
LA RENGA- Un banquete de rock, recuerdos y familia en Colonia del Sacramento
Estadio Prof. Alberto Suppici – 27 de setiembre, 2025.
El sábado arrancó distinto. Maxi al volante, Montevideo quedaba atrás y Colonia aparecía en el horizonte. Mate en mano, charlas rápidas sobre la ida y vuelta en el día y la certeza de que nos esperaba una jornada intensa. En la ruta venían los recuerdos de otros banquetes, anécdotas del último toque en Uruguay, el del Parque Roosevelt, y de los anteriores, Maldonado, Montevideo y hasta del primer PILSEN Rock. Es que en el mundo renguero, prender el motor y transitar la ruta también es parte del ritual y mas si hay carretera andada!
Al llegar, Colonia esperaba tapizada de banderas. En la rambla, en los balcones, en cualquier rincón del centro colgaban trapos de todos los tamaños; leyendas de barrios porteños, provincias argentinas y claro, muchísimos llegados de distintos puntos de Uruguay. Se mezclaban las banderas tuneadas de Peñarol y Nacional intervenidos con frases de La Renga y los clásicos lienzos de Los mismos de siempre hciendo guardia en las esquinas. Con apenas 30.000 habitantes, la ciudad recibía a casi 20.000 visitantes, pero lejos del caos, reinaba la calma. La comunidad renguera tiene ese código; se cuida y cuida el lugar.
Apenas llegamos a los alrededores del Parque Suppici apareció una de esas postales que explican el banquete por sí solas. Los primerxs renguerxs corrían hacia la entrada buscando el saludo de Tete, esa púa o algunas sorpresitas de esas que siempre reparte con una sonrisa. Qué tipo crack: atento, afectuoso, siempre cercano. Da gusto verlo recibir a lxs primerxs como si fueran viejxs amigxs. Y qué decir de ellxs: el esfuerzo titánico por llegar antes, una verdadera maratón de fe rockera.
Unos metros más allá, una pareja de vecinos colonienses observaba la escena con desconcierto. Me acerqué y nos pusimos a charlar, luego de contarles el por qué de las corridas “es que l bajista los recibe, les da la bienvenida”. les comento. Pablo y Rossana, luego de esa breve explicación me hablaron sobre el sacudón que significaba para la ciudad la llegada de La Renga, cómo la noche anterior habían visto a Chizzo y a algunos músicos en un bar, como si fueran parte del paisaje. Hablamos del Buquebus que la empresa había puesto especialmente para el show, trayendo y llevando almas rengueras. “Es importante para Colonia, por todo el movimiento que genera. Ojalá se sigan haciendo eventos así”, me dijeron. Y yo también lo tenía súper claro, también era importante para todxs nosotrxs.
Mientras caminaba por los alrededores iban apareciendo las caras de siempre, esos que nunca faltan en los toques de La Renga. La barra de Ruta 11 —Cristian, Richard y otro amigo cuyo nombre se me fue; más adelante el Totó, Neira, Diego y el gran Coqui. Ya dentro del Parque, Liber y Elena, inseparables en cada peregrinaje, esta vez con su trapo amarillo y negro con la leyenda “Tripa y Corazón”, colgado en una de las tribuna laterales en un lugar muy visible. También los compañeros de la adolescencia que siempre dicen presente: Bily, Gastón, Sandro, Sandino… y tantxs otrxs. Era lo más parecido a una fiesta familiar, de amistades, de pueblo.
Cuando se dice que La Renga es familia, la prueba está ahí; en medio del gentío aparecen lxs de siempre, con los mismos abrazos y la misma manija.
Entre ellos, Ale y Paho. Mi sobrino y su compañera, que ya son parte de esta ruta. No puedo evitar pensar que algo de ese amor por la banda viene de aquellas tardes de su infancia, cuando el cuarto donde yo pasaba horas de adolescente se llenaba de música renga a todo volumen, eran épocas del despedazado por mil artes, de tararear la Balada del Diablo y la muerte por todos lados y en todo momento.
Es que esa música fue el ruido de fondo de sus primeros años y hoy lo veo acá, coreando las mismas canciones, como si ese eco hubiera quedado grabado, seguro que así fue, “se hizo canción”
Seguramente otra dimensión haya tenido el show para ellos, que lo viven con otra energía, otra entrega. En cuanto a mi, no soy muy objetivo; mi identidad renguera me hace mirar todo con ojos exagerados, revalorizar detalles que quizá a otro le pasarían de largo. Pero lo cierto es que me emocioné más de una vez a lo largo de la noche.
La banda abrió con Buena ruta, hermano, como dándonos la bienvenida. Siguieron con Buena pipa, Tripa y Corazón y Detonador de Sueños, hasta la arremetida de A la carga mi rock and roll y Al que he Sangrado. Todo encadenado, sin respiro; vértigo, melancolía y la energía colectiva de siempre. En el escenario al banda entregada como siempre, Tete se caminaba todo mistras se preparaba Tirano de tu Amor y Despedazado, y así volvieron a despegar con Motoralmaisangre.
Un coro espectacular acompañó en Ese lugar de ninguna parte. Luego, la intensidad bajó y volvió a crecer con Corazón Fugitivo, A tu lado y Los brazos del Sol. El Mambo de la Botella desató el caos de movimientos y pogo. Para que yo pueda Ver, Triste Rey, Cuando Vendrán y Bien Alto fueron llevando el relato a la celebración colectiva Y En la banquina y El baldío devolvieron la marca registrada de estos caballeros del barrio porteño de Mataderos!!!!!
Quedaba pila de tela para cortar, así que como la noche se prestaba llegó la hora de ; La balada del diablo y la Muerte, El juicio del Ganso, El ojo del Huracán y Oportunidad Oportuna canciones que no pueden faltar , hasta que El viento que todo Empuja hizo levantar a todo estadio. La recta final —La razón que te Demora, El final es en donde Partí, Somos los mismos de Siempre, El Rebelde, Lo frágil de la Locura y el clásico Hablando de Libertad— cerró el viaje de la única manera posible; regresando a la misma intensidad con la que todo empezó.
Con 31 temas y más de dos horas y media sobre el escenario, la banda hizo lo que sabe; transformar un recital en una gran fiesta popular, algo que no te querés perder. A la salida, la gente rumbo a los buses, autos y al Buquebus. Los trapos seguían flameando con el viento. Es que Si el final es en donde partí, a ruta nos llevaba de regreso con el cansancio en el cuerpo y la certeza de haber vivido otro banquete histórico.
Y mientras el motor marcaba el compás del regreso, ratificaba por qué seguimos yendo a verlos en cualquier contexto y momento, no es la música, los trapos, ni siquiera los abrazos conocidos. Es la fuerza de una comunidad que se sostiene, que transmite pasión y cuidado, que comparte memoria y presente al mismo tiempo. Es un ritual que nos recuerda quiénes somos, que nos conecta con lo que amamos, con los que vinieron antes y vendrán después. Se siente como un compromiso silencioso, un intento eterno de mantener vivo esto que nos pertenece; que es colectivo , aunque la ruta nos lleve otra vez a casa.
Aguante la Familia !!!!!!!
Aguante La Renga
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