31 May 2016
Dicen que soy otra. Dicen que soy una que ama al hermano y a la hermana, que los espera en cuclillas hilando versos. Como las indias, como las japonesas. Será porque soy shiatsuka, porque se me ha dado por bailar sobre las palabras así como bailo sobre los cuerpos de mis hermanos todos, del corazón y del espíritu. Dicen también que converso o conversé una vez con Paul Celan y Antonio, el Gamoneda. Nací en Durazno y soy poeta, es verdad, soy poeta sin saberlo ni creerlo pero sabiéndolo, con el sabor del sapere, desde que soy chiquita, desde que me acuerdo. Mamá había comprado esos libros que venían como encajonados en una enciclopedia y yo iba y los leía con voracidad y placer, y hacía copypaste, sin computadora ni disco duro, ni celulares ni nada.
Solo papelitos y hojas y cuadernos. Y la silla de la abuela dada vuelta para que me hiciera de escritorio. Un gato acá y un gato allá. Como ahora. Como siempre. Porque la verdad se hace canto y palabra, sobre los seres y las cosas. Para el bien común y sus maneras. Y las vocales caen como frutas jugosas de los dedos y se hacen agua en la lengua de la boca. Y todos celebramos la poesía incandescente como carbón alzado hasta los labios. Fui y soy más allá de este cuerpo, de esta edad y de este nombre. «Melisa», dijo mi madre. Y así me llamo. Como la planta cítrica o la abeja que hace miel. Y sale de ahí el agua buena, y de la otra también, porque eso somos: carozo que anida bajo una forma humana y vive un tiempo finito donde se nos da por estampar palabras para el dolor y el goce, de unos pocos o de unos cuantos, o para la absoluta indiferencia de otros que ni ojean ni hojean aquello que llamamos poesía. Y está bien así. Porque después de todo, qué somos los poetas? Locos sin remedio, amapolas del olvido y la memoria. Animales o aves deslizados sobre ramas y follajes, en busca del viento que dice las palabras que existen desde siempre, dichas ahora, quizás, bajo otra forma. Como escribe Paul, el Celan: «Yo soy más liviano (a): canto ante extraños». Para el mayor bien de todos los implicados. Sube ahora, lector, la palabra hasta los labios, abre la boca, muerde y traga, el delicado bocado que encuentres o no en estos versos.
I. El lujo de la carne
viste la untuosa escama de la noche.
Llevo la edad en cada hueso,
en cada cartílago inmenso.
Umbría y afilada,
toco el vientre de dios.
Asciendo,
profunda y oscura como el agua.
II.Viajo sangre abajo,
joven y anciana como el país de los duraznos.
Siete veces nombré la puerta
y ella se abrió y quedó abierta.
Anudé el corazón,
el propio y el de los extraños.
Dije negro, rojo, blanco.
Hasta beber los delicados brotes de la lluvia.
M.M