Vamos de mal en peor en este sacudido continente latinoamericano. A la dramática y extensa dictadura castrista, hoy representada por Miguel Díaz-Canel, que sustituyó a Raúl Castro el año 2019, se suman las dictaduras de Nicolás Maduro en Venezuela y de Daniel Ortega en Nicaragua. La dictadura venezolana va viento en popa, pues acaba de apoderarse, de mala manera ciertamente, del único organismo democrático que se oponía a sus ambiciones de poder absoluto: la Asamblea Nacional, luego de las truchas elecciones del 6 de diciembre del año pasado. Y la poda dictatorial no se hizo esperar. Solo en la primera semana de este año el régimen ha cerrado siete medios independientes que investigaban la corrupción en el país. Entre otros medios, “el diario Panorama, insólitamente de postura pro oficialista aunque moderado, la confiscación de los equipos de VPI Televisión que ha echado a la calle a 108 trabajadores, así como el bloqueo de portales digitales como Efecto Cocuyo, Caraota Digital, Tal Cual y la radio católica De y Alegría” (fuente ABC Internacional). Es decir, sálvese quien pueda en Venezuela.
En Nicaragua, Daniel Ortega se “somozisó” y hoy es un acabado dictador que explota a su pueblo, cierra medios y gobierna al mejor estilo de un dictador profesional. Para mantenerse en el poder utiliza paramilitares y parapolicías que terminan con cualquiera manifestación en su contra. Además, la familia Ortega-Murillo (su esposa es la vicepresidenta), lo domina absolutamente todo. De hecho, sus hijos controlan ocho de los nueve canales de televisión abierta del país. En sus bolsillos se encuentra de todo, desde la Asamblea Legislativa hasta la Corte Suprema, en cuanto que otro de sus hijos es el encargado de la Distribuidora Nicaragüense de Petróleos. La presión y opresión son totales y el pueblo nicaragüense vive los mismos momentos de terror y angustia que vivió durante la dictadura somozista. La gente comenta que “Daniel y Somoza” son la misma cosa. El dictador cuenta, además, con dos graves denuncias que, sin embargo, no han minado su liderazgo en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN): su hijastra Zoilamérica Narváez Murillo, socióloga y militante del FSLN, lo acusó de violación y acoso sexual. El dictador se defendió alegando inmunidad y prescripción, pues los “presuntos” hecho habrían ocurrido entre 1978 y 1982. La otra denuncia es común a todos los dictadores: enriquecimiento ilícito. Los chilenos sabemos de esas cosas. De todas esas cosas.
La RAE define “populismo” como “Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. El populismo es otra de las formas de la demagogia, es decir, de las artimañas políticas que mediante halagos, falsas promesas que son populares pero difíciles de cumplir y otros procedimientos similares, convencen al pueblo y lo convierten en instrumento de la propia ambición política. La RAE habla de degeneración de la democracia que apela a los sentimientos elementales de los ciudadanos para tratar de conseguir o mantenerse en el poder. Ignoro si nuestros políticos conocen estas definiciones, pero sí son maestros del populismo y la demagogia. La política chilena es una muy buena representante de este hipócrita afán. Representantes la izquierda, del PC y del Frente Amplio sobre todo, se han mostrado expertos en el arte de encantar con cantos de sirena a una población muy poco consciente de su condición de ciudadanos. Pero la derecha chilena tampoco lo hace nada de mal.
En Brasil, Jair Bolsonaro se graduó con honores en este arte de halagar al pueblo con ofertones de todo tipo, utilizando como todos los demagogos, el lenguaje que el pueblo “quiere oír”. Ese discurso que encanta por lo florido, halagador y promisorio, nacionalista y castigador de todo aquel que piense diferente, porque la “diferencia”, es elitista y clasista. Y como vemos, no se trata ni de la izquierda ni de la derecha, puesto que los demagogos ocupan todo el espectro político. En México tenemos a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), cuyos discursos y acciones frente al covid-19, por ejemplo, solo tienen parangón con Bolsonaro y Trump. El asunto es caerle bien a la mayoría que inunda las calles e infecta las redes sociales. ¿Y Donald Trump, aunque no pertenezca a este lado del mundo? Bueno, es un dos en uno: proyecto fracasado a dictador y demagogo, con imitadores más al sur.
A todas luces necesitamos en América Latina un remezón que nos libere de estos actores de segunda clase, nos pongamos serios, y pensemos en darle a la democracia, aquella aristocracia de que hablaba José Enrique Rodó hace ya más de un siglo.
Me parece.
Imagen portada – Archivo: Cierre del Mundial Poético de Montevideo – Espacio de Arte Contemporáneo EAC – Obra de Fernando Foglino – Octubre 2017 Foto © Federico Meneses