Una dice «Hugo Fattoruso» y ya siente sonidos. Además de los sonidos, solo con nombrarlo, se siente una energía, una impronta especial, que me hace pararme más derecha, abrir el pecho, estar más receptiva… con oídos muy dispuestos y con certezas de todo tipo.
Saber a priori que un toque será excelente tiene un efecto claro en las células: por un lado las ordena a todas de golpe; por otro, genera una excitación anticipante, un burbujeo emocional que es disfrutable en sí mismo. Así, una Trastienda hasta las manos (sí, leíste bien: llenísima, ¡repleta!) se embarcó en la presentación de Hugo Fattoruso y Barrio Opa, el sábado 20 de octubre de 2018. Sabíamos que íbamos a gozar pero, así y todo, nos sorprendió el nivel de genialidad musical.
La cantidad de músicos que son identificables al escucharles unas pocas notas no son tantos en la historia de la música. Hugo Fattoruso tiene la característica asombrosa de ser uno de ellos. Apenas arrancar sus primeras notas en el teclado, ya estábamos inmersos en su hechizo. Él ha logrado poner en sonidos algo que lo atraviesa y algunos tenemos esta suerte increíble de haber nacido en su mismo espacio-tiempo y poder presenciar y participar de este fenómeno. Escucharlo emociona y punto. Le podremos buscar las mil y una explicaciones mentales pero lo que se vive al escuchar su música es una conmoción colosal. Todo lo demás, son vericuetos.
Pero como ustedes probablemente esperen algún vericueto mental, intentaré relatarles algo, con la esperanza de que por un lado, puedan acompañar lo que sucedió y, por otro, que a la próxima oportunidad que encuentren de ir a ver en vivo a este fenómeno, no vayan a perdérselo. Porque si les tocó coexistir con él en tiempo y espacio, se pueden considerar afortunados.
Melodía, armonía y ritmo confabulan en Hugo. Y también confabula la dimensión tiempo… porque simultáneamente, en cada instante, habitan los años de experiencia musical y una juventud sonora fascinante que hace que cada concierto suyo sea una novedad. No escuchamos a un músico de los 70 repitiéndose en 2018, sino que escuchamos a un músico que ya en los 70 era un genio y que continuó desarrollándose de manera tal que hoy su música es revolucionaria. Este hombre no hace música, es música. Él y su piano son una unidad indivisible.
La razón para este concierto fue presentar el disco «Hugo Fattoruso y Barrio Opa», que grabaron en Montevideo, en Estudio Sondor, con un productor inglés, Joe Davis, un apasionado de la música brasileña.
Los músicos que tocaron en La Trastienda son: Albana Barrocas (batería y percusión), Francisco Fattoruso (bajo), Nicolás Ibarburu (guitarra), Andrés (Tato) Bolognini (batería), los hermanos Silva (Mathías, Guillermo y Wellington) (tambores), Rubén Rada y Matías Rada (guitarra). Invitada: Luanda Fattoruso (voz).
El nivel musical de este show fue equivalente a la suma de la maestría musical que tienen todos estos músicos. Fue sideral la genialidad y cómo manejaron el lenguaje Fattoruso de la manera más auténtica y sentida.
El dominio musical de Albana Barrocas ha venido en aumento permanente desde hace años. Es impresionante escucharla y verla. Su marca personal le aporta a la música de Hugo un condimento que quizás no tenía antes de comenzar a tocar con ella. Hugo siempre tuvo su componente «electrónico» pero Albana subió esa perilla un poco más todavía y desde un ángulo distinto al que conocíamos antes de ella. Su conocimiento rítmico maravilla y su nivel técnico se va de tema. Tocó uno de los últimos temas con el berimbau y ¡la rompió de una forma! Cada instante de cocreación suya con Hugo tiene una cualidad particular, hay una sinergia mágica sucediendo entre los sonidos de uno y otro y una comprensión mutua que genera estabilidad y solidez rotundas.
Ya que llegué aquí, les cuento que fue un concierto en el que encontré muchas díadas dignas de reverencia. Esa es una cualidad particular del jazz, funk, candombe: la dinámica que se forma entre los instrumentos tomados de a dos, o de a tres, y cómo eso se inserta en un plan mayor que incluye a todos los instrumentos. Pero hay conciertos en los que hay un protagonismo clarísimo y no hay tanto lugar al despliegue de todos. Bueno, en este caso, siendo Hugo Fattoruso la figura principal se podría haber esperado que se robara toda la atención y, sin embargo, para mi deleite, hicieron música, se dejaron atravesar por la magia musical y eso, por supuesto, siempre es democrático. Y como estos músicos tenían con qué, pasaron cosas increíbles.
Cada diálogo de Tato y Albana fue de alquilar balcones. Daban ganas de ponerle pausa, retroceder, y «play» otra vez. ¡Fue una de repartir palos! Aquello era como una locomotora que de un empujón te podía dejar directo en Alaska. Y todo con un disfrute gigante y una razón musical de peso. Si me meto a escribir sobre Tato corro el riesgo de escribir tres horas. No lo haré, pero sí déjenme decir que llevar así al tren arrollador que fue este toque es de genios. Además, ¡siempre metiéndole esa alegría desbordante que transmite con sus palos!
Hugo y Francisco son un caso aparte. Francisco se toca todo desde siempre pero cada toque me deja con la boca más abierta. Aquí sentí que era como si ellos dos se leyeran la mente todo el tiempo. Ambos sabían lo que estaba por tocar el otro… era casi como si fueran uno solo tocando, solo que desde los dos extremos del escenario. Genialidad musical compartida y mucha gozadera mutua.
Nicolás Ibarburu es otro extraterrestre más. Al igual que Hugo, y que Francisco, una no siente que agarra una guitarra y se pone a tocarla sino que parece que él y la guitarra son una misma cosa. Y de esa unidad sale una magia sonora que genera un disfrute profundo, de tinte nostálgico y serio con recodos de optimismo y ternura. En este concierto estaba en su salsa y fue obvio todo el toque que entre Hugo y él había un entendimiento perfecto.
En un par de momentos Hugo, Nicolás y Francisco tocaron unas melodías al unísono, los tres. Creo que esa sería una buena manera de morir: con un éxtasis como ese.
Y así, tomándolos a todos de a dos, era un deleite atrás de otro. Ibas sumando eso de a 3 y a de a 4 y quizás puedas imaginar lo que estoy intentando transmitir: un alto viaje.
Vieron que por las venas uruguayas pasa sangre pero también candombe. Muchos conciertos uruguayos no tienen la participación de tambores y sin embargo los tambores de Barrio Sur están implícitos en muchísima música nuestra. Pero una cosa es que estén implícitos y otra cosa es la maravilla de tener al chico, repique y piano formando parte del desbunde sonoro. Los hermanos Silva vienen tocando con Hugo y Albana hace tiempo ya, con lo cual la sinergia colectiva es buenísima. Hubo un respeto notorio entre los tambores y los demás instrumentos en cuanto a la presencia y volúmenes de cada uno y un banquete de combinaciones rítmicas y tímbricas.
Un capítulo aparte fue la presencia de Rubén Rada en el escenario. Apareció con su simpatía y desparpajo de siempre, improvisando y haciendo surgir en todo el público las palmas y la algarabía, como solo él sabe hacer. Este genio pone un pie en el escenario y ya estamos todos, arriba y abajo, con una sonrisa de oreja a oreja y moviendo alguna parte del cuerpo. Y su voz… esa también anda por las venas de todos nosotros y se siente muy bien. Por ese rato nos hicimos todos la cabeza de estar escuchando a OPA, sí.
En algunos temas participó también Matías Rada, quien también tiene una personalidad firme y cada vez más definida en la guitarra.
Una invitada especial fue Luanda Fattoruso quien nos regaló su voz dulce, profunda e interesante. Un auténtico toque de distinción.
El concierto terminó con todos los músicos tocando candombe en los tambores. En ese momento una se pellizca y agradece haber nacido en este país. Y recuerda que ha sido un regalo tan increíble como inmerecido el que nos hizo la gente que vino de África. Vinieron por razones que avergüenzan y nos regalaron esta felicidad desbordante. Cuando decimos que el candombe es uruguayo, dediquémosle un momento a agradecerles a los africanos que nos regalaron algo que ha demostrado ser el vehículo perfecto para expresar una forma particular de ver la vida: mitad alegre, mitad nostálgica. Me queda un poco la duda de si vemos la vida así y el candombe nos calzó como un guante o si el candombe con el que crecemos en este país nos hace ver la vida como la vemos. Sea como sea, ya somos indivisibles.
Permítanme agregar aquí, porque así lo siento, una reverencia a Osvaldo Fattoruso también. Lo recordé mucho y sentí que si por las vueltas de las dimensiones, estuvo ahí escuchando, se tiene que haber gozado con lo que pasó esa noche. Elijo creer que así fue.
Al salir, muchos tarareaban la melodía de Goldenwings y había un sentimiento de unidad entre desconocidos palpable. De La Trastienda hasta mi casa hay unas cuadritas. Cuando iba llegando a mi hogar, por calles bastante vacías, oigo que una cuadra adelante iba un ser silbando Goldenwings otra vez. Es muy fuerte lo que significa Hugo Fattoruso y OPA. Los llevamos en el alma. Yo agradezco infinitamente.
Fotos: cortesía de Natalia Rovira.