Así como sus anteriores realizaciones Acné (2008), La vida útil (2010) y la mini serie Primera persona (2013) el director de “El Apóstata” Federico Veiroj decide nuevamente centrarse en un único personaje. Nos cuenta la historia de Gonzalo Tamayo quien desea desvincularse de su religión católica, en principio por dudas sin mayor redundancia, queriendo borrar su registro en las actas del libro de la iglesia. Sin embargo, Gonzalo y la iglesia es tan solo una de las tantas relaciones simbólicas que rodea el film.
Lo que parecía ser un mero trámite, es una invitación al traslado de las inquietudes emocionales de nuestro protagonista, quien propulso a encontrar su lugar en el mundo, querrá finalizar algunas etapas que no dejan dar paso a la siguiente. Pero dejar atrás las etapas nunca es fácil, y menos que menos se trata a una única acción.
La película nos traslada al escenario español, con recreación histórica de algunas décadas atrás, potenciado por la iluminación en grandes escenarios rocosos y de mármol (de hecho puede que haya referencias en la fotografía que solía usar Orson Wells). No es casualidad que la película se desarrolle en España, con elenco exclusivamente español y no en Uruguay. Es sabido que rodar fuera de nuestro paisito tiene sus beneficios, accediendo más fácil a la co-producción internacional. Este caso fue con España y Francia, y no habría de poderse llevar a cabo si el escenario cinematográfico no estuviera tan potenciado en un país que no fuera el nuestro. De todas formas, es acertado elegirlo como escenario principal, dado su gran cultura remotamente católica. Aún así, la relación con Uruguay tampoco está tan alejada, dado que el hilo conductor de la película viene dado por el relato oral de la carta que escribe Gonzalo a su amigo de la infancia residente en Uruguay. Este amigo que nunca conocemos, es la única relación informal que tiene el personaje en toda la película, sirviendo la historia para concentrarse mejor en el personaje en sí mismo, como único y de real importancia para la historia.
La relación con la iglesia funciona como algo meramente ilustrativo, una metáfora, una representación del conflicto interno que tiene Gonzalo consigo mismo, que incluso encontramos huellas de humor, sobre todo para que la enunciación de estar en contra tampoco caiga en la dimensión ideológica – política del espectador. La actuación de Álvaro Ogalla es a veces un poco presurosa para su personaje, viéndose a veces forzoso con sus diálogos, pero desenvolviéndose correctamente en el resto del film.
Pero la particularidad de la película, es el dialogismo que ocurre entre sus escenas. Las relaciones entre los personajes secundarios con el principal no tienen su conexión por mero montaje entre ellas, sino que reside en una relación conexa simbólica. La evocación de los sueños e imaginario del personaje, la situación del encuentro amoroso en el ómnibus impidiendo el boceto de la carta, la materia de su carrera que siempre pierde y le impide recibirse, la relación con su madre que rige cierta dependencia, el deseo sexual por su prima que está interceptado por la convención social que lo rige, vienen a representar siempre el estado emocional represivo que posee el personaje en general, situación que resulta un tanto redundante para el desarrollo de la historia.
Existe un claro paralelismo entre su burocrático trámite con la iglesia, y su relación vincular con su familia. La relación con la primera es el principal hilo conductor de la película mientras la segunda es donde residen los mayores problemas reales para Gonzalo. Hay una clara relación Freudiana con su madre, hay un explicito y contradictorio deseo de volcarse a su prima, hay un malestar continuo con la detestable apariencia frente a la familia. No es curioso que las menciones visuales a los integrantes de la familia Tamayo sean mínimas ya que es clara intención del director puntualizar en las dos relaciones femeninas que les da vida y contradicción a su personaje: la madre y su prima, queriendo hacer presente las puntas del deseo y la represión. Esta necesidad de soltarse de una para aferrarse a la otra se traslada simbólicamente a su posición en la iglesia, queriendo dejarla atrás para sumergirse en otra que le sea satisfactoria. Se encuentra incluso un elemento común: las canciones bíblicas que canta su prima, y las mismas evocadas por los niños en la iglesia.
La posición Freudiana está presente también en las figuras femeninas y masculinas de la película. Los personajes femeninos como la madre, la prima o la vecina representan acercamientos de deseo y satisfacción mientras que las figuras masculinas como lo son los representantes de la iglesia representan represión y difusión de las normas morales. Para la suerte y salvación de Gonzalo, la relación que posee con sus vecinos, le son tan cercanos espacialmente como resolutivos ante sus conflictos. La vecina y madre de su alumno se haya como esperanza de una nueva relación apacible y de deseo, y el púbero Antonio, interrogador sobre el descubrimiento de la figura sexual femenina (también encontramos aquí una relación simbólica del propio estado emocional del personaje), también será un ayudante en su resolución de deslindarse por completo de la iglesia.
La carga simbólica que posee el film hace que probablemente el mejor público para esta película sea el adepto en psicología, haciendo intervenir a Freud, Strauss o Barthes en su rico psicoanálisis, dado que este deseo del personaje se encuentra en potencia en su enunciación simbólica, y no tanto en su tratamiento llano en la historia propia del film. Una película con estas características es bien recibida para los Festivales de Cine, como fue en el caso del Apóstata que fue seleccionada para el Festival de San Sebastián, no así muy servil para la industria taquillera.
Se estrenó el jueves pasado entonces, una película humanista con un potencial deseo sexual requerido por su protagonista, aunque el potencial de la película quedó en segundo plano, de suerte para el espectador analítico.
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