«Miro salvajemente a la gente a la cara por si una cara me cambia salvajemente la vida». Pedro Pastor. Cantautor.
Y de repente las manos se hacen agua, se transforman mientras me transformo, mutan cuando yo muto. No hay silencio en la cueva oscura que es hoy mi cabeza. Tac. Tac. Tac. Se escuchan palabras temblando en los huecos de una guitarra española. ¿Es Rock? ¿Rap? ¿Hip Hop? Hay que enredarse hasta la médula, rasgar cada pared, cada piel saboreada con la piel de la conciencia. No vale quedarse a medias, dice Pedro Pastor, hijo de Luís Pastor y Lourdes Guerra. Mestizaje para gritar con cinco cuerdas el peso de las entrañas. Dar caña, decir la verdad.
Pedro es un chaval de 20 años que ha aprendido a desnudarse en público a través de sus canciones porque hay bocas, ojos, dedos y gargantas que nacieron para producir deleite y arañazos. Pedro escribe, canta, grita y habla de la existencia humana. Como todo buen gourmet ofrece un bocado de la experiencia vivida y la traduce en ritmos exquisitos. Dice que “la música no te miente”, que “la energía del público no te miente” y que “las musas son la vida”.
Ha grabado un LP de 6 canciones que lleva por título “Aunque esté mal contarlo”. En él aparece lo que no debe ser mostrado para pellizcarnos – violenta y dulcemente – con aspectos de una realidad podrida. No es cuestión de hurgar en heridas cerradas sino de aproximarse a las que están abiertas y desinfectarlas de raíz. Desinfectarlas con dosis tales de verdad que pueda llegar hasta perderse la vida en directo con cada roce final de guitarra.
Desnudarse, entregarse y dejarse acompañar, como a veces hace con Suso Sudón, poeta y amigo que colabora en “La vida plena”, su primer disco. Con este CD se ha embarcado en una gira de presentación por España que ahora le lleva durante los próximos meses a Colombia.
La vida plena, me cuenta Pedro, era eso, viajar, cruzar océanos a través de la poesía, la melodía y la guitarra. Y me recuerda aquello que una vez escribí en lo que decía que al final de tanta histeria colectiva la vida era esto, empaparse, abrirse en caída hacia lo hondo en picado y sin paracaídas. Porque el arte nos mantiene vivos sin respiración asistida, sin venas abiertas por vías mal tomadas, ni terapia por electrochoque. Como explica Pedro en la canción que lleva el título de esta reseña, sólo es cuestión de dejar la puerta abierta. Así es que, adelante, sean todos bienvenidos y no se olviden de cerrar.
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