En cartel -para aquellos que no tienen la fortuna de estar pensando en una playa- ha comenzado la temporada de estrenos fuertes desde la perspectiva de las premiaciones cinematográficas más importantes para la gran pantalla como industria.
“La La Land” se ha posicionado como una importante candidata a los próximos premios Oscar después de lograr una cifra record en la ceremonia de los Globos de Oro y vencer en las siete categorías en la cuales competía (película de comedia o musical, actor de comedia o musical, actriz de comedia o musical, director, guión original, banda sonora original y canción original).
Es altamente probable que sea la película del año en rigor de premiaciones. Tratemos de dar las razones de ello y también de evaluar que es lo que la puede determinar como perdurable o simplemente olvidable, consecuente a la tracción del paso del tiempo que erosiona las cosas.
Primariamente “La La Land”- escrita y dirigida por Damien Chazelle – se conduce por una forma que Hollywood venera: la auto referencia. La pieza es una construcción meta cinematográfica que homenajea a la magia que las películas esconden, el hechizo de los clásicos, la seducción de grandes actores y esa añeja ilusión de una especial espectacularidad. Nostalgia de una ciudad que sueña pero poco duerme. Añoranza de conservación de una manera y modo de hacer arte.
La vía seleccionada para mencionada construcción es un ejercicio de reformulación del género de comedia musical. Un ejercicio símil es la laureada como mejor película de 2011 “The Artist”. El interés por las comedias musicales parece tener un correr cíclico que retorna cada puñado de años. Las ultimas décadas han legado producciones como “Chicago” (2002) “Across The Universe” (2007) “Sweeney Todd”(2007) y “Les Miserables”(2012).
Lo cierto es, que ya no hay una preponderancia desde una perspectiva cuantitativa de producciones; cosas del viejo Hollywood, guirnaldas que decoraban un viejo árbol con magnificencia. La espectacularidad que importa hoy es la acción -como coreografía de un mundo violento y acelerado- y no la que puede brindar el bailar una canción, un optimismo con poca brújula. Esa es la premisa que pretende negarse al edificar este tipo de historia. Las pequeñas dosis referidas siguen funcionando en la taquilla o en la crítica.
Personalmente, el obstáculo de estos tipos de películas pasa por familiarizarse a un formato poco usual de creación. Es lo que puedo sugerir como falta de acondicionamiento perceptivo.
A Grandes rasgos “La La Land” es una historia sobre los giros del amor y de los soñadores. Incluso en estos tiempos algo inciertos (como de hecho lo es todo el tiempo) hablar de amor es hablar sobre los soñadores.
Sartre en su novela “La náusea” enuncia que: “Querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera. Hay un momento, al principio mismo, en que es preciso saltar a un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace”. Que mejor reafirmación de ello que poner en un encuentro a dos soñadores algo perdidos, distorsionados en sus vidas.
Mía (Emma Stone) una aspirante a actriz que parece destinada al fracaso, conoce a Sebastián (Ryan Gosling) un pianista que vive ilusionado con tener un club de jazz de la vieja escuela.
El resto es hablar sobre el amor y los sueños, sus alianzas y distancias, sus estaciones y recorridos, su risa y su melancolía, ilusión que reanima la realidad.
Si hacemos una caminata rápida por la película, tenemos un inicio a pleno musical, canto y baile con coreografías muy dichosas y de gran decoro técnico. Para conservadores de otra narratividad, son cuadros iniciales que no terminan de aportar mucho a la historia principal.
En este punto, uno puede sentirse en una primera clase de patín, parece rodeado de caídas y la diversión no es contagiosa.
Al pasar los dos primeros cuadros musicales, la historia comienza a contagiar una magia. Es a partir de la historia del algo frívolo Sebastián y como se conocen con Mía que las cosas comienzan a degustarse. Ello se refuerza con el segundo encuentro, que es de lo mejor de la película a nivel de comicidad.
A esta altura, las secuencias se acomodan con soltura, la química del dúo Stone-Gosling hace su encendido y realmente funciona, como pocas parejas actorales a la hora de hacer comedia romántica en el presente. Las parejas del cine de ensueño son aquellas a las que quisiéramos ver a nuestro costado en la sala sin hacer ruido a pop.
Haciendo énfasis en las individualidades, Goslyng desde una limitada gestualidad logra buenas y limitadas dosis de comedia (que son excelentes en otro film de 2016 llamado “The Nice Guys”). Lo respalda cierta simpleza o ternura para su personaje obsesionado con la pureza de un jazz en peligro de extinción.
La otra cara, Emma Stone brilla desde una especie de némesis interpretativa. Su carisma y gestualidad no dejan de fascinar. Debo usar un concepto en estado puro y por extinguirse para definirla: gracia.
A la interpretación y carisma de los personajes lo soportan una variabilidad de recursos musicales más logrados, bien intercalados entre cuadros instrumentales y de canto, acompañados de buenas secuencias visuales.
Evidentemente, la historia de amor entre Mía y Sebastián se verá desafiada por el logro de los sueños individuales. Lo mejor al contrario de una historia romántica real, llega sobre al final. El cierre de la película desde la óptica de los hechos y su forma de despliegue tiene una proximidad a lo bello. Como partidario de la melancolía no se puede creer en otra cosa.