Foto poema
Mi madre me dio a la luz una tarde de otoño, la del tres de junio de mil novecientos sesenta, en Casupá. A los ocho años nos mudamos a la capital, Florida. A los diecisiete me vine a Montevideo a estudiar electrónica, escribía poemas. Estudié dos años, después me fui a vivir al campo, a la casa de un amigo y su familia. Escribía poemas. Volví y desde entonces me sustento operando redes de alta tensión, escribo poemas. En 1982 realicé mi primer performance multiartística en el Teatro de la Candela. Dos años después edité mi primer libro.
Tengo dos hijos, Francisco (32) y Federica (14). Sin palabras… y las hay.
Acá estoy, todavía un forastero, en esta ciudad que no es la mía, pero es la ciudad que llevo dentro. Sigo escribiendo, editando y recitando mis poemas por ahí.
En el núcleo del asunto, están mis amigo/as muertos, suicidados y los que huelo cerca. Todos y cada uno, en su arte, dando muestras.
Y el amor, eso que invento.
Ahora, hago mío aquello de que la fotógrafa nos roba el alma, algo de lo que su ojo percibe cuando oprime el obturador y da en el blanco.
Lo sé, porque vi cuando se entretuvo, decidió, soltó la flecha.
No soy el agua, que todo lo acompasa, ni la piedra que esconde mis pericias,
ni la madera que del carbón alienta grafías en el vapor de la mañana,
ni el fuego que protege lo hondo y erosiona en mi piel, una añoranza.
Fui una madrugada, calle abajo, esquivando espejos; unos pétalos de rocío
en la cabeza, algún que otro verso en la cintura y en las manos, nada.