
Pautamos encontrarnos con Daniel Drexler para hablar de su nuevo disco y la presentación en la sala Zabala Muniz del Teatro Solís.
Pero una charla con él es un viaje con itinerario abierto, con seductores caminitos que se abren y nos llevan a historias tiernas, curiosas, raras, interesantes. Sobre todo, interesantes.
Daniel es un científico que toca la guitarra como un concertista y canta como un juglar.
Este último disco, La voz de la diosa Entropía conjuga todas sus caras, todas sus facetas, el delicado equilibrio entre el músico y el hombre de ciencia.
Hasta casi entrados los veinte años Daniel no sabía que se iba a dedicar a la música, simplemente estaba ahí, como las tablas de surf o la medicina, todo formaba parte del gran combo de la familia Drexler Prada.
Daniel y sus hermanos pasaban el año lectivo en Montevideo y los veranos en Rocha, un tiempo de obligaciones incuestionables y otro de ocio creativo, de diversión, de libertad total.
No sé cómo empezó mi relación con la música. No hay un momento en que diga: está empezando a pasar esto, fue como una realidad subyacente, como si empezaran a surgir puntas de iceberg acá y allá, creo que hasta los 16, 17 o 18 años no había tomado consciencia de la posibilidad de ser músico, y me la terminé de creer a los treinta. No entiendo cómo se dio, yo creo que en casa había una serie de señales, una mixtura muy confusa, porque mis dos padres médicos, otorrinos, muy dedicados a la carrera médica, un tío médico, el otro ingeniero agrónomo y otros maestros. Profesionales y maestros rurales muy dedicados a las cuestiones de la educación. Entonces había una disciplina muy fuerte en casa, que nadie la imponía con el discurso, estaba implícita, porque a mí no se me ocurría no hacer los deberes, no pasar de año, no tener buenas notas, todo eso venía en el ADN, y por otro lado nos llevaban a fines de noviembre a La Paloma, nos quedábamos los nueve primos, un mes con los abuelos, otro con los tíos y otro con mis padres. Y ahí había un culto al ocio creativo, mi abuelo nos sentaba, nos contaba historias, había un culto a contar cuentos, al que estaba contando un cuento no se lo podía interrumpir, el que lo hacía era prácticamente enviado al ostracismo, había una tendencia a disfrutar de eso, de contar cuentos, de la playa, de jugar, y en ese ámbito venía mi tío, el hermano de mi madre, que tocaba la guitarra y cantaba. Y nos hacía cantar a todos, nos grababa en un grabador JVC, es el papá de Ana, Mariana y Margarita, el Chiquito Prada. Esa guitarra con la que tocaba se la regaló a Jorge a los doce años, y quedó ahí dando vueltas, todos aprendimos a tocar con esa guitarra mexicana.
Además, fue una infancia rodeados de tipos raros, porque mi tío era integrante de la primera banda de surfistas del Uruguay. Había unos personajes, uno llamado Bifo, Mier, Lalo Brea, cinco o seis hippones de un florecimiento de movimiento hippie predictadura que se fueron todos a vivir a La Paloma, se hicieron las casas entre todos, era una ambiente radicalmente opuesto a lo que me pasaba durante el año, que era riguroso, yo era abanderado, tenía las máximas notas y después en verano me iba para ahí con esos hippies y en el medio la aparición de la marihuana, la aparición de las drogas, el sexo, salida de la dictadura en la adolescencia, era un combo muy difícil de resolver, con una contradicción intrínseca, que mantengo hasta hoy en día.
Celebramos Navidad y Hanukkah
La familia Drexler proviene de Alemania, llegaron a América huyendo de la guerra, el primer destino fue Bolivia y luego Montevideo, donde montaron un taller de blusas. Gunter, el padre de Daniel, las corría en la mesa del taller para estudiar medicina, de mañana estudiaba en la facultad y de tarde hacía el reparto de las prendas por la calle Colón. La cultura del trabajo, la capacidad de sacrificio para obtener resultados está en el ADN de los Drexler, pero también en los Prada. De ellos viene la impronta cultural que impregna a la familia. Los abuelos maternos fueron maestros rurales, comprometidos con la causa de la educación, integrantes de la intelectualidad uruguaya. Daniel recuerda que en la casa de sus abuelos eran frecuentes las tertulias, era normal cruzarse con Carlos Quijano o Carlos Maggi, el maestro Julio Castro era el mejor amigo de su abuelo y con él hicieron el Programa para Escuelas Rurales que después adoptó la UNESCO como modelo a aplicar en otros países. Se podía hacer la revolución a través de la educación y en eso estaban. Pagaron su vocación y entrega con persecución y exilio en los duros años de dictadura y ya no volvieron al país.
Estas influencias hicieron del hogar de los Drexler un modelo de sincretismo:
En nuestra casa se ponía el arbolito de Navidad, era una casa totalmente atea y unos abuelos traían los regalos de Navidad y los otros los de Hanukkah. Para nosotros eso era normal y siempre lo fue. Una familia donde el sincretismo se vivía como una fuente de riqueza y orgullo. Eso amplía los horizontes, porque pasás de estar en la Paloma, con unos hippies drogones, soñando con Hawái a llegar y que estén hablando de Jerusalén, y esos universos conviven permanentemente, enriquecen y traen mucha información que va más allá de la cantidad de libros que puedas leer, es una vivencia muy profunda.
Todo empezó con los Beatles
Cuando Daniel comenzó a tocar la guitarra, la primera canción que sacó fue «Girl» de los Beatles, esos tres acordes, esa melodía, fueron el puntapié inicial de su creación artística, un día, casi sin saberlo le estaba poniendo letra a esa canción.
Jorge también dio sus primeros pasos con las canciones de los cuatro de Liverpool. En 1980 se manejaba la posibilidad de que Los Beatles se volvieran a juntar y Gunter les había prometido que, si lo hacían y venían a algún país de Latinoamérica, el los llevaría a verlos. El sueño terminó un fatídico ocho de diciembre, frente al Dakota, para Daniel terminó cuando Jorge entró al dormitorio que compartían, con lágrimas en los ojos a darle la noticia.
Daniel y Jorge compartieron dormitorio toda la niñez y parte de la adolescencia, pero no será solo eso lo que compartían, ellos funcionan como un binomio, ambos músicos, ambos médicos, ambos especializados en otorrinolaringología como sus padres. Han pasado por experiencias similares que los marcaron, han disfrutado y padecido la música y la medicina y han construido un camino que tiene mucho de complicidad, de competencia, de afecto y respeto mutuo.
Daniel recuerda que Jorge se presentó por primera vez en público en un concurso en el Club Albatros, con una canción propia, romántica y políticamente incorrecta para estos tiempos. Por su parte, Daniel, en 1987, año en que ingresa a facultad de Medicina, forma La Trascaband. Jorge, por su parte, también estudiaba medicina, iba a los ensayos y se cuestionaba qué estaba haciendo en facultad si lo que quería era tocar. Unos años después, en 1992, Jorge estaba grabando su primer disco en el estudio Record y Daniel se escapaba de los teóricos de facultad para asistir a la grabación, ir a buscar o llevar en el auto a Hugo Fattoruso, al baterista José de San Martín y se preguntaba, porqué volver a clase si lo que quería era estar ahí tocando la guitarra.
La carrera musical y la medicina han estado siempre presentes y en conflicto. El sueño personal se enfrentaba a las aspiraciones familiares, Gunter soñaba con el Instituto de Otorrinolaringología Drexler, había unas expectativas que los hermanos Drexler estaban necesitando defraudar y defraudar nunca es tarea fácil.
Nosotros llegamos a la vida con mandatos pesados, que nadie te los dio, pero estaban implícitos, empezar a soñar con la música fue de una complicidad casi de trama con Jorge, entonces al mismo tiempo que hay una competencia a medida que las cosas iban pasando la alegría era muy grande y era mutua, porque era como nuestra pequeña vendetta contra nuestros viejos. Era tan violento lo que enfrentábamos a pesar de que nuestros padres nunca fueron violentos, cuando vieron que la cosa iba por otro lado lo aceptaron bien, fíjate que nosotros operábamos juntos los cuatro, mis padres, Jorge y yo, trabajábamos juntos en el mismo consultorio. Era un delirio, nos agarraba un psicólogo y se hacía una fiesta.
Jorge puso un océano de por medio, en tanto Daniel a lo largo de los años ha quemado puentes, ha puesto baches en un camino que parecía pavimentado hasta el final, solo había que recorrerlo. Sin embargo, decidió hacerle caso al cuerpo y cerrar puertas, la de la carrera de médico, la del Hospital Británico, la seguridad de trabajar en Summum o el Grupo de Implantes Nucleares que según él es como la crema de la otorrinolaringología en Uruguay.
Yo pasé enfermo toda la carrera, tenía una gastritis galopante, hice una úlcera de estómago a los 23 años, y me di cuenta de que me sentía bien cuando agarraba la guitarra. Yo trabajaba a los 23 años en el consultorio más importante de otorrinolaringología en Montevideo en el piso 14 del World Trade Center y tenía todo el camino pavimentado, derechito, además me iba bien, porque fui la primera generación del proyecto de investigación biomédica, la primera tesis en Uruguay de Ciencias Biomédicas fue la mía, estaba todo como para ir derecho al triunfo, hice todo el posgrado de otorrino y cuando tenía que dar la prueba final me dije, la doy la semana que viene y de esa semana han pasado veinte años. Me bajé del piso 14 de la torre y me fui solo, poque si estaba ahí adentro laburando, no me sentía bien.
Música y ciencia, ¿un solo corazón o dos Rottweilers atados?
Cuando Daniel tenía nueve años toda la familia se instaló en Israel, al volver, sus padres decidieron que asistiera al colegio Ariel, viajaba todos los días en el 104 desde Punta Gorda a Pocitos. De esos días conserva una libretita donde anotaba cosas, temas que le preocupaban, preguntas existenciales, tal vez muy profundas para un niño de doce años. Hoy es un hombre y las preguntas existenciales no han desaparecido. Afirma que vivimos en un país donde la única certeza es la incertidumbre, y él siempre ha vivido atravesado de preguntas.
¿Quién soy yo? ¿Soy uruguayo? ¿Soy judío? ¿Soy surfista? ¿Soy estudiante de medicina? ¿Soy ateo? ¿Soy religioso? Esa continua duda, de estar siempre parado en la frontera, nunca estar parado en un lugar concreto, sumado a la natural tendencia que tenemos en el Río de la Plata a dudar, a cuestionarnos las cosas. Cuando vas a otros lugares donde el clima siempre es igual, donde ves que tienen certezas, te das cuenta que nosotros siempre tenemos dudas.
Esas dudas Daniel las ha exorcizado a punta de guitarra, en su canción «Full Time», probablemente la más conocida, aquella que durante medio año fue cortina del programa de Omar Gutiérrez, la que le permitió ingresar en miles de hogares uruguayos, el músico alegremente afirmaba: «Cargo con la pesada cruz de ser libre, siempre estoy de turno, siempre estoy full-time». En ese momento sentía que estaba en una posición de dualidad de la que no podía zafar. Después Daniel se obsesionó con el vacío.
Estaba pensando todo el tiempo en el vacío, no quería seguir en eso y un día me dije, no jodas más, y me puse a escribir sobre el vacío y cuando dije que iba a sacar un disco sobre el vacío, en la discográfica me dijeron si no tenía un nombre un poco más para arriba, y les dije que no, que iba a ser vacío y chau. Después me pasó lo mismo con el Principio de Incertidumbre, el micro mundo, la modernidad líquida, con el mar abierto.
La música y la ciencia están más cercanas de lo que se puede imaginar, hacer una maestría, tener un tema de tesis, de investigación no es tan distinto a pensar un disco; el tiempo de laboratorio y el del estudio de grabación se parecen, podés estar cuatro meses dando vueltas en una canción o en un tema de estudio y de pronto encontrar la llave que destraba la situación y todo se alinea.
Durante la grabación de «La Llave en la puerta» —según Daniel, el primer disco uruguayo grabado íntegramente en computadora— en una chacra en las afueras de Piriápolis, con su amigo Gonzalo Gutiérrez, descubrió un recurso que podía ser aplicado al tratamiento del tinnitus. Desde ese momento la carrera del científico y del músico avanzaron paralelas, cada vez que una quiere despegarse, la otra la abraza de las piernas y no la deja subir. En 2013 Daniel fue el tercer uruguayo en ganar un premio Gardel en Argentina, era el momento de plantearse una serie de estrategias para aprovechar ese impulso, pero él inmediatamente de ganarlo se fue a EE. UU a trabajar en tinnitus. Hoy tiene un proyecto con una empresa canadiense, la segunda en el mundo dedicada a la biomédica, maneja la posibilidad de cambiarle la vida a mil personas por año de diversas partes del mundo, está comprometido a tener tres reuniones semanales de una hora que deberá cumplir mientras afronta una gira de un mes fuera de Uruguay presentando su último disco.
La música y su carrera como científico las grafica como dos Rottweilers atados, si se suelta alguno de ellos, puede comerse todo lo que está a su alcance, él los administra, logra que convivan y desde el disco «Uno» se comienza a reconocer como un músico y un hombre de ciencia.
Hoy el tema que preocupa a Daniel es la entropía, esa ley que los filósofos y los científicos coinciden en que es la única ley de la ciencia que es inmutable. Un día descubrió que estaba obsesionado con el tema:
Esta preocupación coincide con la edad que tengo, con que mis gurisas se están empezando a hacer grandes, ordenaste todo, está funcionando perfecto, pero en realidad lo que viene ahora es la desintegración, es inexorable y te empieza a dar señales el cuerpo, precisas lentes y te das cuenta de que estas luchando la vida contra una corriente cósmica imposible de combatir.
Daniel volvió a enfrentar el tema como mejor le sale, con lo que lo hace feliz, sentándose en su estudio, en el primer piso de su casa y aferrándose a su Epiphone o su Ameijenda de acacia negra de Rocha. Empezó de forma casi mántrica a repetirse, relax, relájate, relax… a propósito del tema de la entropía y se dio cuenta que algo estaba naciendo.
Estuve meses pensando en que quería escribir sobre la entropía y un día me dije, relax, ya está entropía de mierda, relax, relax, a ver relax, ahh reggae, ¿cuál es la forma más clásica del reggae?
Toma la guitarra y me muestra la secuencia de acordes, primer grado, dominante secundaria en sexto grado, sexto grado, segundo, quinto, primero. Así surge la canción que da nombre al disco «La voz de la diosa Entropía».
Entonces después hago esta canción desde esa melodía que es un mega nudo de acordes, pero vos no te das cuenta. Tengo canciones de dos acordes. Muchas y las adoro, en esta canción, en particular me dio la sensación de que, si quiero contar un conflicto por el que vas circulando hasta llegar a la solución, el camino también tiene que ser laberíntico.
Este es el noveno disco de Daniel, contiene ocho canciones, de las cuales la segunda que da nombre al disco y «Vida» son las que hacen referencia al tema que lo obsesiona. No faltan las canciones de amor, a la familia, a la pareja e incluso a La Paloma a través del quinto track, «Faro de Santa María». El disco puede ser escuchado en plataformas digitales y si todo sale bien el próximo año se editará en vinilo.
La gira empezó en Montevideo, en la sala Zabala Muniz el jueves 13 de octubre. El espectáculo está detalladamente planificado. Daniel hacía tiempo que quería aprender teatro y sumó al equipo a la directora Abril Pereira, que se ocupó de la dirección escénica del espectáculo, con ella trabajo monólogos, la ubicación y los movimientos en el escenario, y la interacción con Martín Pisano que además de tocar teclado y abletón es egresado de la EMAD. La producción del disco estuvo a cargo de Federico Wolf que participó del recital tocando el tambor y cantando una canción inédita junto a Daniel llamada Santa Rosa y dedicada al temporal del mismo nombre.
El recital lo tuvo todo, un excelente trabajo del cantautor, un destacado despliegue de luces y sonidos, un equilibrado repertorio donde brillaron las canciones nuevas y no faltaron los clásicos y un público que acompañó de principio a fin, disfrutando de cada una de las instancias. Daniel tiene el don de la comunicación, como un docente nos cuenta, nos seduce, nos atrapa en sus relatos y sus canciones, nos hace parte y de pronto estamos haciendo coros, palmas o chasqueando los dedos, siguiendo las consignas de este director sin batuta.
Cuando nos íbamos escuché a un par de jóvenes que conversan entre sí y me llega nítida la frase, es que mi papá es muy divertido. Y me doy cuenta de que es verdad, que la risa ha sido parte de todo el recital. Unos minutos después con Fernando, en el bar Tasende, concluimos que hemos sido parte de uno de los mejores espectáculos del año.
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