es acalambrante ya de por sí, pero hay que agregarle el canto. Su texto habla de una milonga mítica, aquella «olvidada» en el fondo de los galpones o en la lumbre de los fogones revolucionarios artiguistas. Osiris ve el pasado no solo como una pérdida sino como un símbolo de una épica rebelde, un gesto oriental de soberanía. Es un fervoroso revisionista y su obra (y su vida) es del siglo XIX. ¿Anacrónico? Lo veo como un nostálgico nacionalista que intenta recobrar un mito.
El texto es nativista-poético y está repleto de citas al universo campero y sus personajes. Hay que saber de aquel mundo para entender mínimamente lo que expresa el poeta. Versos como este afirma lo que digo: «En la paz como en las guerras/apeligrando vivió/entre guampas de franqueros/y ahorquetada a un redomón». Ese «redomón» es el propio Osiris, sin dudas, cuya vida es un ejemplo de rebeldía y de terquedad. Esto le costó mucho en lo personal y su legendaria impericia para tratar «a tuitos», incluso a sus propios colegas. Un enorme autor que además tocaba y componía para la guitarra como un demonio.