El ave de batalla del mexicano Alejandro González Iñárruti llegó a lo más alto en la entrega de los premios Óscar 2015 realizada el pasado domingo 22 de febrero.
Es que no hay nada más alto quizás para un cineasta que llevarse una “triple corona” como: director, productor, y guionista – estos dos últimos de forma conjunta, vale la aclaración-.
Mientras tanto, el cuarto premio de la Academia otorgado a la cinta fue en el rubro “mejor fotografía”, para el también mexicano Emmanuel Lubezki – que suma en su historial otro Óscar por el filme “Gravedad” y grandes trabajos en películas como “Hijos del hombre”, “El árbol de la vida” y “La leyenda del jinete sin cabeza”-.
La cereza mientras tanto, jamás llego. Michael Keaton debió guardar su discurso al ser derrotado por Eddie Redmayne – por su papel de Stephen Hawking en la película “La teoría del todo”-.
La Academia siempre valoriza papeles donde los actores interpretan una dificultad mental o motriz – o solo se vuelven feas como ocurrió con Nicole Kidman -. Con ello no desmerecemos el papel desempeñado por Redmayne, pero Keaton desarrolla una triple actuación a lo largo de la cinta: tiene la virtud de ser “Birdman” en algunos pasajes, de ser el actor venido a menos Riggan Thompson y de ser Riggan Thompson “actuando en una obra de teatro”.
A la película la acompaña además de una digna construcción de escenario, un alma notable desde su texto original. Pero la piel encarnada en grandes interpretaciones no se llevó menciones está vez, y las merece en demasía -la labor de Edward Norton es nuevamente notable por dar un noble ejemplo -.
La factoría técnica desde lo visual es ambiciosa. Por momentos las secuencias aparentan no tener ningún recorte, ninguna pausa, pero son solo una pretensiosa trampa del director. Un noble juego entre lo real, lo escenográfico y lo irreal. Ello es acompañado por la música exquisita del baterista de Jazz , el mexicano Antonio Sánchez.
Pero, ¿cuál es la esencia de esta multipremiada obra cinematográfica? “Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia” se presenta como una comedia de humor negro donde su protagonista el actor Riggan Thompson – reconocido por su rol de superhéroe Birdman – lucha contra viento y marea por lograr el éxito en Broadway al presentar una adaptación teatral del cuento «De qué hablamos cuando hablamos de amor» de su más admirado escritor, Raymond Carver.
El genio de la película pasa por las vicisitudes que debe atravesar este actor para alcanzar lo que él considera la medida de la trascendencia: el amor de todos.
Desde sus demonios más internos, donde un impertinente alter ego – Birdman el superhéroe – se manifiesta en los momentos de mayor desesperación de Riggan, hasta un torrente de peripecias imprevisibles a lo largo del backstage de una obra teatral: una hija rebelde, un actor que vanagloria su propio cinismo, una crítica de teatro inquisidora, etc.
En más de un pasaje vemos a Hollywood haciendo “metafísica de Hollywood”: lo efímero del éxito, lo adictiva que puede llegar a ser la fama, el anhelo por el reconocimiento de todos, el miedo al fracaso.
El cine como elemento artístico es puesto en evaluación: el éxito pasa por un cine de mediocre contenido, pero con una aparatosa maquinaria violenta, Hollywood padeciendo la consideración de «basura» por parte de Broadway.
Estos discursos son trillados, pero no lo son de la manera en que Birdman los expone. Ahí yace lo disfrutable o lo que muchos consideraran inentendible o sobrevaluado.
Creo que lo más interesante de este filme es la revisión del estatus del arte como elemento de virtuosismo.
Aquellos intrigados con ese problema de paso pueden darse a la búsqueda de un buen ensayo de Mario Vargas Llosa llamado “La civilización del espectáculo”, donde entre otras cosas, se analiza una obra de caca de elefante exhibida en un museo prestigioso- prefiero no contar el final-.
De alguna manera la cuestión es ¿de qué sirve la total entrega y la excelencia artística en un mundo donde puedes ser reconocido por la banalidad más pura en cualquier instante? ¿Hasta dónde va el sacrificio? ¿Es realmente reconocido como debe ser el talento de un ser humano?
Trascender no es decir o hacer, es “mostrar el decir y el hacer”. Lo que digo o hago cada vez es algo más efímero. La pureza no es el momento, sino que tengo “grabado” el momento. No esperemos virtud donde reina la ignorancia.
Imagen portada: imagen – middleist.org