Estamos en el Lalá café con libros. Hay banquetas sobre una estantería, corazones colgando del techo, espejos escritos con tinta blanca, un sapo con una trompeta en las manos y una biblioteca repleta de libros. La noche del primer lunes de mayo terminó así, con Alejandro Balbis brindando, suspirando y dando las gracias.
Balbis presentó canciones de su primer y segundo disco, El Gran pez y Sin remitente. Habló del pasado, de su casa, de los libros para los que no estamos preparados hasta 25 años después, del origen de cada persona, del proceso de búsqueda de uno mismo en otro país (porque uno es uno y es otros). Habló del juego que es la música explicando que cantar fue el primer instrumento que encontró el ser humano en su propio cuerpo. Nos ofreció un taller improvisado de murga uruguaya, contándonos el nacimiento, proceso y mutación del reciclaje musical y su porqué.
Habló de Uruguay como de un pueblo que canta y del uruguayo que emigra y sufre el síndrome del Uruguay congelado en otro tiempo. Nos contó cómo Mirna, su profesora de escuela, le explicó el concepto de conjunto vacío y cómo no lo entendió sino a través del dolor y los años. Y llegó finalmente a la última canción, mirando al cielo y escuchándonos tararear dulcemente.
Imagen portada: Lalá café con libros
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