Quizás no sea casualidad- aunque quizás Fernando tampoco lo haya sabido en el momento mismo de escribir y referenciar su escrito- la elección de un concepto de Jacques Derrida (que remonta a Platón y los griegos, claro) quien en el bellísimo documental que hiciera de su vida Safaa Fathy se define a sí mismo como sujeto colonial o poscolonial. Para ser más precisos, dice de sí que no es sino un producto poscolonial- no un sujeto, un producto- de las colonias francesas, devenido filósofo francés.
Haber nacido en Argelia, le hizo a Derrida hacer la experiencia de la expropiación colonial, particularmente de los lugares de culto- como recuerda en el mismo filme- e intentar acostumbrarse a ello; pero, “uno no se acostumbra a nada”, dice categórico.
Y digo que probablemente no sea casualidad en tanto la advertencia decolonial y su apuesta- algún tipo de desmarcaje, desprendimiento, desligue de la episteme eurocéntrica- atraviesa todo el libro.
“Un texto no es un texto más que si esconde a la primera mirada, al primer llegado la ley de su composición y la regla de su juego”, dice Derrida en La farmacia de Platón, escrito en 1968. Así da inicio a su texto en la prosecución de uno de sus temas: el secreto. Secreto en tanto lo opuesto a todo autoritarismo, a toda tiranía que no haga sino obligar a la confesión, al develamiento. “La tela que envuelve a la tela”
“Operando por seducción, el fármacon hace salir de las vías y de las leyes generales, naturales o habituales”, dirá Derrida y ¿qué sino eso es la consideración particularísima, singular, que nos propone López Lage del color?
Enmarcado en la Farmacea (Farmaqueia)que “ es también un nombre común que significa la administración del farmacon, de la droga: del remedio y/o del veneno. «Envenenamiento» no era el sentido menoscorriente de «farmacea». Un poco más allá, Sócrates, compara con una droga (fármacon) los textos escritos que Fedro ha llevado. Ese fármacon, esa «medicina», ese filtro, a la vez remedio y veneno, se introduce ya en el cuerpo del discurso con toda su ambivalencia. Ese encantamiento, esa virtud de fascinación, ese poder de hechizo pueden ser -—por turno o simultáneamente—benéficos y maléficos. El fármacon sería una sustancia, con todo lo que esa palabra puede connotar, en realidad de materia de virtudes ocultas, de profundidad criptada que niega su ambivalencia al análisis, preparando ya el espacio de la alquimia, si no debiésemos llegar más adelante a reconocerla como la anti-sustancia misma: lo que resiste a todo filosofema, lo que excede indefinidamente como no-identidad, no-esencia, no-sustancia, y proporcionándole de esa manera la inagotable adversidad de su fondo y de su ausencia de fondo”
Al igual que este libro: “… el saber muerto y rígido encerrado en los biblia, las historias acumuladas, las nomenclaturas, las recetas y las fórmulas aprendidas de memoria, todo eso resulta tan ajeno al saber vivo y a la dialéctica como el fármacon ajeno a la ciencia médica”, la práctica artística se presenta aquí como una puesta en acto de unos saberes vivos, siempre provisionales, peligrosos.
Una puesta en riesgo que no se sabe si resultará en beneficio o perjuicio, en cura o en enfermedad; y no solo los límites de lo sano y lo no sano se difuminan sino que intercambian eventualmente sus valores y quizás enfermar no sea tan malo y por el contrario resulte una vía de acceso a algo de un real que se escamotea una y otra vez.
Y así como para George Didi-Huberman, las imágenes arden al encuentro con lo real, el color pharmakon quema, envenena la obra haciéndola padecer su verdad.
Es también regalo, ofrenda, pero regalo envenenado, sin retorno… parricida de un logos fálico, patriarcal, falogocéntrico, colonial.
Mezcla, no pureza, híbris no mesura, doloroso goce no alivio o apaciguamiento, bien y mal juntos, agradable y desagradable, el pharmakon juega allí su poder.
“…para que ese farmacon resulte (…) es preciso que su eficacia, su poder, su dínamis sea ambigua”- dirá Derrida
Y agrega:
“El fármacon se encuentra siempre cogido en la mezcla (simmeikton)de que habla también el Filebo (46 a), por ejemplo esa híbris, ese exceso violento y desmesurado en el placer que hace gritar a los intemperantes como a locos (45 é)f y «el alivio que proporcionan a los sarnosos la fricción y todos los tratamientos similares sin que haya necesidad de otros remedios (uk ales deomena farmakeós)». Ese doloroso goce, ligado a la enfermedad tanto como a su apaciguamiento, es un fármacon en sí. Participa a la vez del bien y del mal, de lo agradable y de lo desagradable. O más bien es en su masa donde se dibujan esas oposiciones”
Pharmakón será también espacio y lugar de lo no subsumible al saber, a un saber textual o referencial y absoluto: “…espacio ambivalente e indeterminado (…) de lo que en el logos permanece como poder, en potencia, no es aún lenguaje transparente del saber” y quizás nunca lo sea, por suerte!
Además, algo nada menor, en la lectura que de Platón hace Derrida el pharmakon estará más del lado del cuerpo en relación al logos que se encontrará más del lado del alma; si bien o a pesar de que el pharmakon esté comprendido en el logos.
Escrito desde o a partir de una práctica artística colectiva, descrita como anárquica, efervescente, asistemática, que hiere de muerte el mito romántico del genio creador, de la soledad y el aislamiento y el apartamiento de lo social, el escamoteo de lo político.
Práctica artística que se propone como espacio de subversión, zona de resistencia, puesta en común de una caja de herramientas para una poiesis crítica contemporánea, que opera desde la subalternidad de un decir y un hacer que no busca su garante en el Estado ni en el Mercado ni en el Museo aunque deba negociar con todos ellos.
Practica situada, localizada, no universalizable que apunta a “generar sentido crítico”, una y otra vez, desde la idea misma que será puntapié inicial de procesos de análisis y deconstrucción y disidencia, de rompederos de cabeza, de perder la cabeza a veces (acá debería ir una leyenda que diga: esto (no) es un chiste interno) y recuperarla solo fragmentariamente a veces… otras ni eso.
“Preparar los colores en mi caso es un ritual casi obsesivo. Parto de determinadas ideas, y a partir de ellas el color las atraviesa u ocupa lugares planteando diálogos o divergencias, que se transforman muchas veces en el proceso mismo”, dice Fernando y unx siente que empieza a entender algo de este tránsito, de este color trans que atraviesa desnaturalizando, desvirtuando- en el sentido de perder virtud- ideas “claras y distintas” cartesianas o kantianas o de quien sea. Y otra aiestesis recupera el gesto anterior a la colonización estética, otro reparto de lo sensible parece viable.
“El tema del color es un problema que surge desde el inicio de mi carrera artística cuando asistía al Taller de Hugo Longa. Longa fomentaba el uso del color irrestrictamente, y en mi caso eso se transformó como una forma de acción política, por eso lo nombro como problema. Un color envenenado, que nada tiene que ver con la alegría, ni con la festividad, ni con el infantilismo. Un color que se opone a la paleta marrón y a la grisalla y desde ese lugar marca un espacio de subversión…”
Color irrestricto que irrumpe disruptivo en lo marrón de una uruguayez, entendida como aquello que “…fortalece el mito fundacional y que no tiene ningún cuestionamiento estético ni ético, ni conceptual sobre la tradición hegemónica…” Aquello que “…transita cómodo en el imaginario uruguayo”
Incomodidad que será también pregunta por la (im)posibilidad de fisura o fuga de ese imaginario nacional-colonial:
“¿Es posible pintar con el color irrestricto, ambivalente, el dolor de las pérdidas, el dolor del olvido, el odio hacia la impunidad?”
Color que es también territorio a desterritorializar en la relación al trazo.
“El trazo del dibujo se presenta y acciona como el vehículo de la pintura, a través de la pincelada o una espátula, un rodillo entre otros recursos.
La línea del trazo es una especie de mapa político del color, una frontera política, un borde. El trazo es la línea que forma y el color una subalternidad que parece no tener voz fuera del mapa designado por el trazo”
Pérdida del control, randomización de la experiencia, confusión, caos, alucinación serán algunos de los riesgos a correr en esta desterritoria-lización que en el campo del arte hace su vecindad más con la música y con la poesía que con el campo representacional y discursivo de la palabra; aunque como se señala en el libro: la palabra en el arte contemporáneo es tomada desde otro lugar, lugar de una visualidad ampliada y de amplificación poética más que en su dimensión de clausura de sentido.
Color Pharmakon es “un signo bajo sospecha”, se dice y creemos entender esa condición como un índice de su potencia, de su peligrosidad para cualquier pacto social regulador de cuerpos y de vidas.
Y se agrega:
“El color es propiedad de un cuerpo extraño, un cuerpo otro, que además es generalmente femenino, oriental, nativo, primitivo, infantil, vulgar, queer, patológico, vinculado al mundo de las drogas, a la psicodelia, a los estados alterados sean éstos naturales o artificiales. Fuera de la forma, del trazo, la pincelada, del volumen, del espacio, el color es el ambivalente veneno que cura y lleva a la muerte simbólica”
Habría habido un Uruguay Pharmakon y un Uruguay Frankestein, según esta genealogía que no será la de la historia oficial o hegemónica del arte uruguayo.
Ubicado en “…un período corto, inmediato a la salida de la dictadura (1984 hasta mitad de los años 90) y promovido por un grupo de artistas jóvenes”, que en ese momento también integraba López Lage.
Dice: “Fue un momento donde se celebraba la irrupción de la libertad de expresión y todos los temas eran bienvenidos porque durante una década, la censura había actuado ferozmente, y cada uno de los temas abría un archivo nuevo de contenidos. El color fue uno de esos vehículos utilizado por algunos artistas emergentes que promovíamos entre otras cosas, su uso de manera irrestricta, sin límites, incondicional y más allá de las teorías del color, las de la luz y la de los pigmentos y la psicológica.
Mayoritariamente toda la producción de ese grupo estaba vinculada al Taller de Hugo Longa y sus allegados de diversas maneras, algunos como alumnos, otros como colegas con los cuales mantenía largas conversaciones en las que contagiaba el uso del color irrestricto, como una especie de dealer del Pharmakon”
Y ese Uruguay Pharmakon emergerá entre escombros: “de la Europa que no éramos”, parafraseando a Alicia Haber y del bloque socialista. Escombros identitarios e ideológicos- la identidad no es sino una construcción ideológica, hoy lo sabemos.
Caídas que parecen haber sido vividas por muchxs como herida moderna.
“Un nuevo mapa, generado sobre los escombros del socialismo real, la autocrítica de la izquierda mundial, las renacientes democracias en América Latina, la desocupación, y la amenaza social que implicaba ser joven. Esta cartografía contenía ese air du temps y la generación emergente post dictadura incorpora todo este nuevo caudal iconográfico”
Habrá entonces una lectura hegemónica a la que le sea difícil incluir esta “pluriversalidad”- como la llama López Lage. Lectura que aún no encuentra modos de dar cuenta de la complejidad y las tensiones de ese momento por fuera de prejuicios y recelos más o menos paternalistas.
Se hablará de:
“…cierto mimetismo con el pathos autoritario anterior, acentuando rasgos infantilizantes (ciertos regodeos en la banalidad: la voluntaria inocuidad de los signos), en tanto podía tratarse, en este caso, de un regreso al imaginario de contención “fetal” propio del insilio y del acatamiento al status quo”, en lo roza el dislate pseudo psicoanalítico.
Por último la idea de un Uruguay Frankestein, construido de fragmentos, de partes, de restos, imposibilitando toda distinción neta de un adentro y un afuera, de lo vivo y de lo muerto, de todo binarismo genérico o racial, advertido de la violencia estructural de clase y un largo etcétera (todo esto último es de mi propia cosecha) no hace sino reafirmarme la idea de que estamos ante un Frankestein devenido libro.
No podré hablar de las múltiples derivas y líneas de fuga que atraviesan el análisis de artistas contemporáneos diversxs, en este libro y para lo cual el Color Pharmakon opera como un analizador, en el sentido de los analistas institucionales franceses como Lapassade o René Lourau.
Saludo nuevamente este libro veneno, ponzoña, mordedura de víbora, alerta para conciencias perezosas o cómodas.
El color pharmakon vino para envenenarnos…pero -como señala Derrida para la mordedura socrática- habrá que hacerse merecedor de este veneno y de su poder.