
Caza y pesca de Rodolfo Santullo, editado por Tusquets, es una preciosa invitación a sentir cómo las pulsaciones se aceleran al ritmo de un thriller arrollador. Tiene como condimento el hecho de que todo ocurre en el Uruguay rural, y los protagonistas son Montevideanos. Algo de este contraste lo habíamos visto —literalmente, visto— en La teoría de los vidrios rotos, aunque la clave allí era de comedia.
Viernes
El libro llega a mis manos en medio de la última ola de calor del verano, en una oficina donde la baja tensión no permite usar el aire acondicionado y la gente transpira frente a la luz fría de las pantallas. Así como llega, va a dar a la oscuridad de la mochila, de donde recién saldrá en la noche, para el ritual de ojear las primeras páginas, compartir algún párrafo leído en voz alta con ella —que comparte el gusto por la buena lectura, la música y el cine—, y dejarlo reposar sobre la mesa de luz, que mañana es sábado y anuncian lluvia.
Sábado
Cómodamente instalados en el comedor, entre mate y mate, nos metemos en la lectura. Santullo elige con precisión quirúrgica cada plano. Experimentado contador de historias, instala desde la primera línea una situación atrapante.
Amante del cine clásico, sabe que si en la primera escena muestra un arma, ésta debe ser crucial para el desenlace. La pregnancia de la primera imagen nos zambulle en el inicio de la historia. Un flashback que nos llevará con un vértigo no exento de humor, a escenas y acontecimientos que siempre suenan familiares, y cada vez más intensos. Tres amigos, tres actitudes ante la vida, tres formas de hacer. El Chino, Willy y Federico. Suena la fanfarria de Fox, ruge el león de la Metro.
Ese afán tan citadino de darse unos días para rodearse de espinillos, arena, aguas cristalinas, fauna silvestre, alimentos cocinados en el fuego y noches iluminadas por faroles a mantilla. Un mundo de otro tiempo. Una larga serie de rituales de masculinidad. La ilusión de vivir de la caza y de la pesca. Sin que falte, claro está, la camioneta 4×4, la heladerita llena de cerveza y el celular que aunque no agarre señal, es el delgado hilo que nos vuelve al mundo del asfalto y la electricidad.
Las descripciones del monte nativo, la decadencia de campos semi abandonados, la mirada ciudadana sobre todo lo que no es asfalto: “Campo verde, vacas, alambrados. Algún árbol solitario. Más vacas, más campo.” se entrecruza con diálogos sabrosos. Un padre reciente, un escritor que no ve más allá de las ficciones que se inventa, un empleado de una de las tantas tiendas de camping, caza y pesca; que sueña con una vida menos tediosa que la que ofrece la ciudad. De los que de puro aburrido practica con arco y flecha en los pasillos de la tienda.
A media mañana la trama ya nos tomó por completo. Ya tenemos claro a quien amar y a quien odiar. Ya nos hemos reído con entusiasmo. Ya hemos visto el horror al que sometemos a nuestros animales diciéndonos que toda crueldad aprendida “es natural” y que la brutalidad más descarnada es mucho más auténtica que cualquier piedad. Porque el vértigo de la acción no deja de estar lleno de observaciones que obligan a apoyar el libro sobre las piernas y a comentar.
Escrita a la manera de un diario, día por día, la tensión estira las lingas hasta el borde mismo del estallido. Los diálogos son excelentes. Santullo sabe decir mucho en pocas palabras. Conocemos a los personajes porque cada uno tiene un lenguaje propio, una singular forma de moverse. Es todo un arte presentar personajes que brotan del papel, humanos, complejos. Las acciones, que las hay en abundancia, terminan de confirmar la profundidad de cada uno. Todos diferentes, todos creíbles, todos peligrosamente cercanos. Allí reside una de las virtudes de Caza y Pesca. Es tan familiar como fantástica.
Ella y yo hacemos una pausa larga, tendemos un toldo improvisado frente al parrillero. Dejamos que el fuego y las brasas doren un pollo. La lluvia mansa se hace sentir. El vino afloja siempre la tensión. Como los cuentos de Quiroga, la cercanía del paisaje y las voces conocidas imponen un momento de reposo tan necesario como un buen vendaje para una herida. Las flechas de Santullo no fallan el tiro, aunque las distancias y los blancos cambien siempre. No hay caza sin muertes. Todo pescado saboreado junto al fuego había estado nadando en la corriente ajeno a lo que vendrá. Todo animal defenderá su cría hasta el último aliento. Toda furia puede arrasar con la guarida indefensa.
La lectura y los comentarios abrigan la noche. La lluvia trajo el fresco como un bálsamo. Los personajes secundarios abandonan la escena luego de cumplido su papel. Nos vamos a la cama sabiendo que el duelo final será tan épico como el de un film de John Ford.
La prosa de la novela sostiene un ritmo exquisito. Los primerísimos primeros planos ubican arrugas talladas a hachazos en rostros de quebracho, miradas torvas que oscurecen la mañana más clara. Asados donde la carne que se saborea no es solo la del cerdo jugoso que se come a punta de cuchillo. Vinos de cuerpo áspero que endurecen las gargantas que dicen más con sus gruñidos que con las palabras.
Domingo
La mañana ofrece un cielo donde el azul gana espacios entre las nubes que ayer entoldaron la jornada. El final de la novela aguarda. El mate espumoso riega las escenas finales. Una justicia tan ancestral como ciega restaura los equilibrios rotos, aunque como toda justicia, siempre será impotente para reparar daños.
El suspenso, la acción, los largos discursos de Don Gregorio, los silencios profundos del mudo, la borrachera de Echenique, los pasos silenciosos de Tabaré y Yara, las mandíbulas de Capitán, los ladridos de los perros tan fieros como obedientes, las raíces nudosas, las espinas en cruz, los perdigones y las flechas, la luna brillando como un farol de arrabal sobre un cielo de oscuridad nítida en pleno campo…, todo está equilibrado en una película hipnótica que brota de las páginas de la última novela de Santullo.
En pocas palabras, la precisión en las descripciones, la construcción de los personajes, la maestría en el manejo del ritmo, la firmeza con que elige qué mostrar y qué dejar en las sombras, la pregnancia de las imágenes, hacen de Caza y Pesca un thriller disfrutable de un extremo al otro. Un libro que reclama más de una lectura, y que lanzado al ruedo, atrapará sin dudas a tantos lectores como las flechas que el Chino clava en las ramas de un nuevo árbol, mientras ajusta la puntería.