La muerte de Neil Armstrong el 25 de agosto de 2012, trajo a las portadas planetarias la luna satelital, la que cada noche se descuelga del cielo. Armstrong la tuvo bajo sus pies. No sé si la tuvo consigo, como el poeta en sus sueños. La Historia no lo dice. Con su mirada fría solo nos dice que el hecho aconteció el 20 de julio de 1969, al sur del Mar de la Tranquilidad, seis horas después de haber alunizado. Las mismas horas que durmió Alonso Quijano, el loco manchego que creó la más fascinante figura literaria que ninguna locura pudo crear jamás: don Quijote.
La muerte del astronauta trajo también a la memoria la distancia que la prensa puso a la poética luna, de los hombres. La luna había perdido su halo misterioso e inspirador. La hazaña, sueño milenario de los hombres, ya era una realidad y, como tal, no era más que otro de los objetos conquistados por la humanidad. Pero no fue así, no es así, y no será así. Porque plateada u oscura; incierta en sus contornos o tejiendo arabescos, ella irrumpe cada noche para envolver el sueño de los amantes que reposan.
Como ella, los seres humanos tenemos nuestro lado oscuro, que es nuestra secreta intimidad que nos caracteriza como individuos. Ya lo dijo Mark Twain: “Everyone is a moon, and has a dark side which he never shows to anybody“ (“Todo el mundo es una luna y tiene un lado oscuro que nunca muestra a nadie”). La misma intimidad que a pesar de las pisadas del fallecido Neil Armstrong, y otros que le siguieron, y le seguirán, sobre su superficie árida e inhóspita, no podrá jamás ser develada, aunque Armstrong dijera que “era suave y polvorienta”.
La humanidad continuará amándose bajo su luz silenciosa y apacible. La humana paradoja, es que continuará también matándose bajo esa misma luz, silenciosa y apacible. “Bajo el silencio amigo de la Luna”, como escribió Virgilio en La Eneida. Porque 50 años, o algo más de historia, no pueden ofuscar miles de años de mitos y poesía que los hombres de todas las razas, de todos los credos y en todos los idiomas, han cantado a la Luna.
Qué importa, por lo mismo, que 12 hombres ya hayan caminado por su superficie poéticamente llamada por Buzz Aldrin, el astronauta que siguió a Neil, “magnífica desolación”. Tampoco importa que hayan sido 27 los hombres y mujeres que llegaron hasta ella, aunque 15 solamente la hayan sobrevolado. La historia también registra que fueron seis los viajes tripulados desde 1969 a 1972. Al registro histórico también le interesa el último hombre que caminó sobre su superficie: Gene A. Cernan. ¿Usted lo recordaba, lector?
La Luna continúa poéticamente distante de los hombres, porque continúa siendo soñada, y el ciclo de la vida y la muerte no se detiene bajo el plateado de su luz. El mismo plateado que desde su superficie, los astronautas de la última misión, Apolo 17, con el sol a sus espaldas, captaron de la Tierra: La Canica Azul, el 7 de diciembre de 1972. Una fotografía-arte que muestra a nuestro planeta completamente iluminado. Pura historia.
Pero la Luna es mucho más que Neil Armstrong y sus primeros pasos, o Gene A. Cernan y sus últimos pasos. La Luna son todos nuestros pasos hechos de sueños y ensueños, por un mundo bello y mejor.
Imagen portada: Huella del piloto del módulo lunar de la misión Apolo 11, Buzz Aldrin, en la superficie lunar. Su bota (con nueve costillas) era más grande que la de Armstrong (ocho costillas), por lo que sería posible individualizar las huellas de cada uno. / NASA








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