La RAE presenta tres definiciones del concepto erotismo. Para efectos de esta columna nosotros nos referiremos a la tercera definición: “Exaltación del amor físico en el arte”. La literatura, que es una de las expresiones del arte, no está exenta, cómo podría estarlo, de esta exaltación del amor físico, y a través de los siglos ha construido todo un acervo de grandes obras en las que el erotismo se desliza con elegancia, o sin ella, a través de la vida de sus protagonistas. “Siempre he tenido la idea de hacer una antología del erotismo no buscado, no deliberado. Es un proyecto que me sigue dando vueltas. Sería algo así como la antología del humor negro de André Breton o la antología de lo fantástico de Roger Caillois”, nos dice Mario Vargas Llosa en un interesante texto publicado en el diario El País de Madrid el sábado 4 de agosto de 2001: Sin erotismo no hay gran literatura. Y Varga Llosa sabe de lo que habla, pues es autor de grandes obras donde el erotismo camina por sus páginas como Pedro por su casa: Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, Elogio de la madrastra y Los cuadernos de Don Rigoberto.
El erotismo como expresión artística literaria, ha encontrado en la mujer escritora una fuente inagotable de talento y belleza poéticos que inundan las páginas de la historia de todas las literaturas. Tiene razón el Nobel peruano cuando afirma que “sin erotismo no hay gran literatura”, pues él se encuentra presente, como un elemento más, dentro de un universo variopinto y complejo como lo es la vida de las personas. Un universo de insospechada entropía de los comportamientos humanos, de sus sueños y fantasías. “[…] en todas las épocas y en la mayor parte de las culturas, la persona que siente el impulso de la construcción de un lenguaje artístico, sea cual sea, en la mayor parte de los casos se ve empujada por la reflexión, el cántico y la fantasía de la actividad sexual”, nos dice Xulio Pardo en su ensayo Literatura y Pornografía vs Erotismo y Literatura: hacia una semiótica de la obscenidad. Y así lo han entendido las escritoras de todas las épocas, como veremos en esta arbitraria revisión de pasajes de varios poemas.
Beatriz del Día, condesa de Provenza, es nuestro primer ejemplo. Una mujer de fines del siglo XII y mitad del siglo XIII. Los versos que citamos forman parte de su poema He estado muy angustiada: “Sabed que tendría gran deseo / de teneros en lugar del marido, / con la condición de que me concedierais / hacer todo lo que yo quisiera”. El erotismo es insinuación; no mostración. Sus versos finales son todo un llamado a la imaginación, y sorprende su osadía donde campea la fantasía de la actividad sexual, en una época teocéntrica de rígidos y dogmáticos principios cristianos que rechazan el amor y felicidad terrenales, como lo fue la Edad Media. En este sentido, su relación con el célebre Decamerón de Boccaccio es evidente.
Pero en la uruguaya Delmira Agustini, muerta a la temprana edad de 27 años en 1914, el erotismo se eleva a una exaltación de lo poético inigualable en su poema Íntima: “Vamos más lejos en la noche, vamos / Donde ni un eco repercuta en mí, / Como una flor nocturna allá en la sombra / Yo abriré dulcemente para ti”. Un texto en el que el yo poético y su libertaria expresión “incluye la liberación del yo autorial”, como comenta Patricia Varas en su ensayo Lo erótico y la liberación del ser femenino en la poesía de Delmira Agustini. La relación entre la flor nocturna que se abre en la sombra y su dulce abrir al amante, es de una elevada revelación poética.
Ahora, en la ecuatoriana Lydia Dávila, nacida en Ecuador en 1918, el erotismo poético adquiere relevantes tonos místicos: “De mis fecundidades que tienen dolores jesucristinos… / Seré buena… / para recibir la hostia sagrada de tu sexo. / La herida milagrosa de tus carnes en floración. / Yo sabré esperarte… / a conjuro de una tentación, de un éxtasis… / de una agonía…”. Mario Vargas Llosa en su citado texto señala que “el misticismo ha estado siempre muy cerca del erotismo”. El poeta místico se aleja de la temporalidad porque el recuerdo es sinónimo de vida. En los versos de Dávila hay una realidad inventada, una fórmula mágica alejada de la temporalidad vivencial de los hombres. Nada más que un conjuro.
“Me desordeno, amor, me desordeno / cuando voy en tu boca, demorada; / y casi sin por qué, casi sin nada, / te toco con la punta de mi seno”. Estos versos de la cubana Carilda Oliver (1922-2018), forman parte del poema Me desordeno amor, me desordeno. El erotismo de Oliver no tiene nada de místico. Por el contrario, es un erotismo insinuante pero carnal que le valió, primero, los reproches de la “moral católica de la Cuba republicana” y luego el rechazo del “realismo socialista”, según se lee en el interesantísimo artículo de Fernando Ravsberg, en la BBC Mundo de La Habana, del viernes 20 de julio de 2012. El verso “me desordeno, amor, me desordeno”, rompe el equilibrio emocional de la hablante, y afloran las pulsiones más íntimas de su alma poética.
En Clara Janés, la poeta española que nace en 1940, su erotismo poético está hecho de sueños y ensueños, como el amante de la protagonista de La última niebla, novela de la chilena María Luisa Bombal: “Dormía y él penetró en / mi sueño y me robó el / sueño que soñaba. Y / como dueño se asentó / en mí y con tal fuerza / me amó que desperté a / medianoche como si / fuera mediodía”. El poema, que no tiene nombre, revela un lirismo de exquisita delicadeza poética en que el sueño construye realidades posibles y también soñadas.
Pero en Ana Istarú, seudónimo de Ana Soto Marín, la poeta costarricense nacida en 1960, el erotismo de su Poema Erótico es una secuencia de imágenes en las que lo sexual se describe mediante un lenguaje metafórico de profundo contenido erótico: “Mi clítoris destella / en las barbas de la noche / como un pétalo de lava, como un ojo tremendo / al que ataca la dicha, / al que el placer ataca / y contraataca / con zumos delicados, / enfebrecidas salamandras”. El poema de Istarú hace honor al origen del concepto; por un lado, eros, término griego que significa “amor o deseo sexual”; de otro lado, el sufijo latino ismo, que significa “acción o actividad”. El poema es de una incontenible pulsión erótica confundido en ardientes metáforas.
En Julia Santibáñez, la poeta mexicana que nace en 1967, el erotismo de su poema Las dos, es ingenuo. Casi adolescente: “Conoces a la yo calma, / a la coqueta inofensiva, / diurna y musical. / Quién sabe cuándo aflore / la maliciosa, / viperina y vengativa. / Pero sé que ambas se hurgan / el sexo. / Y se huelen los dedos”. Es la poeta que se desdobla al mejor estilo borgiano pero, a diferencia de Borges que no sabe cuál de los dos escribe “este texto”, ella sí lo sabe: las dos “se hurgan el sexo”. Un puro acto de lúdico erotismo.
La chilena Karin Artigas, nacida en 1975, nos presenta un erotismo culinario en el que el lenguaje poético se confunde con los ingredientes de una receta que conduce al acto sexual, después de un lento y arrebatado proceso de cocción, tal como lo describe en su poema Receta de cocina: “La lavadura de mis pechos se expande / El pan mullido de mis muslos se abre, / Para cobijarte en mi medianoche chocolatada. / Y es entonces cuando se mezclan nuestros ingredientes / Arrebatados en un horno de mil vaivenes y gemidos, / Entre arreboles de placer y burbujas cansadas de suspiros”. Entre estos arrebatos de placeres y burbujas se hornea el placer.
Las mujeres poetas que hemos presentado en esta brevísima y arbitraria exposición, demuestran cómo el erotismo, inherente a la especie humana como elemento indispensable de su complejo universo psicológico y biológico, ha sido fuente de inspiración, y lo seguirá siendo, de la mejor literatura de todos los tiempos. Como lo señala Mario Vargas Llosa en su citado texto: “Lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una teatralidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística”. Así lo han comprendido también estas poetas.
Imagen portada – Ilustrativa – Mujer detrás de pluma con velo – Foto © Federico Meneses