Mercedes, 8 am 25 grados. Respiro hondo y decido dormir un rato más.
Mercedes, 11 am 32 grados (a la sombra). Ingreso a la Escuela de Jazz a la Calle, junto a la Intendencia. En unos minutos grabaré una pequeña entrevista a Rossana Gioia, la presentadora de cada músico, cada noche del festival desde hace ya más de diez años.
Mercedes, 13 horas. 34 grados (sombra a esta hora no hay, pero hace rato que ya no importa) Con su voz de locutora de fm Rosana me despide. Ella se va a almorzar a la Ronda. Allí su compañero de vida, el DJ y comunicador Nicolás Carvalho musicaliza, junto con el trompetista Lautaro Romero, en una fusión que tiene un potencial más que interesante.
Mercedes, 15 horas. Los 36 grados prometidos cumplen y llegan a 37.
Mercedes, 19 horas. 36 grados. Mire que disfrutamos de los toques callejeros! Pero con esta calor…
Manzana 20. Hora 22. Rossana abre la noche. Eloá Gonçalvez Trío brinda un show emotivo, íntimo y de un virtuosismo exquisito. Luego de presentar a los músicos Iury Batista en contrabajo y Paulinho Vicente en batería, se disponen a recorrer su último álbum, Casa. Valsa do inicio y Quintas mantienen al público atento a cada compás. Casa es un precioso disco -lleno de detalles y matices que brotan como sorpresas en cada nueva escucha- y la calidez de la pianista que dirige a sus meninos con la mirada es un espectáculo bellísimo. En ambas piezas, piano y contrabajo tienen una conversación en la que no falta ni sobra nada. La batería acompaña, sutil, desde el arenado de las escobillas a las inflexiones del ride y los acentos de los tambores que cada tanto suenan, como para que no olvidemos que allí están para cuando se les necesite.
Choro para Tati y Graz Nro 1 dieron lugar a que los tambores tronaran en dos solos festejados por la gente que forzó no a uno sino a dos bises. Impromptu over weird times fue el primero de ellos. Los músicos se despidieron agradeciendo varias veces el calor con que su propuesta fue recibida.
La respuesta de la gente, el entusiasmo generado, la comunión entre los músicos, y la energía que pasó del escenario al público de ida y vuelta varias veces, posiblemente responda a que el espectáculo fue, de principio a fin, una conversa donde cada instrumento tenía algo muy propio para decir, y su momento para hacerlo. Si el jazz es más un cómo, las formas importan. Los modos, la miradas, los gestos, dan en vivo la sensación de estar asistiendo a la cocina de algo inédito cada vez, aunque lo hayamos escuchado muchas veces ya.
Hace poco oí a un músico decir que tocar en conjunto es justamente tocar lo que no se oye. Lo que falta. Nada menos. Y nada más. Esa es su magia. que Ante la pregunta de un acorde del piano, responde la nota del contrabajo. Que a la invitación de dos notas graves, la batería pueda responder sin invadir y sin excesos, dando sitio a que el otro pueda también recibir, y si corresponde, decir lo suyo.
Entonces, y solo entonces, misteriosamente, los demás nos sentimos invitados. A atender, escuchar, aplaudir, pedir más y otra más.
Luego del trío -insisto en recomendar Casa, y de paso Sobre o que move as coisas, el escenario fue tomado por el Quinteto que lidera el contrabajista Agustín Sala. Juan Ramiro Cava en piano, Mariano Serra en batería, Juan Olivera en trompeta y Lucas Goicoechea en saxo alto brindaron un espectáculo de virtuosismo y referencias al jazz más erudito de la segunda mitad del siglo pasado. Indudablemente son excelentes cada uno en lo suyo, y sin embargo… Pasamos de una noche de diálogo a una jornada de laboratorio.
El problema, en eso coincidimos ella y yo luego de dos horas de acalorada discusión, es que la música que propuso el quinteto anoche no nos deja en el lugar de meros espectadores.
Como si por un momento toda la conversación se desarrollara en una lengua ajena. La música es en sí misma un lenguaje, que no entendemos pero tiene la potencia de tocarnos el cuerpo, el alma. Desde Azuquita pa’l café hasta la Novena de Beethoven. Desde Los ejes de mi carreta hasta Love in vain. Cuando ese lenguaje no te llega, quedás como aquel que se lustraba los zapatos para hacerse una foto carné. Y es una pena.
Sobre el final, ya con mucho menos público del que había al inicio, antes del bis alguien mencionó que era el cumpleaños de Scala. El piano marcó las cuatro notas iniciales del “que los cumplas…” tímidamente, casi como un chiste interno. Fue el momento en que el aplauso más cálido brotó desde el público. Pero ya era tarde.
En última instancia, gustos son gustos. Pero toda estética encierra una ética. Y allí las escuelas son dos. La de la conversación, que da entrada, invita, convoca y la del monólogo que, sin proponérselo deja a quien escucha “con la ñata contra el vidrio”
Hoy nos esperan los locatarios de Carricola Jazz Band
el Proyecto JALC – UTEC + Focus Year + Ohad Talmor
y los argentinos Zequech