
Liturgia de lo Inestable — XVII Bienal de Cuenca
Cuenca, Ecuador.
Capilla del Museo de Historia de la Medicina
Curaduría: Francis Naranjo y Eduardo Caballero (España)
Artistas: Liliana Zapata (Bolivia), Mónica López (Ecuador), Francis Naranjo y Eduardo Caballero (España)
En la Capilla del Museo de Historia de la Medicina, el arte se convierte en un ritual que interroga la relación entre cuerpo, fe, tecnología y memoria.
Liturgia de lo Inestable, bajo la curaduría —y participación— de Francis Naranjo y Eduardo Caballero, junto a Liliana Zapata y Mónica López, propone una experiencia colectiva donde el espacio sagrado se reconfigura como laboratorio simbólico.
Oscurecida casi por completo, la antigua capilla barroca canaliza haces de luz que guían la mirada del visitante hacia tres instalaciones que dialogan entre sí, articulando una narrativa común sobre lo humano y su fragilidad.
Como sugiere el texto curatorial, “la curaduría puede ser también un juego”: un territorio acotado, con reglas y jerarquías, donde se gestionan interacciones y se crean experiencias que trascienden lo cotidiano.
Francis Naranjo — “Nadie es más igual que otro nadie (en el juego de la vida)”
La instalación de Naranjo transforma la capilla en una sala de urgencias.
Dos boxes hospitalarios, cada uno con una cama y pantallas encendidas, confrontan al visitante con la vulnerabilidad compartida.
En uno, Soda Niasse, migrante senegalesa en Canarias, narra su desplazamiento mientras se proyecta el videojuego Papers, Please, metáfora del control fronterizo y la exclusión.
En el otro, Encarna García Cabrera, médica de cuidados paliativos, reflexiona sobre la muerte mientras se despliega That Dragon, Cancer, juego sobre el duelo y la aceptación.
Aquí, lo lúdico no entretiene: expone las mecánicas invisibles del poder, la migración y el cuidado, convirtiendo al espectador en jugador de una partida sin garantías.
Mónica López — “El Último Deseo”
Una columna vertebral de gran escala, impresa en 3D y bañada en cobre, se erige como eje de su instalación.
El cobre —extraído de una piedra cuprífera proveniente de zonas mineras ecuatorianas— migra hacia el hueso en un proceso de electrodeposición, fusionando lo biológico y lo geológico.
López explora así la osteogénesis inducida por cobre como alquimia entre ciencia y mito: el cuerpo humano se convierte en extensión del territorio minado.
La obra dialoga con la tradición Ming del relato de Los Diez Hermanos, donde el deseo final es sobrevivir mediante la transformación.
Entre lo ancestral y lo tecnológico, el cobre se vuelve símbolo del poder extractivo, pero también de la posibilidad de regenerar.
Liliana Zapata — “La Isla Inconmensurable”
Inspirada en la isla Pariti, en el lago Titicaca, Zapata reconstruye una memoria arqueológica que resiste la colonización del conocimiento.
La artista proyecta imágenes, sonidos y textos que evocan las ofrendas tiawanakotas del año 1000 d.C., fragmentadas y ahora encerradas en vitrinas museales.
En su instalación, esos restos rituales —cerámicas quebradas, ecos del agua, viento andino— recobran aliento a través de proyecciones y una banda sonora original.
Zapata de esa manera nos enfrenta a una pregunta esencial: ¿pueden los objetos rituales, desplazados de su función original, volver a propiciar lo sagrado?
La pieza convierte la tecnología en un instrumento de invocación, restituyendo al territorio su poder de memoria.
Eduardo Caballero — “Todo se quiebra”
Por su lado Caballero interviene la arquitectura mediante proyecciones de luz y aforismos, utilizando gobos que inscriben frases luminosas sobre las paredes de la capilla.
Sus “escrituras de luz” rompen la penumbra y cuestionan la mirada como acto de poder:
ver nunca es neutro, y toda iluminación implica una decisión sobre lo que debe ser visto.
La luz, entendida como artificio, reconfigura el espacio y revela su condición espectral, situando al espectador en un territorio intermedio entre lo visible y lo ausente.
Asimismo el calor de los focos va resquebrajando poco a poco los cristales que van dejando marcas en los círculos reflejados sobre el piso.
Una liturgia contemporánea
En conjunto, Liturgia de lo Inestable invoca los fantasmas de la religión, la ciencia y la historia.
Cada obra aborda una dimensión del cuerpo —biológica, social, espiritual o política— para restituir su poder simbólico en una contemporaneidad dislocada.
La capilla se esta forma se convierte así en un espacio de sanación y confrontación, donde la fe, la tecnología y el arte se entrelazan como nuevas formas de exorcismo.
El visitante sale con la sensación de haber asistido a una misa del presente: un rito de luz, materia y memoria.
Una liturgia que, fiel a su nombre, abraza la inestabilidad como forma de conocimiento.

















































