Capítulo 30 de Los naipes están echados, el mundo que viene.
Cuando tiene lugar una revolución es porque una serie de fenómenos estructurales en la economía y culturales en la esfera social, una serie de transformaciones, alteran las formas de estabilidad que hasta ese momento resultaban “normales” para los integrantes de la sociedad.
Todo orden de estabilidad tiene un componente basado en tradiciones que cumplen esa función: la de reproducir comportamientos y normas que fueron funcionalmente útiles a la estabilidad que siempre necesita un cuerpo social (y un cuerpo humano) para desenvolverse, para producir sus condiciones de existencia.
Cuando en la sociedad dividida en clases la estabilidad social se logra mediante el sometimiento de la inmensa mayoría de la población, si por las razones que fueren, sus formas institucionales y legales dejan de resultar eficientes a la producción y perfeccionamiento de las condiciones de existencia del cuerpo social, no hay tradición que resista el empuje revolucionario.
Algo nuevo ha nacido en el seno de la vieja sociedad, y eso nuevo pugna por expandirse. Esto había ocurrido en el fundamento de la revolución burguesa y eso ocurría en Europa a fines del siglo XIX y principios del XX.
Y con un añadido esencial, la inestabilidad no agitaba al cuerpo social únicamente al interior de los estados nación, como consecuencia de la gravedad de la “cuestión social”, sino que se ahondaba dramáticamente por lo que Schumpeter denominó en aquellos días como la “sangrienta locura” del expansionismo imperialista.
Joseph Alois Schumpeter, fue un destacado intelectual y Ministro de Hacienda de Austria luego de la descomposición del Imperio Austro – húngaro, admirador de Marx y Weber, que redactó un texto polémico titulado “Imperialismo” en el que procuró confrontar con la concepción que Lenin había elaborado del imperialismo como «fase superior del capitalismo”.
Ya analizaremos más en profundidad el carácter de esa polémica, pero ahora nos importa destacar que a principios del Siglo XX ninguna filosofía política, ninguna tradición, ninguna composición ideológica disponía de los elementos conceptuales necesario para liderar el proceso de transformaciones con la suficiente capacidad político – organizativa como para administrar POLITICAMENTE el enorme conjunto de tensiones que dinamitaban la estabilidad social en toda Europa.
La racionalidad orgánica, metabólica, del sistema de producción capitalista, entraña un conflicto sistémico con la política.
La forma de reproducción del capital, su modo de desenvolverse en el proceso de expansión, acumulación, a cuyo estudio Marx dedicó buena parte de su vida, entraña estructuralmente lo que podríamos denominar como un “autoritarismo apolítico”.
Para decirlo por ahora sin la densidad conceptual que el tema merece, el sistema de producción capitalista no se lleva bien con los LIMITES que la política, en tanto que representación y praxis de los intereses de TODA la sociedad, procura ponerle todo el tiempo, no se lleva bien con los límites que la racionalidad política necesita ponerle a TODO AUTORITARISMO para hacer viable alguna forma de estabilidad social que permita la reproducción y el perfeccionamiento de las condiciones de existencia de las comunidades humanas en particular, y de la especie en general.
A fines del Siglo XIX y principios del XX el sistema de producción capitalista había adquirido un tal impulso competitivo que la metáfora usada por Marx y Engels para describir sus efectos de sociedad en el Manifiesto Comunista, “todo lo sólido se disuelve en el aire”, se mostraba en toda su plástica contundencia.
Parecía como que la única manera de contenerlo era mediante la intervención coercitiva de la sociedad política, quizá recurriendo a la forma impositiva que en el mismo Manifiesto Comunista Marx y Engels habían utilizado, “la dictadura del proletariado”, quizá consolidando institucionalmente el modelo de organización política que más adelante conoció el Siglo XX como el Estado de Bienestar.
El concepto “dictadura del proletariado” transcurrido un siglo y medio desde que fue utilizado como metáfora en contraposición con la “dictadura del capital” es hoy en occidente un absurdo político cultural, pero no ocurría lo mismo a principios del siglo XX.
Al contrario, al comienzo del Siglo XX entrañaba un enorme desafío intelectual y práctico político para todos aquellos que aspiraban, al mismo tiempo, a organizar políticamente de modo autónomo al proletariado para hacer posible a la democracia e iniciar el proceso de superación de la sociedad dividida en clases.
A principios del Siglo XX las democracias integrales podían contarse con los dedos de una mano, la abrumadora mayoría de los experimentos institucional democráticos eran censitarios y elitistas, olía a pólvora en Europa, las naciones más desarrolladas amparaban un tipo de expansionismo imperialista que aspiraba a repartirse por primera vez en la historia al mundo entero, (dibujaban países en el mapa y los creaban según sus exclusivos intereses económicos, literalmente), a raíz de la segunda revolución industrial la composición de clases de la sociedad era infinitamente más simple que en la actualidad (casi el 80% estaba compuesto por obreros y campesinos que estaban siendo desplazados de sus tierras pero no tan simple como en el feudalismo) y conceptos tales como Estado de derecho, garantías constitucionales, derechos laborales y a la salud y un largo etcétera, no habían sido experimentados en períodos prolongados como practicas estabilizadoras por casi que ninguna sociedad.
De tal suerte, el aprendizaje colectivo de las virtudes civilizatorias de la cultura democrática no se había realizado.
De modo que resulta intelectualmente necesario y muy legítimo preguntarse: en el hecho de que en occidente tales conquistas democráticas y sociales comenzaran a ser experimentadas como normales al concluir la segunda guerra mundial: ¿cuánto tuvo que ver la revolución bolchevique?
Pues resulta oportuno recordar que cuando se derrumbó el “socialismo real” y China y Rusia parecían abandonarse acríticamente a la irresistible seducción de los capitales, las tecnologías y hasta las modas occidentales, emergió una ideología que parecía pretender que el mundo volviese a principios del Siglo XX.
Se la denominó “neoliberalismo” y contó con importante apoyo popular (Ronald Reagan y Margaret Thatcher por citar dos de sus líderes políticos) porque supo comprender (esa ideología) una especie de hastío universal contra la burocracia, (fenómeno al que analizaremos más adelante) a la que procuró reducir a su mínima expresión, privatizando incluso sectores de la economía que a todas luces cuando no son monopolio público suelen ser monopolio privado.
Un monopolio privado es la antítesis de lo político, pues ¿a qué otra cosa que no sea a preservar sus privilegios puede aspirar un monopolio de cualquier naturaleza?
Por ello mismo resulta también oportuno preguntarse: ¿Cuánto en el freno actual al potente impulso neoliberal de los 90 es consecuencia de la emergencia de China como potencia mundial?
Es decir, ¿cuánto en el freno actual al autoritario impulso neoliberal de los 90 es consecuencia de la Revolución bolchevique, mejor, al hecho de que Lenin haya podido crear un Estado bajo hegemonía del proletariado que perduró lo suficiente como para posibilitar la emergencia posterior de China y dicho sea al pasar, que posibilitó el inicio de los dos fenómenos revolucionarios más trascendentes del Siglo XX: el proceso de liberación de la mujer (a la que la revolución bolchevique otorgó por ley igualdad de derechos) y el proceso de descolonización, que la presencia de la Unión Soviética posibilitó?
Resulta relevante encuadrar la reflexión crítica sobre algunos rasgos de la revolución bolchevique que a partir de ahora realizaremos en el contexto antes enunciado, pues en caso contrario carecería de la densidad histórica política que merece.
Recordemos que en estos capítulos nos inquieta procurar dar respuesta a la interrogante sobre la hipotética influencia del hacer ideológico político de Lenin en la emergencia del estalinismo.
Pero antes de ingresar al estudio del origen del estalinismo que nos ocupa centralmente en estos capítulos aún es necesario subrayar otro fenómeno que en el proceso de la Revolución bolchevique tiene lugar, referido al carácter singular de Vladimir Ilich Ulianov.
Lenin es al mismo tiempo un lúcido teórico y un eficaz revolucionario, cuando reflexiona y actúa es perfectamente consciente de que no puede administrar integralmente el devenir del proceso, es perfectamente consciente de que sus valoraciones histórico políticas, sobre todo las IDEOLOGICAS son esencialmente contingentes, puesto que su propia acción está produciendo un tan enorme efecto de sociedad de características universales que lo que enuncia en el ahora tiene que ser sometido a crítica pasado mañana.
Es decir, Lenin es un genio político inigualable, que se da poco en cualquier época, pero mucho menos se da en un estado de la cultura tan irritado por la radicalidad del conflicto social y espiritual como el que tuvo lugar a principios del Siglo XX.
Sin embargo, ese rasgo particular de la Revolución rusa, el de que fue liderada por un individuo de sublime inteligencia, no es suficiente para dar cuenta (meramente por el hecho de que Lenin resultara insustituible) de la trágica, para la civilización humana, emergencia del “estalinismo”.
El “estalinismo” surgió porque Lenin, para consolidar contra viento y marea la pervivencia histórica de la Revolución soviética, sublimó la noción, ya en sí misma muy ambigua, de “la dictadura del proletariado”, contribuyendo así a que el militar voluntarismo prevaleciera sobre la política como dialéctica evolutiva.
Lo dramático, lo histórico culturalmente dramático, es que intuyó perfectamente que tal cosa podía ocurrir y procuró evitarlo hasta su último aliento.
Pero entonces, ¿por qué radicalizó el discurso ideológico revolucionario cuando tenía perfecta consciencia de sus riesgos y cuando en las cartas reservadas a la dirección del partido que creó advertía todo el tiempo contra el militar voluntarismo y contra el burocratismo estatal?
La cita de su áspero y por las razones que veremos, desesperado panfleto, “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”, con la que concluye este capítulo, lo explica esencialmente.
Lenin procuró lograr que los líderes del proletariado europeo occidental en lugar de dejarse arrastrar hacia el nacional imperialismo de las burguesías de sus países de origen, aprovecharan el estado de situación para hacerse del poder a efectos de iniciar el proceso de superación de la sociedad dividida en clases donde realmente esto podía ocurrir, en la Europa desarrollada.
“El francés, alemán o italiano que dice: el socialismo condena la violencia ejercida contra las naciones, y por eso yo me defiendo contra el enemigo que invade mi país, traiciona al socialismo y al internacionalismo. Ese hombre no ve más que su “país”, coloca por encima de todo “su”…burguesía, sin pensar en los lazos internacionales que hacen imperialista la guerra, que hacen de su burguesía un eslabón en la cadena del bandidaje imperialista. Todos los pequeño – burgueses y todos los rústicos obtusos e ignorantes razonan igual exactamente que los renegados –kautskianos, longuetistas, Turati y Cía- o sea: el enemigo está en mi país, lo demás no me importa.
El socialista, el proletario revolucionario, el internacionalista razona de otra manera: el carácter de la guerra (el hecho de si es reaccionaria o revolucionaria) no depende de quién haya atacado ni del territorio en que esté el “enemigo”, sino de la clase que sostiene la guerra y de la política de la cual es continuación esa guerra concreta. Si se trata de una guerra imperialista reaccionaria, es decir, de una guerra entre dos grupos mundiales de la burguesía imperialista, despótica, expoliadora y reaccionaria, toda la burguesía (incluso la de un pequeño país) se hace cómplice de la rapiña, y yo, representante del proletariado revolucionario tengo el deber DE PREPARAR LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL. No debo razonar desde el punto de vista de “mi” país (porque ésta es la manera de razonar del pequeño burgués nacionalista, desgraciado, cretino que no comprende que es un juguete en manos de la burguesía imperialista), sino desde el punto de vista de mi participación en la preparación, en la propaganda, en el acercamiento de la revolución proletaria mundial. Esto es internacionalismo, éste es el deber del internacionalista, del obrero revolucionario, del verdadero socialista”.