
Entró Rossana Taddei al escenario, sola con su guitarra, y al sonar la primera nota comenzaron unos de los aplausos más largos que he oído al comienzo de un show. Treinta y cinco segundos de aplausos sostenidos son muestra de que el público que llenó el Solís la aprecia mucho.
La iluminación fue intimista toda la noche. Un escenario casi a media luz nos mantuvo muy atentos a cada sonido que partía desde ahí.
Como les decía, el show arrancó con Rossana sola. Ya desde el comienzo cantó toda una canción haciendo magia con unas luces verdes que movía y hacía desaparecer a la vez que cantaba con una voz super dulce. Rossana para mí representa la conjunción perfecta entre una mujer muy bien plantada en el mundo y una niña traviesa y divertida.
Luego se fueron agregando los diferentes músicos que la fueron acompañando en formato de dúo, trío, cuarteto, quinteto y sexteto: Gustavo Etchenique, Herman Klang, Alejandro Moya, Santiago Montoro y Alejandro «cubano» Reyes.
Como suele hacer, Rossana invitó en varias oportunidades a que participáramos en la creación de sus canciones. La primera invitación fue a chasquear los dedos y crear el sonido de una lluvia de domingo, apasiguada. El resultado del tema «Llueve» fue realmente bonito.
Entre canciones nos regaló, como nos tiene acostumbrados, sus anécdotas disparatadas y alegres, que le dan un dinamismo bien interesante al show.
Fue escuchando «Luz que llega» que me impresionó algo que me sorprendería todo el resto de la noche: Ella canta con total comodidad cualquier tipo de nota a la vez que toca (cada vez mejor) la guitarra. Al mismo tiempo, levanta pierna derecha, levanta pierna izquierda, levanta hombro izquierdo, etc. como señales para que el público produzca sus partes previamente establecidas (por ej., caballos, vacas, gaviotas). Y en otras canciones pone y saca cosas de su baúl mágico, tira papelitos picados, le tira burbujas a Cheché, toca una corneta, toca un timbre, silba como los dioses, etcétera, etcétera. Y está atenta a que si el músico que tenía que entrar está enchufado, o si tiene que presentar a otro… es un disparate de despliegue de gestión, arte, creatividad, musicalidad y humor que hipnotiza.
El viaje musical abarcó una cantidad enorme de ritmos y estilos. Hablando desde una perspectiva más cerebral, es admirable el dominio de ritmos tan variados y que todos le suenen tan pero tan hechos a su medida. Hablando desde mi perspectiva completamente personal, cuando el viaje hacía escala en el rock and roll, me resultó monumental. Creo que la primera escala de ese tipo fue con el tema «Prímulas rubias». No sé por qué diablos ese tema me tocó tanto. Quizás por la anécdota que contó Rossana antes sobre esa canción… no lo sé, pero terminé lagrimeando.
Al sonar «Imposibles» (de Fernando Cabrera), lo que se siente por encima de todo es la libertad extraordinaria que despliega Rossana cantando, en todo: las notas (agudas y graves), los ritmos, las velocidades y los efectos especiales que va metiendo mientras tanto, como ser trompetas cantadas, shakers producidos con la boca y más. Eran otra vez Rossana y Cheche, solos los dos, sonando como si fueran una banda gigante.
La esperanza y la alegría que me llegan a través del tema «Uruguay/Lo dedo negro» son algo impresionante, así como el deleite de escuchar la percusión candombera por parte de Gustavo Etchenique, tan impecable, tan sentida y tan musical. Bien dicen los bateristas que Gustavo tiene un reloj en la cabeza. Qué gustazo fue tener la oportunidad de escuchar unos compases de Gustavo solo, tanto en este tema como al comienzo del siguiente. Él toca y al público se le moviliza todo.
Pero no fue solo Gustavo el que impactó. Cada uno de los otros músicos aportó algo archipersonal a los temas en los que participaron: Alejandro Moya se lució con su bajo toda la noche. Fue un placer escucharlo contribuir como lo hizo a ese todo mágico que fue este show. Tremendo ritmo y muy buen sonido. Herman Klang, desde el teclado, aportó notas magníficas que generaron en más de una ocasión un clima atrapante. Santiago Montoro siempre me llama mucho la atención tocando con Rossana porque lo que él toca le da una polenta estupenda pero con gran personalidad musical. Anoche, además, colaboró con unos coros geniales en un par de temas. La voz de él con la de Rossana queda buenísima. Y el aporte de Alejandro «cubano» Reyes es monumental por donde se lo mire, o mejor dicho, se lo escuche: rock and roll a tope y con un buen gusto sublime. Desde acá me saco el sombrero porque todos los músicos se pasaron anoche. Temas como «La Celestina» fueron fantásticos, donde a pesar de haber mucha nota de varios músicos, cada una tenía su razón de ser, su lugar, su magia.
La ruta polifacética recorrió temas de los diferentes discos y etapas y nos mantuvo a todos atentísimos todo el tiempo. En mi opinión, la experiencia de treinta años de música quedan evidenciados en dos aspectos: la soltura y libertad de la que hablé más arriba para jugar con las notas que se le antoja y con toda la parafernalia extramusical y por otro lado la sabiduría de elegir solamente los sonidos y notas que realmente aportan a la música y ni uno más. Eso es algo que suele no suceder en los comienzos de la carrera de un artista y que hacen una gran diferencia en el efecto general de un toque.
Su musicalización de poemas me resulta una genialidad importante. Los poemas de Humberto Megget transformados en canciones, por ejemplo, son brillantes. Es muy misterioso que ella juega con sus sonidos extraños y una los recibe como una sucesión lógica de acontecimientos musicales. La guitarra de «cubano» Reyes en «Legión de girasoles» fue algo de alquilar balcones. Si recuerdo bien, fue en ese tema que Rossana se acostó en el piso a gozarse con esas notas. Fue un deleite.
Estuvo presente Teresa, claro. Acompañada por Herman, Rossana cantó tremenda canción lírica a la vez que manejaba al títere. Son esas cosas suyas que te dejan helada.
Más adelante sucedió algo hermoso: desde el público, con un micrófono que alguien le acercó, su mamá cantó con ella el tango Cambalache. Fa. ¡Qué preciosa la voz de su mamá! ¡Muy bueno estuvo eso! Me dieron ganas de un día verlas juntas en el escenario.
Pocos temas después Rossana y sus músicos se despidieron diciendo que nos esperan encontrar el 4 y 5 de setiembre en el Tartamudo. Así que ya saben… si alguien se perdió este show, puede ir agendando, cosa que de corazón le recomiendo. Rossana es una artista como pocas y tiene la buena costumbre de estar acompañada por músicos excelentes. Todo en sus shows es disfrutable, todo.
Imagen portada: Ivonne Morales
Ir a la fotogalería