«Hay que trabajar para que la ética y la política vuelvan a reconciliarse».
En diálogo con el periodista Víctor Rodríguez para su programa Píldoras digitales, reflexionando sobre los hechos de corrupción que han marcado al actual gobierno de la Coalición Republicana, el impacto negativo que generan en nuestra sociedad, en la calidad democrática y en la eticidad y credibilidad del sistema político.
Victor Rodríguez (VR): Hay una serie de elementos que están impactando en la realidad uruguaya y que, lamentablemente, también conmueven a diferentes países de nuestra región, pero, centrándonos en nuestro Uruguay, ¿cómo podríamos explicarles, sobre todo a aquellos que no están tan al tanto, qué es lo que está pasando, cuál es el contexto que nos lleva a hablar contigo sobre una situación donde la ética parece estar bajo acoso político?
Pablo Romero (PR): Uruguay generalmente ha tenido una imagen de país serio, de estar prácticamente vacunado contra la corrupción. En una región muchas veces signada por la corrupción, Uruguay es considerado una isla, una excepción, aunque sabemos que en la actividad política difícilmente no se tengan episodios de tal naturaleza. Lamentablemente, parece ser inherente a la propia actividad política tener casos de corrupción. Todos los partidos lo han tenido, en mayor o menor escala.
Quizás la noticia negativa en estos últimos tiempos es que Uruguay está enfrentando una crisis relacionada con una serie de situaciones que han puesto en jaque nuestra institucionalidad y han arrojado un fuerte desprestigio sobre la actividad política en general, lo cual preocupa mucho, por las consecuencias que tiene.
Para aquellos que no están tan al tanto de lo que está pasando, una rápida referencia a los casos más sonados nos llevan a situaciones de enorme gravedad, como la que involucra al jefe de seguridad presidencial, Alejandro Astesiano, que trabaja en ese puesto siendo poseedor de antecedentes penales y se vio envuelto en una trama ilegal de venta de pasaportes y tráfico de influencias, entre otros delitos; los vínculos con el narcotraficante Sebastián Marset, que implicó la caída de ministros; el senador del gobierno Gustavo Penadés acusado de abuso sexual; el asesor presidencial Roberto Lafluf acusado de ocultar y romper pruebas que comprometían al gobierno en relación a entrega de pasaporte a Marset; la militante mediática blanca Romina Celeste, que oquestó un falsa denuncia en contra del candidato presidencial opositor Yamandú Orsi; y el reciente episodio que involucra nada más ni nada menos que al presidente del partido de gobierno, Pablo Iturralde, en donde en intercambios con el procesado senador Penadés se deja ver la presión y/o intento de manipulación desde el poder político sobre la justicia, para favorecer la situación inicial del acusado, refiriendo a fiscales afines partidariamente que les habrían ya salvado de otras situaciones engorrosas, como la de una supuesta violación a una menor de edad en una fiesta de jóvenes del Partido Nacional.
Toda esta serie de situaciones –Astesiano, Marset, Penadés, Lafluf, Romina Celeste, Iturralde– han llevado a renuncias récord en este gobierno. Han caído ministros, subsecretarios ministeriales, cancilleres, vicecancilleres, el presidente del directorio del partido de gobierno, asesores presidenciales. Y varios presos: cárcel para el jefe de la seguridad presidencial, cárcel para uno de sus principales senadores, cárcel para su mediática militante nacionalista. Y si hacemos un recuento de los delitos, para que se tenga una idea cabal de lo que viene sucediendo, tenemos desde abusos sexuales de menores (y una red de corrupción montada para intentar hacer zafar de la pena al involucrado, que incluyó a jerarcas policiales. O sea, el Estado ha sido tomado incluso como un medio para intentar eludir el castigo por los supuestos delitos cometidos por un senador del gobierno), tráfico de influencias, una organización delictiva montada en la propia torre ejecutiva del gobierno, revelación de secreto y conjunción del interés público y privado, entrega de pasaporte con beneficios (y, en definitiva, facilitando su huida de la ley) para narcotraficante de peso, destrucción de pruebas comprometedoras por parte del asesor del mismísimo presidente Lacalle Pou, casos de corrupción en gobiernos departamentales del mismo partido político que gobierna el país.
VR: Al respecto, quisiéramos Pablo, hacerte una pregunta que formulábamos en nuestras redes para promocionar nuestro diálogo contigo: ¿cuánto puede distar la opinión personal del discurso público sin afectar la coherencia política? Porque estamos hablando de dirigentes políticos de primera línea. Y en sociedades como las latinoamericanas, donde la credibilidad en los políticos y en los partidos políticos es cada vez menor, este tipo de acciones no abonan mucho en consolidar la confianza. ¿Cómo podemos, entonces, determinar esa distancia entre la opinión personal y el discurso público sin caer en la incoherencia política?
PR: Es fundamental este punto, porque Latinoamérica tiene ese rasgo de desconfianza sobre los actores políticos, logrado a base de golpes de la realidad. Y recordemos que uno de los primeros teóricos del campo de la ética y la política como Aristóteles ya señalaba que inevitablemente la primera desembocaba en la segunda y se subordinaba a ella. La construcción de los principios valorativos de un individuo terminan subordinándose a algo que es un bien mayor, que es el bien común, que es la manera en la que conducimos la polis. El priorizar la voluntad general que se desprende inevitablemente de nuestra condición de animales políticos. Entonces, cuando pensamos en la actividad política, lo hacemos desde construcciones valorativas, desde valores deseables de circular en una sociedad. Y parece ser muy difícil que si no hay prácticas íntegras desde el campo político tengamos una sociedad íntegra. La virtud, sostenía Aristóteles, implica voluntad, obrar con conciencia, o sea, no pertenece meramente al orden del logos, no es solo teoría. Podemos decir -como generalmente los políticos lo hacen- que vamos a combatir la corrupción, que vamos a defender los valores de honestidad, de integridad, y luego encontrarnos con una gran distancia entre el decir y el hacer, pues si finalmente el discurso no se da en lo que los griegos llamaban el ethos, en la costumbre, en el hábito, en la práctica, hay una disociación entre una y otra que tiene un impacto altamente negativo en los individuos y en la comunidad en general.
VR: Yendo a este último caso que está conmocionando la realidad uruguaya, el de los chats que se conocieron entre el hoy ex-presidente del Partido Nacional y uno de los senadores históricos del partido de gobierno, ¿qué reflexión te merece? ¿Es más importante que no se conozca lo que se dice en privado que el transparentar la comunicación y que ese discurso privado sea cónsono con el de la palestra pública? ¿No será el momento, como se ha sugerido, de pensar en vías y canales de comunicaciones institucionales encriptados para evitar las filtraciones? ¿Evitando las filtraciones superamos el conflicto ético en la política?
PR: No, claramente no lo evitamos. Y hay un rol periodístico que es fundamental y lo estamos viendo en estas situaciones. En definitiva, también forma parte del actuar político el protegerse a cualquier costo, el intentar evitar colocar la culpa en sí mismo o en nuestro partido político y, entonces, difícilmente se transparenten ciertos modos indebidos del accionar, que puede incluso estar relacionado con el cometido de delitos. Y ahí hay un papel central que juegan no solo los partidos de oposición, que tiene un rol de contralor, sino el del periodismo, que debe actuar a favor de la transparencia y la virtud ética.
Igualmente, sobre esto quiero hacer una acotación, porque en mi caso he sido víctima de nada más ni nada menos que la principal senadora del país, que llegó a ser vicepresidente en ejercicio, la cual expuso públicamente una comunicación privada que tuvimos, en el marco de la brutal agresión que sufrió mi hijo en febrero del 2022 en Pinares. Y lo hizo con el fin de simplemente intentar deslegitimar la opinión ajena y no con interés público o por posible delito alguno, como lo es en el caso de las situaciones nombradas anteriormente. Por eso, hay que tener mucho cuidado con el manejo de situaciones que no están en la órbita penal y no suponen interés público, sino que responden a prácticas deleznables asociadas a enfrentamientos políticos.
El espacio entre lo público y lo privado ya no parece existir. Nuestros whatsapp, las comunicaciones privadas por redes sociales, lamentablemente han quedado por fuera de toda consideración de lo estrictamente privado, sobre todo por el uso que se ha comenzado a realizar de los mismos. En confianza uno puede realizar un comentario de índole política, personal o de ideas y hoy en día se puede llegar a compartir luego públicamente para perjudicar al otro, de exhibirlos con el fin de simplemente atacar al otro, algo que era muy lejano a nuestra práctica en Uruguay, a los códigos personales e institucionales que solíamos cuidar, al mantener en reserva lo que se decía en una esfera privada.
Repito, es muy diferente el caso del trabajo periodístico asociado a causas que realmente tengan un interés para la población y coloque posibles causas penales en escena. Ahí sí creo en la necesidad de transparentar y en el poder de la tarea periodística, sobre todo cuando vemos cómo las propias instituciones cuestionadas se protegen a sí mismas, ocultando información. Lo que acaba de suceder con Iturralde, con una comunicación comprometedora que no le había llegado a la propia fiscal del caso Penadés, nos pone en alerta. Si aquellos que deben llevar adelante el cuidado y protección de las informaciones que hacen a las causas judiciales terminan siendo un obstáculo para que lleguen a los actores centrales del proceso a nivel de la justicia, entonces el papel de la prensa termina siendo fundamental para echar luz sobre situaciones que se pretendían ocultar. Y miremos el impacto público que ha tenido la situación.
VR: Eduardo Preve ha sido uno de los periodistas que ha estado visibilizando estas situaciones con mayor insistencia. Y quisiera profundizar en el impacto sobre las víctimas. Los chats entre Iturralde y Penadés hablan de archivar investigaciones, de violaciones de menores en fiestas de partidos políticos, casos que vinculan a dirigentes políticos de diferentes estructuras. Y todo esto impacta en la sensación de confianza que el votante, que el ciudadano, debe tener respecto de nuestra dirigencia política. Erosiona fuertemente en esa confianza. Y uno se pregunta: ¿esto siempre pasó o está pasando ahora y debemos tomar cartas en el asunto? ¿Cuáles son los anticuerpos que debería activar la sociedad para enfrentar este tipo de situaciones? Hasta ahora solo hemos visto justificaciones, incluso decir que se actuó bien, que fue valiente en renunciar el presidente del Partido Nacional, y a diferentes ministros y al propio presidente de la república diciendo que no cometieron delitos, que obraron bien, en circunstancias que finalmente no se terminan de explicar. ¿Cómo se puede asimilar esto, entonces, dentro de la conciencia colectiva?
PR: Primero, la gravedad de este último hecho que involucra a Iturralde, con referencias a casos de situaciones muy graves, como la de la posible violación de una adolescente en una fiesta de la juventud del Partido Nacional, donde se habla directamente de violación y de que la fiscal estuvo muy bien al archivar el caso. Recordemos que la adolescente llevó adelante la denuncia y luego de unos días la retiró, luego del escándalo público. Calculo que para ella y su familia estos chats revelados han sido un nuevo golpe, al visualizar el manejo que tuvo la principal autoridad del Partido Nacional, el presidente de su directorio, al celebrar y elogiar cómo había actuado la fiscal Alicia Ghione, que llevó adelante la investigación del caso, tras categóricamente señalar que “Alicia es nuestra”.
Y en todo esto, por cierto, resulta llamativo que el directorio del Partido Nacional se llame honorable, que tenga esa referencia al honor y tenga este accionar de su presidente, y que el precandidato de su partido, Álvaro Delgado, refiera al valor que había tenido Iturralde al renunciar a su cargo, o las declaraciones insólitas de Sergio Botana, otro actor importante del partido de gobierno, que prácticamente reivindicó como un ejemplo ético el accionar de Iturralde, como si fuese un héroe de la “lealtad” por lo que hizo.
Esto termina no sólo de derrumbar la imagen del gobierno sino la de la ética pública del sistema político en general. Y esto es lo que más me preocupa, porque implica un sacudón institucional, que tiene un acumulado de situaciones de corrupción política y moral, cuyas consecuencias son muy graves, sobre todo en un momento donde campea el desprestigio de los políticos y se levantan voces antipolíticas que están cargadas de discursos radicales que finalmente proponen, además, arrasar con las bases de la libertad -incluso hablando en nombre de ellas- con la igualdad de oportunidades, con los derechos conquistados.
Ese discurso contra la “casta política”, que nosotros lo vemos tan cerquita, en la vecina orilla, surge en momentos de fuertes señalamientos de corrupción del sistema político. Y uno ve ahí una población que parece naturalizar la corrupción, un estado de ánimo donde prima la indiferencia de una población que parece anestesiada ante el cúmulo de situaciones negativas atravesadas, pero que en determinado momento -cuando irrumpen discursos que de alguna manera sacuden esa indiferencia, y que se unen a la indignación y desprecio sobre la actividad política que también se van acumulando- cede de manera hipnótica a la violencia de los discursos antipolíticos. Y la historia nos ha mostrado, una y otra vez, lo peligroso de tal situación.
VR: Justamente, con respecto a esto, las encuestadoras, los sondeos de opinión, muestran guarismos sumamente aceptables de la ciudadanía con respecto al gobierno, más allá de todos los hechos mencionados. Parece haber un blindaje entorno a ciertas figuras del gobierno, que hacen que no haya un impacto en la percepción de que estos hechos puedan terminar vulnerando la calidad y la salud de la democracia. ¿A qué podemos atribuir esta conducta, esta mirada? ¿Hay un adormecimiento de parte de la sociedad? ¿Hay una direccionalidad comunicacional que está centrada en blindar a las figuras del gobierno? Y en base a esto, ¿cómo subyace la credibilidad del sistema político?
PR: Ya hace muchos años, cuando Lipovetsky caracterizaba nuestra época hablaba de la era del vacío y de la indiferencia como rasgo definitorio. Y esto creo que se ha ido acentuando. Quienes estamos más preocupados por estos temas de la ética de la política, del nivel del debate público, vivimos en cierta burbuja, en un entorno que nos hace creer que hay una real preocupación de la ciudadanía sobre estos asuntos, pero lo cierto es que cuando uno baja a la realidad más amplia y conecta con otras cotidianeidades, ve que hay una enorme indiferencia, desconocimiento o despreocupación por estas situaciones que tanto afectan los aspectos democráticos. Te diría que, a veces, el mero hecho de que el presidente se saque selfies con la gente impacta más públicamente, en tiempos de redes y de marketing político desde el lugar de imágenes positivas que se focalizan, que situaciones como las que hemos nombrado. Y es el mundo que nos está tocando vivir. Por eso la importancia de poner el debate público en escena, trasladándolo, llevándolo, también hacia aquellos lugares donde estas cuestiones no aparecen en los diálogos cotidianos, en la preocupación diaria de nuestros ciudadanos.
El fenómeno Milei, que es un fenómeno cuasi pop en Argentina, recordemos que tuvo sobre todo un impacto en las generaciones más jóvenes, donde arrasó electoralmente. Y con esta cuestión de usar redes, de tener discursos más radicales, de mostrarse cual si fuese una estrella de rock, se da una lectura mucho más superficial de lo que es la actividad política por parte de nuestros jóvenes, que en muchos sentidos se han despolitizado o, en todo caso, tienen claramente otra manera de entender la política. También habría que tener una autocrítica de otras generaciones al respecto. Lo cierto es que hay algo de este discurso de la antipolítica que lleva a una práctica antidemocrática y que, sin embargo, cala muy fuerte en los jóvenes (y un poco más) y es también un síntoma de que otras generaciones quizás hemos fallado en el colocar qué es lo importante en la vida en democracia.
Si ves que tiene más impacto que un presidente como Lacalle Pou, que está acorralado por casos de corrupción, se muestre simpático, carismático, cercano a la gente, entonces hay algo que estamos haciendo mal como sociedad. Y ahí tenemos un desafío enorme por delante, porque estamos asistiendo a modos del populismo –como los hay de izquierda los hay de derecha- que son cuestiones complicadas, porque si empezamos a naturalizar este tipo de proceder y no hacen mella en la sociedad, estamos en un momento realmente peligroso.
VR: No solamente los docentes educan, sino que también educan los presidentes de un partido, el dirigente de una agrupación política, un funcionario cuando está detrás de un mostrador. Entonces, ¿cómo hace un profesor de Filosofía, o de cualquier otra área social que se plante frente a una clase y tiene que formar, que moldear, esta idea de la polis en este entorno político? ¿Cuál crees que es el impacto en el sistema educativo de esta falta de coherencia de algunos actores del sistema político uruguayo?
PR: Para los jóvenes, nosotros somos su espejo. El mundo adulto, en definitiva, devuelve la imagen a las nuevas generaciones de lo que es vivir en sociedad, vivir en democracia, de aquellos valores que son deseables de circular en la comunidad. O sea, hay una enorme responsabilidad que tenemos que asumir. Luego resulta que hay episodios de violencia o votos masivos a actitudes y candidatos que rozan lo bizarro y nos preguntamos por qué seduce. Y en la búsqueda de respuestas debe darse la autocrítica desde el mundo adulto, que muchas veces es un mundo violento, donde figuras de relevancia, que son referentes del campo político y de la vida en democracia, están envueltas en casos de corrupción. Difícilmente podamos pedirles después a los jóvenes que consideren que hay ahí un accionar noble en nombre del bien común. Los individuos nos construimos en sociedad, somos animales políticos (y no al revés) y si vivimos en una comunidad en donde no hay un orden político justo, por ejemplo, nos va a costar encontrar ciudadanos que aprecien la justicia social. Y lo mismo sucede con la corrupción.
Nosotros en el aula intentamos colocar la importancia de tener, como ciudadanos, reflexiones sobre y desde la ética. En mi caso, trabajo con jóvenes que están en el bachillerato, a punto de ejercer la ciudadanía a través del sufragio, esperando que esa condición ciudadana se ejerza no solo en ese acto de colocar el voto en la urna, sino que suponga una activa participación, que comprendan la importancia de la democracia en su ejercicio directo y no solo representativo, que el hecho de ser ciudadanos no sea solo ir a votar cada cinco años, sino interesarse, preocuparse por los problemas de la comunidad que habitan y formar parte de las discusiones públicas, o al menos las de su entorno más cercano, para poder echar luz sobre los caminos que deberíamos recorrer.
Desde el aula, en general todos los docentes –más allá de que algunas asignaturas en particular aterricen más en este vínculo con la ética, la política y la ciudadanía- tratamos de trabajar sobre la construcción de ciudadanía y poder romper, también, con esa característica que planteaba Lipovetsky de era del vacío, de mirarnos demasiado al ombligo, de haber perdido el sentido. La concepción del bien común es algo que, por la propia característica de las edades y por un rasgo de época, no está incorporado en los jóvenes de hoy como en otras generaciones. Por esto, justamente, tenemos que trabajar fuertemente sobre cómo afrontar ese individualismo extremo que padecemos. Cuesta que haya miradas hacia el que está al lado nuestro, que haya un sentido de lo colectivo. Y trabajar sobre esto es central para que tengamos una mejor democracia, particularmente en relación a los jóvenes, que son los que nos van a sustituir en el desarrollo de la sociedad y en el modo en que discutimos, debatimos e intentamos solucionar los problemas públicos.
VR: Y máxime cuando ya estamos montados en una campaña electoral. Al respecto, te consulto: si los candidatos de los diferentes partidos que hoy compiten por cargos electivos te llamaran para preguntarte “qué tenemos que hacer como políticos, como dirigentes, para superar estas situaciones”, ¿qué les dirías? Hemos visto, hace muy pocas semanas atrás, la firma de un pacto ético-político en el Palacio Legislativo para evitar las noticias falsas y la propagación de tergiversaciones comunicacionales, para no ensuciar la campaña política. Y allí estaban los principales dirigentes de los partidos. ¿Qué parámetros les indicarías para que efectivamente esos pactos públicos sean respetados desde lo privado, desde la acción cotidiana?
PR: Lo primero, esperar que no quede en un simple gesto, que es importante pero insuficiente. El gesto de intentar colocar reglas claras sobre tales asuntos es importante. Ya vimos, por ejemplo, lo que fue la denuncia falsa contra Yamandú Orsi, lo cual nos puso en alerta sobre los mecanismos que puedan darse para tener injerencia en la arena política. Recordemos lo que pasó hace pocos años atrás en Brasil cuando triunfó Bolsonaro, con la proliferación de las fakes news, de las acusaciones falsas sobre candidatos con posibilidades de alcanzar la presidencia y que mucha gente, por su propio sesgo ideológico y sin chequear, hacía circular, viralizaba, como verdades comprobadas.
Y ahí es donde hay una fuerte responsabilidad desde lo ético, particularmente en los actores políticos, de pararse firmes, más allá de pensar si saca tajada o no de esa situación, pues este tipo de prácticas termina encastrando a todo el sistema político y no deja a ningún partido por fuera de que lo pueda sufrir. Hoy puede tocarle a uno, pero sabemos que después le podrá tocar al otro. Por eso, es clave mantener las reglas de juego bien claras y penalizar lo que tiene que ver con las falsas noticias. Recordemos que en Uruguay la práctica de hacer circular falsas noticias llegó a darse por parte de la principal senadora del gobierno. Entonces, si de los actores políticos más encumbrados se generan ese tipo de prácticas, tenemos que tener una puesta de límites. Entonces, me parece muy sano el gesto de reunirse y decir “vamos a hacer un pacto ético-político” para ponerle un freno a estas situaciones. Es más, agregaría mecanismos sancionatorios para aquellos que impulsen ese tipo de prácticas, violando el pacto realizado. Los actores políticos tienen que dar el ejemplo de manera contundente y se debe avanzar al efectivo terreno de la práctica, que es el siguiente paso tras las declaraciones de intenciones.
En este período electoral, debemos demostrar nuestra madurez como sociedad, y los políticos, por la responsabilidad que tienen de cara a la ciudadanía, deben ser los primeros en dar el ejemplo, protegiendo así al sistema político. Y esperemos que se debatan ideas, aunque sea de manera acalorada por momentos, y evitemos el recurso de las falsas noticias, y evitando los actos de corrupción, como vimos recientemente, donde se presionó hasta la propia justicia con el fin de impedir posibles consecuencias electorales negativas. Cuando llegamos a ese grado de acciones es que estamos ya en una situación realmente de gravedad. Entonces, lo que nos queda de aquí en adelante es que esto no vuelva a suceder. Y que los actores políticos entienden de una buena vez que más allá de las trincheras partidarias debemos sostener el concepto de república, la defensa de la res pública. Y esto es lo central, que la república se construye entre la ética y la política y no es un mero discurso para la tribuna.
VR: Cuando suceden este tipo de situaciones, algunos dicen que hay que regular, que hay que legislar, crear normas de convivencia que delimiten estas acciones. Entonces, la pregunta que surge es: ¿efectivamente hay que crear nuevas normas, hay que legislar sobre la materia? ¿No basta acaso con lo que ya está en nuestro organigrama jurídico para poder ceñirnos a él y hacerlo respetar?
PR: En cuanto a la normativa jurídica existente sobre el tema no tengo la debida experticia, no tengo total certeza sobre los contenidos de algunas de las normas que entiendo ya están presentes, como de hecho sucede en el propio parlamento, con protocolos sobre el manejo ético de sus integrantes. El tema sería comenzar a activarlo debidamente o, en todo caso, acentuar algunas de las cuestiones sancionatorias. Y vale aclarar que estas cuestiones van más allá de la mera sanción y tienen que ver con la concepción de la efectiva práctica de la ética y la sana convivencia política, con lo que se incorpora desde lo valorativo y no desde lo jurídico, pero visto que lo valorativo parece que muchas veces se utiliza de un modo u otro según nos convenga, quizás haya que enfatizar más en lo sancionatorio. Si fallamos en el lugar donde justamente se construyen las reglas de juego, qué le podemos pedir después al resto de la ciudadanía. Las señales deben ser contundentes, como decía anteriormente, así que si hay que ajustar algo, que se haga, que si hay que aplicar lo existente, recurrir a las normas vigentes, que se haga.
Y aquí quiero hacer un paréntesis para retomar algo anterior. Hablando de los alumnos y el impacto de lo político, recuerdo que cuando Sebastián Marset -que obtuvo un pasaporte uruguayo para poder salir de la cárcel en Dubai y eludir justo a tiempo un pedido de extradición internacional, lo cual llevó finalmente a renuncias de autoridades importantes del gobierno uruguayo, una vez que se descubrió la turbia trama- termina saliendo con imagen y voz en un horario central de nuestra televisión abierta, al otro día en el aula algunos adolescentes lo referían como si fuese un nuevo ídolo, un todopoderoso. Y esto en el marco de una narcocultura que, lamentablemente, va creciendo en sectores de nuestra población, que se fascinan con las narcoseries de Netflix, con muchas letras de canciones que hacen apología del narco, del delito. Y, de colmo, aparece plasmada la subordinación del poder político y mediático a la figura del narco, que prácticamente tuvo un programa de homenaje en la televisión abierta. Tenemos que estar atentos a estas situaciones, que tanto daño nos causan como sociedad, para que no vuelvan a suceder.
VR: Hablábamos de políticos, de periodistas, de narcos, de la forma en que estas estructuras pueden llegar a relacionarse ¿Qué herramientas tenemos los ciudadanos para dinamizar la democracia participativa y afrontar estos obstáculos que se nos presentan?
PR: En este diálogo contigo he traído varias veces a escena a Aristóteles, quien, justamente, señalaba que las virtudes se construyen desde lo educativo y cultural. Y yo soy un convencido de que es así. En mi caso, la docencia es la pasión de mi vida y es desde ahí que hago mi aporte como ciudadano, a la par de lo que pueda también construir en mi entorno familiar. O sea, en el seno de las familias y en el seno de las instituciones educativas es donde se forman los valores ciudadanos.
Debemos trabajar sobre la concepción de democracia participativa, para que no haya una actitud ciudadana pasiva y logremos un mayor compromiso de todos, no esperando que todo venga resuelto desde la clase política. Esto es algo que se aprende, que debe enseñarse en el hogar y también en las escuelas y liceos. Es clave que las instituciones educativas brinden esta formación en ética y política, en su más amplia acepción. Yo lo vengo proponiendo desde hace tiempo, buscando dialogar e interactuar (y no meramente quedar esperando pasivamente un visto bueno) con los actores políticos, planteando la importancia de fortalecer desde educación inicial y primaria las líneas vinculadas con ética, derechos humanos, formación en ciudadanía, filosofía con niños. Esto se puede hacer perfectamente. De hecho, en muchas sociedades se hace, de una manera mucho más marcada de lo que podemos tener en Uruguay, yendo a la par de una formación docente preparada para trabajar adecuadamente en esas líneas. Porque, como decíamos, más allá de trabajar en los contenidos asignaturistas particulares, hay que trabajar sobre los principios éticos que rigen nuestra comunidad. Y estos no son tablas de diez mandamientos, no es algo que está construido y simplemente va a llegar el docente con la verdad revelada para decir “estos son los valores que tenemos que llevar adelante” -más allá de que, por supuesto, tenemos derechos humanos universales y todos podemos decantar que es preferible la paz a la guerra o resolver los conflictos de manera argumentativa y no por la violencia-, sino que se pone en debate y en discusión con los niños y adolescentes, con sus familias y con el entorno de la comunidad educativa, los valores que debemos darnos para poder transitar de mejor modo nuestra convivencia y poder generar una mejor sociedad, desde ese acento en el bien común.
Entonces, hay que tener fuertes políticas públicas que aterricen en los territorios familiares, pues las instituciones educativas no pueden pensarse simplemente desde el momento en que el niño cruza el portón de la escuela. Hay que ir al territorio y fortalecer el vínculo educativo con las familias. En este sentido, estoy trabajando en un proyecto, llamado ReIncluir, que busca reincorporar a integrantes adultos de las familias que se hayan “caído” del sistema educativo para permitir un transitar, un hábito de aprendizaje escolar en el propio hogar, mucho más fuerte del que tenemos actualmente, donde esto es un problema, por su debilidad. Y, yendo ya al ámbito estrictamente escolar, retomar lo que ha sido dejado de lado: la formación humanística, la formación en el sentido, la formación de la persona, la formación en valores. Lo reitero una y otra vez, pues es ahí donde tenemos nuestro principal problema. Son las cuestiones que debemos volver a incorporar, pues las hemos dejado de lado y estamos teniendo un alto costo social como consecuencia.
VR: Y aprovechar estas dificultades que se presentan para reflexionar, analizar, intercambiar. Y aprovechar también esta época electoral para debatir y contraponer opiniones, ideas y, fundamentalmente, propuestas, porque más allá de los diagnósticos es imprescindible la propuesta, el qué hacer. Tú proponías varias que creo que son de recibo.
PR: Y para salir de la cultura de la queja. Más allá de que la queja y el señalamiento sean correcto, hay que proponer.
VR: Pablo, te agradecemos mucho, en nombre propio y de todo el equipo de Píldoras Digitales, habernos acompañado y los invitamos a seguir fortaleciendo el intercambio de ideas, este debate planteado.
PR: Agradecerte, Víctor, por la invitación y el diálogo sobre estos temas. Lo decía al comienzo, el rol periodístico es fundamental. También educan, impactan y tienen un grado de responsabilidad.
Hay que trabajar para que la ética y la política vuelvan a reconciliarse, tras la ruptura que estamos viviendo.