Ayer vivimos una noche emblemática en la Manzana 20. Tal vez se debiera a las coincidencias impensadas, como que un 17 de enero es simultáneamente el cumpleaños del Indio Solari, y la fecha del fallecimiento de Don Alfredo Zitarrosa. Quien sabe…
La tarde había estado signada por la amenaza de lluvia, esa espada de Damocles que siempre pende sobre la organización de eventos al aire libre. Pero el buen cielo abrió y a las 22, puntualmente, La Carricola subió al escenario principal del encuentro. A esa altura ya no quedaba sitio ni para un alfiler. Como es tradición, los viernes convocan a un número de gente al que se suma el de aquellos que solo disponen del fin de semana para arrimarse a la ciudad más hot del litoral.
La banda, desplegada en dos líneas -guitarra, bajo y batería bien abiertos en el fondo, piano saxos -alto, soprano y tenor-, trombón y trompeta al frente-.se despachó con un set tradicional que abrió con When you’re smiling, pasó Totally out of nowhere, y cerró con Manteca, para regalarnos Moonwalking como bis. Los dirigidos por Juani Mendez suenan afiatados, divertidos, se dan tiempo para que cada instrumento tenga sus momentos de solos y brillos. Nazarena Martínez, en el bajo no tuvo solos, pero marcó y sostuvo el pulso durante los 40 minutos, lo cual fue especialmente señalado por el director y reconocido por la gente.
Lo que ocurrió luego fue -y no exagero- una experiencia inédita. Los Zequech se anuncian como una agrupación instrumental de raíz folklórica andina y africana. Ni ella ni yo teníamos la más pálida idea de qué esperar cuando Gabriel Vargas (oriundo de Cochabamba, Bolivia) en charango, y los mendocinos Lautaro Estela (en batería y percusión), Martín Cappi (en flauta y vientos andinos) y Luca Pinto (en bajo) nos metieron en una fiesta para los oídos, y el cuerpo entero a todos y cada uno de los asistentes.
No habían sonado tres compases y ya el aire se había encendido. La traversa de Cappi y el charango de Vargas nos habían instalado en el altiplano, y allí desde el bombo legüero hasta las vasijas de barro y los platos tenían una conversación llena de swing con el bajo.
El primer solo, a cargo de Pinto, incluyó un brevísimo pasaje de Candombe para Gardel, tocado con picardía, casi como al descuido, y ese guiño terminó de pescar hasta al más distraído.
Para nuestros oídos hechos desde la imposición cultural europea, con sus escalas cromáticas y sus tiempos de valses y minués, o tomados por los sonidos salidos del blues y el jazz de New Orleáns aquello fue la seducción de una sonoridad desconocida. Cargada de espiritualidad a cielo abierto, de ritmos que invitan a un baile sin coreografías y a la necesidad -o el deseo, vaya uno a saber- de ser parte de la fiesta. De hacerla, no solo como invitado, sino como un protagonista con pleno derecho a hacer uso de la voz en todo momento.
Hubo tres bises, y si hubiera sido por la Manzana 20, habrían sido diez más. Y todo a partir de una sonoridad que seguramente para muchos fuera nueva. Fresca, divertida, y profunda, como la conversación que se tiene con un amigo o una pareja.
Algo de los cuatro músicos jóvenes, transmitió un entusiasmo, y una sincera admiración por lo que estaba ocurriendo y eso corrió como un reguero de pólvora, incendiando la noche.
Pero, y lo hemos aprendido, toda fiesta tiene un punto final. En toda risa, siempre hay un poco de llanto.
Tras el cierre, se realizó un sencillísimo y sentido homenaje al multiinstrumentista Eduardo Pinto (Mendoza, Argentina) y al charanguista Valdo Hugo Delgado (Chile) fallecidos el 7 de enero de 2008 cuando el auto que los traía a Mercedes para participar de la segunda edición de Jazz a la calle sufrió un accidente fatal.
La lectura de la placa recordatoria por parte del Secretario de Cultura de Mendoza, Diego Gareca, así como las palabras de Horacio “Macoco” Acosta agradeciéndolas fueron escuchadas de pie bajo un aplauso cerrado que comenzó en el último acorde de los Zequech y continuó por un rato largo, mientras en el escenario se acomodaban los instrumentos para quienes debieron subir a escena en medio de aquel mar de emociones encontradas.
Los músicos del Proyecto JALC-UTEC con el suizo Ohad Talmor como invitados, presentaron un set de composiciones cuyo sonido remite al jazz europeo más contemporáneo. Temas como la Suite de tres partes compuestos por Talmor, o Gesta de Alan Plachta, tienen un sonido experimental, que puede ubicarse en las antípodas de lo que habíamos vivido hasta momentos antes.
Los arreglos de vientos tienen – y esto es solo una cuestión de gustos- un sonido que resulta exigente con el escucha, y que felizmente se vuelve mucho más melódico e interesante cuando cada uno de los vientos (ayer eran tres saxos tenores a cargo del francés Baptiste Stanek, Reynaldo Pina y Juani Méndez) toma la posta y desarrolla un tema para luego volver al ensamble.
El tema de Plachta, como Zurich (de Stanek) elegido para el cierre resultaron los más accesibles en una primera escucha, y la noche se cerró con mucha gente dirigiéndose a la jam, otros teniendo mil conversaciones donde intercambiaban impresiones y vivencias.
Ella y yo volvimos hablando del entusiasmo y la alegría de la fiesta compartida, de los vaivenes brutales que tiene la vida, y de lo difícil que es a veces calzar en el cuerpo tantas emociones juntas.
Antes de dormirnos, coincidimos en que a fin de cuentas, Fabio Cadore tiene toda la razón del mundo cuando canta que en toda risa hay un poco de llanto.
Para hoy nos esperan el trío armenio de Tigran Tatevosyan
y La típica y la jazz