Miercoles 29 / 19.30 hs / Hotel Cottage
Obra es vida.
Porque hoy es siempre otoño, una obra perenne y otra caduca. Una que queda en la retina del ojo, y otra en la retina del alma. Mezcladas todas.
Izaguirre pinta. Vandalizando los bordes del arte, haciéndolos permeables. Dejando pasar marginales y errantes de un lado al otro. Un alma naif llena de carne. Un grito contra la almohada. Una ilusión llena de moho. Una vergüenza ridiculizada. Hay que mirar su obra como si fuera un espejo y encontrarse ahí: en la inocencia, en la desesperación, en la frustración, en el dolor. Encontrarse humano. Con los ojos bien abiertos.
Gastón pinta. Pero es sólo un antojo, un capricho. Como los de Goya.
Podría ser cocinero, y todos haríamos fila para probar sus platos. Podría ser músico, y, en sus conciertos, todos abrazaríamos al desconocido de al lado. Podría ser ginecólogo, pero no tendría hora hasta dentro de dos años. Podría ser taxista, y nadie le recriminaría el paseo. Él no elije el arte: más bien, el arte lo elije a él. Y se acomoda al timón, pronto para arponear ballenas adelante de Green Peace. No cae en el lugar común del artista incomprendido: sencillamante, él no comprende al mundo y sus estructuras, y por eso las patea con sinceridad y fineza, esperando una respuesta que no aparece, y le da la razón. Incitando constantemente al franeleo intelectual. Revolcándose, de manera promiscua, con todas las orientaciones de almas. Vampirizando emociones orgiásticamente, con la elegancia de Bela Lugosi. Orgullosamente inmoral. Inconmensurablemente generoso. Con códigos innatos de nobleza exquisita. Con la agudeza para saber qué botones tocar para hackear el alma y hacer bajar los muros de prejuicios. Abriendo ojos. Liberando.
La obra (de) Izaguirre es, al fin y al cabo, un señuelo tan atractivo, que hasta el propio pescador se zambulle.
Javier Cruzado.
GASTONCITOS, ENTREVISTA A GASTÓN IZAGUIRRE