Como todo lo que tuvo un inicio, el 17mo encuentro de músicos Jazz a la Calle, tuvo anoche su cierre. De eso se trata, proponer, soñar, realizar, tomar un respiro y volver a proponer. ¡Spoiler alert! Desde el 8 al 18 de enero de 2026 será el décimo octavo encuentro. Vayan reservando lugar, aprontando la jazzera y no digan que no se les avisó.
Ayer llovió toda la tarde. Para las 17hs ya circulaba la placa en redes: Todos al Teatro 28 de febrero. La cita, como cada noche, era a las 22hs. Y fue inolvidable.
Abrió el sexteto liderado por Luis Chamis al piano, que realizó una presentación deliciosa. Vanessa Ferreira en el contrabajo y Jonatan Carvalho en la batería dieron el sostén rítmico necesario para el trabajo de los vientos -trompetas y saxo- y la voz de Stephanie Borgani, quien además co-arregló las composiciones presentadas.
Las músicas conforman un espectáculo al que llaman Transbordo, que reúne los trabajos Respiro volúmenes 1 y 2. Tiene algo de la sonoridad que puede sugerir un río, tal vez no demasiado lejano al mar, donde el canto de las sirenas que llega de lejos, se oye entremezclado con el de aves del trópico. El piano desarrolla líneas armónicas, y los vientos responden. La voz de Borgani se va trenzando en ese juego. Trepa en las notas de los vientos y genera un ambiente que remite a muchos de los trabajos de Pat Metheny, aunque la sonoridad se expande hacia lo que propone el saxo o la traversa de De Carvalho, o la trompeta de Diego Garbin.
Respiro do mar, Agridulce, Mercurio, Transbordo, fueron una invitación al tranquilo disfrute de una fiesta de sonido poblada de matices rítmicos y tímbricos sumamente variados. Cada músico fue largamente aplaudido.
Chamis habla un español donde se cuelan palabras de su portugués y se muestra entregado a su música y a lo que ésta genera en el público que aplaudiendo de pie pidió bises y ¡con qué entusiasmo!. Fuimos recompensados. Frevo indeciso es un tema festivo, pícaro, inquieto que dejó a todos entusiasmados y expectantes.
El 28 de febrero es el teatro emblemático de la ciudad. Inaugurado como Teatro Progreso en 1857, fue reconstruido en 1938 tras un incendio. La generación de mis padres siempre lo llamó El Glucksman, que como los nombres de algunas calles porfían en la memoria aunque cada tanto sean cambiados.
Es un típico teatro art decó, con butacas elegantes, tapizadas de rojo, arañas con caireles, pasillos moqueteados y dos anillos superiores. Un ambiente sobrio y elegante que evoca, en todo caso, el fru-fru de los vestidos y los abanicos, y nunca la parranda, los trencitos por entre las butacas o el pogo bajo el escenario.
Claro que una cosa es lo que la arquitectura propone, y otra lo que la Fer Lagger Ska Jazz, dispone. Los santafesinos transformaron el cierre en una fiesta entre amigos en la que todo está permitido y no hay que cuidar las apariencias. Su propuesta a todo ritmo de ska es una aplanadora; dos trombones, una trompeta, tres saxos -tenor, soprano y alto-, piano eléctrico, bajo, batería, percusión y guitarra. Bailar es inevitable.
La sala se inundó de un aire a los Fabulosos Cadillacs, al sello Two Tone, a la Jazz Jamaican All Stars, sin perder ni un gramo del sabor rioplatense. Miguel Abuelo habría festejado tamaña fiesta, propuesta por músicos que se presentan de gorra y remera unos, o camisa y corbata otros. Todos de lentes oscuros y bermudas.
La directora, con sus borceguíes, medias negras de red, blaiser rojo, y una actitud más punkie que los mismísimos Clash, puso a la gente a bailar, a marcar el paso con aplausos, a gritar enfervorizada Dale! Dale!, y mover los brazos en tijera, en un clima de goce, despedida y abrazos.
Alcanza con verlos hacer un tema, para darse cuenta quién dirige. Fer indica con las manos los tiempos, señala a quien hará un solo, marca la entrada de todos. La mano abierta cuenta las vueltas que el tema central hará antes de finalizar. Cuando cierra el puño, los diez instrumentos enmudecen. Una sincronización perfecta. Todo en medio de un jolgorio donde los músicos se divierten, haciendo reverencias al solista, bailando a su alrededor, masajeándole la panza, o lo que se les ocurra. Ese caos es aparente, la banda suena afiatadiísima.
Los temas, como Moliendo café, o Ska wars juegan con las melodías que conocemos desde nuestra infancia, que arreglan a puro ska, jazzeando como pocos, y con un ritmo frenético con muchos toques de cuarteto. Una parranda de night club en pleno teatro.
Agradecieron desde el primer tema a la organización, el sonido, las luces, la buena onda del público, la amabilidad de quienes los recibieron en Mercedes. Y nos dejaron a todos con ganas de que ya sea enero de 2026.
La vuelta a casa, pasos lentos, el brillo de los adoquines todavía empapados, el silencio de la ciudad bajo un cielo cubierto… Una caminata de conversación un tanto extraviada, con la fiesta aún en el cuerpo pero ya con el peso de armar las valijas, y confiar en que el taxi llegaría a las 3 am para llevarnos a la terminal. Tres largas cuadras entre la tristeza infinita que dejan las despedidas, y el entusiasmo renovado para arrancar el año con las pilas cargadas tras diez días de música de la buena.
Ella dice, entre otras cosas, que la única forma de titular la crónica del cierre está escrita hace años.
Gracias… Totales!!!