La Micromemoria porteña, el trabajo que se expone en esta sala durante este período, es el resultado de juntar los boletos de los bondis porteños (las micros, en lenguaje local) y hacer sobre ellos el relato gráfico de lo que viví con mi compañera en la ciudad de Valparaíso, Chile, que fue nuestra casa entre marzo de 2015 y diciembre de 2016.
Abre el 27 de abril de 2018 a las 19 hs. y quedará en exposición durante mayo y junio en la Sala Carlos Federico Sáez.
Rincón 575, Montevideo – MTOP
Si no fue en el primer viaje, fue en el segundo recorrido en micro por Valparaíso que me di cuenta que los boletos que tienen allá son parecidos a los que había acá cuando yo era gurí: larguitos, chiquitos y con dos impresiones distintas, una para el diseño de base y otra para la numeración de cada ticket. Luego me enteré que en Chile los diseños de los boletos tienen un montón de variantes, algo que para un ritualista obsesivo con tendencia a adquirir síndrome de Diógenes como quien escribe, es una delicia: un mismo diseño con variaciones en la imagen decorativa; impresión en distintos colores para dar cuenta de distintos alcances del viaje; diseños especiales para estudiantes; el mismo diseño para el mismo uso pero impreso con sutiles diferencias en el color de la tinta; impresión especial al dorso; y así hasta donde la pulsión coleccionista quiera llegar.
Encontrarme con ese tipo de material, que me significaba dos puntas de ovillos distintos (el recuerdo de un momento particular de la infancia, y la posibilidad de armar una nueva colección de algo) fue, ahora lo veo, como encontrarme una vez más con aquello de la unión casual de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección: había elementos suficientes para intentar algo, para construir una pieza que resultaría algo más que el mero ensamble de las puntas de esos dos ovillos, y que tendría la fuerza emotiva y obsesiva que despertaron.
Aunque claro, la operación no fue tan simple, ni tan clara al principio: tenía los boletos, tenía el recuerdo infantil, pero no tenía idea de por dónde ir, de qué hacer con todo eso. De todas formas lo que sí tenía también era la necesidad de construir un sitio seguro desde donde pensar en lo que estaba viviendo y desde donde poder trabajar. Entonces, empujado por esa necesidad fui juntando boletos; un día se me ocurrió, como solución práctica al almacenamiento, pegarlos en forma de cinta; y otro día pensé que en ese largo papel que se estaba armando podría empezar a transcribir gráficamente los recuerdos de lo que iba pasando, tal como hice con algunos cuentos de Hernández para la exposición “La máquina Felisberto”: nomás por chivear, por sostener una práctica que me anclara al lugar, que me significara ubicarme en el presente y también habilitara el ejercicio de la memoria inmediata.
Y así empezó el rollo, condensando deseos, recuerdos y necesidades que operaron como fuerzas simultáneas y que confluyeron en la forma de esta cinta ilustrada de un algo más de ciento veintinueve metros que empezó como una distracción, se convirtió en un compromiso personal y terminó siendo la confesión de amor por la ciudad donde vivimos con Euge durante casi dos años.
Eso y no más es, para quien escribe, la Micromemoria porteña. Ahora, tal como estoy aprendiendo a asumir, otros viajes, otros recorridos y otras significaciones que se puedan dar o hacer, dependerán de quien se acerque a este rollo. Queda abierto.
Sebastián Santana
“(…) Dígnese acompañarme en mi viaje; marcharemos día a día, riendo, a lo largo del camino, de los viajeros que han visto Roma y París; ningún obstáculo podrá detenernos; y, librándonos alegremente a nuestra imaginación, la seguiremos a todas partes a donde le plazca conducirnos”
Joseph de Maistre (Viaje alrededor de mi habitación)
Este relato autobiográfico de Joseph de Maistre, escritor francés del s. XVIII, narra su permanencia durante cuarenta y dos días en la habitación donde fue confinado y describe imaginariamente sus restringidos itinerarios, sus fantasías en torno a los objetos visibles, sus experiencias y reflexiones derivadas de esa circunscripción espacial como si de un periplo por un país extranjero se tratase.
Paráfrasis gráfica, involuntaria y personal, otro periplo artístico ha sido pacientemente estructurado como memoriosa sumatoria de viajes realizados en la ciudad de Valparaíso (Chile), donde sus habitantes se ufanan de ser “porteños”. Ingenioso constructor de un enorme rollo, sumatoria de miles de boletos empalmados en secuencia, Sebastián Santana viaja temporalmente a través de su propia cotidianeidad multiplicada en imágenes reflejo de sí mismo, de sus vivencias, de su humor, de su concepción del mundo. Radicado en Chile durante un año y medio – con el consecuente uso diario de medios de transporte – el artista convierte en práctica deliberada la acumulación de boletos, testimonio de cada desplazamiento que no descartó el aporte de donaciones solidarias.
En tal sentido, cada boleto se transformó en soporte de la anécdota, la emoción, la experiencia diaria sintetizada en diminutos dibujos lineales en clave de humor. Por estos ínfimos “papeles” desfilan los protagonistas del día a día, comunicando sentimientos, sensaciones y aconteceres que hacen al cotidiano personal. Asimismo las descripciones de paisajes, de situaciones tamizadas por la tónica hilarante, desarrolladas sobre uno o más tickets agregan contextos a esta suerte de autobiografía liliputiense en secuencia temporal.
“Las observaciones interesantes que he hecho y el placer continuo que he experimentado a lo largo del camino, me hicieron desear hacerlo público (…)”
Joseph de Maistre (Viaje alrededor de mi habitación)
Como un guiño a este autor, el itinerario de este recorrido físicamente lineal, pero pletórico de historias, se desarrolla – desenrolla – alrededor de la sala de exhibición a manera de un circuito – símil de la habitación de de Maistre – que gira sobre sí mismo en un alarde de imaginación y de labor narrativa minimizada a su expresión esencial. Un diario de viaje gráfico y comentado. Algunos tramos contienen disquisiciones manuscritas, sondeos afectivos o reflexiones circunstanciales. Siendo el espacio disponible para sus notas, por lógica, reducido, Santana acota el detalle narrativo en favor del lenguaje gráfico, en que los globos o la acotación telegráfica sólo ofician de complemento al discurso esencial de la historieta. En forma paralela, enriqueciendo los contenidos de su personal propuesta “desenrollada”, sus escritos breves integrados al extenso despliegue de la muestra y con antecedentes en su serie Nonatos, evidencian asimismo un personal talento narrativo.
Escritura y dibujos responden a una estética dinámica, acentuada por el uso de la línea despojada y la figura humana reducida al monigote. El lenguaje del comic es en su caso la expresión más espontánea de su personalidad, en que el objetivo del humor recae sobre sí mismo y sobre todo su entorno; una visión jovial del acontecer diario que en ocasiones pierde su sonrisa en aras de una reflexión ponderada. El humor per se es un formato útil para interponer distancia revirtiendo situaciones al ubicarlas fuera de sí mismo, señalándolas con el índice y riendo de lo propio convertido en ajeno: el humor, en especial la ironía, es una expresión de inteligencia.
La presentación en formato de series se verifica como una constante en las propuestas de Santana, variaciones secuenciales de nexo conceptual. Tal vez reflejo contemplativo del irreversible fluir del tiempo o tal vez necesidad de volcar su caudal imaginativo en múltiples versiones de un tema obsesivo, sus proyectos se presentan como variaciones de un sólo tema o como secuencias narrativas de carácter temporal. Dice Santana que el dibujo es su manera más espontánea de expresión, a lo que se podría acotar que el formato de diario autobiográfico es su manera de describir a un hombre como forma de describir al hombre, sondeo personal que deviene paradigma esencial.
Pero sin duda es una experiencia atractiva, gratificante y divertida el recorrer la ciudad de Valparaíso en la memoria, los zapatos y sobre todo, la estética de este joven artista.
MARÍA E. YUGUERO