En el reciente número del semanario Búsqueda, la Ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, se despacha con marcada ordinariez y desprecio contra el maestro Juan Pedro Mir, quien, recordemos, formó parte de su equipo de trabajo en el comienzo de este desventurado período ministerial, caracterizado por rencillas, chusmerios e insultos de baja calaña más que por la puesta en práctica de políticas educativas y culturales que aporten beneficios a nuestra comunidad.
El accionar de la Ministra – quien tilda entre otras cosas de “resentido social” y de “pobre muchacho” al maestro Mir (cuyo único “delito” fue el de tener la valentía intelectual de desnudar las falencias ministeriales), a la vez que le pretende desprestigiar al caracterizarlo posteriormente como solo “un maestro de sexto año de escuela”, con lo cual se despacha con un menosprecio extendido a todos los maestros de nuestra comarca – es una actitud repetida, como es repetido el grado de impunidad que desde el Ejecutivo se le concede.
Parece ser que la doctora, erróneamente colocada en un rubro ministerial que le resulta tan ajeno – y para el cual de colmo ha demostrado tener muy poca competencia política y ética -, tiene carta libre para agredir verbalmente de todos los modos posibles. Y casi siempre hemos sido los educadores los destinatarios de sus insultos, lo cual a estas alturas parece ser toda una política de Estado (basta ver lo que en tal sentido sucede en el ámbito de Secundaria, donde la Directora General cortó de raíz todo diálogo con los representantes docentes luego de un episodio donde tildó a los profesores de padecer el “síndrome de Diógenes” y de querer destruir el sistema educativo, fomentando así la política pública de culpabilización y desprecio hacia los educadores), apoyada, así parece ser, por el propio Presidente Vázquez, responsable último de lo que viene aconteciendo en relación a espacios claves como el de la educación y la cultura.
El que calla, se sabe, otorga. Y el silencio de Vázquez frente a los continuos desmadres de la Ministra es moneda corriente. Y todos a estas alturas tenemos claro que el primer gol en contra que se marcó Vázquez para este nuevo período presidencial fue la designación de Muñoz al frente del MEC. Se compró un problema sin solución, justo donde más se necesitaba contar con personas capaces de negociar y reflexionar desde la formación específica. Muñoz, sabemos, no tiene ni una cosa ni la otra. Pero allí la colocó el presidente, en un acto de torpeza política muy alejado de lo que suele ser su actuación en tales lides.
Cuesta creer que Vázquez apelara la política de la confrontación y el agravio en el lugar donde menos necesitaba comprase conflictos inútiles. Y basta recordar lo que fue el nivel de violencia verbal desatado por Muñoz en el triste episodio de la declaración de esencialidad de la educación, para tener presente que no exageramos cuando señalamos que a estas alturas es toda una política ministerial la que se lleva adelante.
¿Qué consecuencias sociales tiene el desarrollo de estas políticas del agravio?
En primera instancia, parece claro que si no hay un mínimo de respeto desde la cumbre de la pirámide del poder hacia los educadores de nuestro país, el ejemplo que llega a nuestros alumnos y a sus padres es ciertamente nefasto. Y, claro, es lo que se reproduce luego hasta en las escalas mínimas del sistema. Violencia desde arriba, reproducida luego abajo. Una historia lamentablemente repetida.
Si las máximas autoridades encienden la violencia verbal en nuestra sociedad y nada les pasa, porque resulta que son políticamente intocables, ¿qué podemos pedirle luego a nuestros adolescentes en el aula? ¿Qué ejemplo damos desde el mundo adulto y desde la responsabilidad política?
La Ministra no solo agravia a los educadores si no que educa en la falta de respeto y la violencia verbal. Y una y otra vez, el presidente la remata manteniéndola en su cargo y educando desde esa acción en la impunidad. Y vaya si ya no tenemos los educadores un problema grueso en nuestras instituciones con tales actitudes, como para todavía tener como contraejemplo a la principal autoridad en materia educativa y cultural.
Nuestra sociedad atraviesa básicamente un problema de valores. Lo hemos dicho en artículos recientes: nuestra crisis, antes que económica, es moral.
Espacios vitales de la sensibilidad y la formación en valores no pueden estar en manos de personas que no estén a la altura ética del cargo que ocupan.
María Julia Muñoz representa con sus expresiones de agravio todo lo que el gobierno no debería promover en materia educativa y cultural, representa todo lo que el gobierno no debería generar en contra de sus educadores, representa la incapacidad de diálogo y respeto por el que piensa distinto, representa el fracaso de lo educativo y lo cultural, porque predica con el insulto siendo, justamente, la máxima autoridad en tales ámbitos de nuestra sociedad. Y sabemos que la autoridad se legaliza a partir del respeto que se tiene por la persona en cuestión, por su demostrada capacidad técnica y su integridad moral. Salvo que se confunda, claro, el ejercicio de la autoridad con el autoritarismo. El autoritarismo se ejerce, la autoridad se conquista, se gana “en la cancha” con nuestros actos.
Cuando la Ministra de Educación y Cultura insulta al maestro Mir, los agraviados e insultados somos todos.
Debería el presidente Vázquez dar el ejemplo y dejar en claro que la educación y cultura que necesitamos es otra muy distinta que la de la política del agravio.