
Alea Jacta Est — Juegos de Guerra / Guerra del Arte
Cuenca, Ecuador.
Museo de Arte Moderno de Cuenca — XVII Bienal de Cuenca
Curaduría: Gustavo Buntinx
Bajo el lema de la Bienal THE GAME, la curaduría de Gustavo Buntinx propone un tablero simbólico donde azar, poder y creación se enfrentan.
Alea Jacta Est —la suerte está echada— no sólo cita a Julio César al cruzar el Rubicón: plantea también una reflexión sobre los límites entre el arte y la guerra, el juego y la fatalidad.
Mónica Girón (Argentina, 1959)
Girón convierte el truco argentino en una poética del simulacro.
Sus cartas levitan suspendidas en el aire, agitadas por ventiladores que transforman el azar en coreografía.
La artista despliega un móvil de naipes que parecen mariposas: el azar hecho danza.
Detrás, acuarelas sutiles, videos con adolescentes y ancianos jugando, y un conjunto de almanaques de Alpargatas que remiten al costumbrismo criollo.
El engaño y la intuición se cruzan con una estética de liviandad, donde el arte se vuelve juego y el juego, estrategia.
“Truco, engaño, simulación”: en ese trinomio, Girón traduce el arte del disimulo en una reflexión sobre la cultura argentina y su teatralidad cotidiana.
Maya García Miró (Perú, 1970)
Desde un registro íntimo y autobiográfico, García Miró lleva al límite la noción de inocencia y violencia.
Su instalación está compuesta por un gran mural de perdigones que dibujan la silueta de su hijo —sin cabeza— sobre un fondo rojo intenso.
El espacio se completa con vitrinas donde conviven balines marcados con la palabra “paloma”, granadas de juguete, soldados plásticos y ejemplares de El arte de la guerra.
El resultado: una escenografía devastadora donde la infancia y la guerra se confunden.
El bosque recortado, los rifles en sombras y las pequeñas figuras de plomo sugieren que la violencia empieza como un juego… hasta que deja de serlo.
Alejandro Alexis García (Cuba, 1970)
En su instalación, el dominó —ese ritual cotidiano del Caribe— se transforma en un campo de batalla.
García dispone mesas reales y virtuales donde el Doble Nueve cubano se vuelve pieza política.
El tablero ilumina, con luz intermitente, un mosaico de doce óleos que evocan la tensión entre Martí y Malévich, entre la poesía y la ideología.
Los tomos apilados de El cuento de la buena pipa caen como víctimas del efecto dominó, mientras un único volumen —el destinado a la poesía de Martí— permanece en pie.
Metáfora precisa del naufragio de los discursos totalitarios y de la resistencia del arte como último refugio.
El tablero ampliado
La muestra se completa con obras de Manuela Ribadeneira, Juan Caguana, Jorge Velarde, X. Andrade y Eduardo Solá Franco, que aportan una mirada ecuatoriana sobre la frontera, la memoria y la representación.
Del Tiwintza mon amour rodante de Ribadeneira al G.I. Ché de Velarde, del centauro patriota de Caguana al collage crítico de Andrade y los diarios de guerra de Solá Franco, todos convergen en una misma pregunta:
¿Es posible jugar sin destruir?
El arte como campo de batalla
Alea Jacta Est nos recuerda que el arte también lanza sus dados.
Entre el eros del juego y el thanatos de la guerra, el artista elige seguir apostando por la imaginación, la ironía y el pensamiento.
Porque, como sugiere Buntix, toda guerra es también un juego de imágenes.
Y todo arte, un riesgo que se echa a rodar.

















































