Entre los músicos Sara Sabah es considerada como una de las mejores cantantes uruguayas. La mención de su nombre por sus colegas viene siempre acompañada por un tono de respeto y admiración. Cantó durante muchos años con Rubén Rada, integró y dirigió el cuarteto vocal «La Otra», ha cantado acompañada por Hugo Fattoruso, ha grabado con Urbano Moraes, Fernando Cabrera y Jorge Schellemberg, entre otros. Se ha dedicado, además, a la preparación vocal de actores. Tiene cuatro discos propios: Álbum (2008), Conexión (2010), Cerca (2015) y Arvolera (2017). En el marco del Ciclo Cuerdas, en la Sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre, Sara Sabah dará un show que promete ser especial y diferente dentro de la cada vez más multifacética escena musical montevideana. Puede llegar a ser una de las últimas oportunidades para escuchar un proyecto ambicioso, muy bien logrado, que emociona profundamente y que puede considerarse un privilegio tener la oportunidad de vivirlo en vivo. Los músicos que acompañarán a Sara Sabah serán Federico Righi (bajo, sas y oud); Nicolás Parrillo y Vittorio Bacchetta (percusión); Gonzalo Durán y Martín Ibarra (guitarras); Andrés Rubinstein (clarinete) y Matías Craciun (violín). Este ciclo se ha caracterizado por las invitaciones cruzadas. En esta oportunidad participarán Carmen Pi, Pablo «Pinocho» Routin, Juan Pablo Chapital y Nicolás Ibarburu.
La mayoría de los temas que escucharemos en la Hugo Balzo pertenecen al disco Arvolera, que recopila canciones sefaradíes, con arreglos y sonidos exquisitos, y fue grabado en Israel con músicos de aquí y de allá.
A continuación comparto una charla distendida, de domingo.
Sara Sabah: El disco Arvolera necesita muchos músicos y vamos a aprovechar este toque, en la Sala Hugo Balzo, para hacerlo en el formato completo. Yo no soy de prever mucho si un proyecto es práctico. Soy apasionada y me lancé a grabar el disco. Pero claro, después no es tan fácil tocarlo, por ejemplo en boliches.
A algunos músicos no los conocía antes. Por ejemplo a Andrés Rubinstein. Y a Matías Craciun lo conocía un poco, pero no teníamos un vínculo muy cercano. Al Colo tampoco. Fue un grupo que se formó desde la búsqueda de los instrumentos, lo cual era arriesgado. El resultado fue que se armó un equipo divino y ahora me da pena que no es un formato fácil de trabajar. Por suerte en este toque del Ciclo Cuerdas, que se hace en esta sala divina, podemos hacerlo.
P.S.: ¿Se te ocurrió invitar al crowdfunding (mecenazgo colectivo) como una manera de obligarte a terminar el proyecto?
No, no lo pensé así de antemano. No soy una persona muy organizada pero soy tesonera. En la plataforma del crowdfunding les prometés a personas que no conocés que a cambio de su aporte les vas a entregar un disco, o si aportan un poco más les vas a dar un disco y una entrada al show… de un disco que todavía no se grabó. Cuando leí todas las condiciones de la plataforma, me di cuenta de que iba a ser un disparate de trabajo. Pero por suerte, por esas cosas que suceden, me encontré con una amiga, que se llama Laura Barzilai, con quienes somos amigas desde muy jóvenes, y le pregunté si quería ayudarme con el crowdfunding. Ella habla inglés perfecto y era una plataforma norteamericana, o sea que toda la logística la tenía que hacer alguien que se manejara mejor que yo con ese tema. Además es muy organizada y fue una bendición. Porque se dedicó a hacer todo lo que yo no podría hacer. Entonces me sentí más aliviada.
¿Ella hizo la página web?
No, pero ella me ayudó a actualizarme en todas esas cosas. En la página está el ojo de Gerardo Goldwasser y la calidad de Martín Tisnés, que armaron una tremenda dupla. El video de las tacitas, por ejemplo, es la estética de Gerardo. A mí me gusta mucho su obra. Le dije que hiciera y eligiera lo que a él le pareciera para la página. Porque todo el tema estético no es tanto lo mío. Lo que a mí me importa es que la música esté ahí, que los arreglos me rompan la cabeza… que yo sea feliz musicalmente.
¿Para ser feliz musicalmente no se necesita que la música llegue a mucha gente?
Más o menos. Mi meta con este disco era poder grabarlo. No sabía qué iba a suceder con estas músicas. Obviamente me pone contenta que la gente lo escuche, pero no era el motor.
¿Cuál era el motor para grabarlo?
Traer ese sonido acá a Uruguay y ver qué sucedía con eso de traer una música muy antigua, anónima, a nuestros días. Y me encantó ver lo que pasó con esas canciones. Yo quería darle ese toque cuando conocí a estos músicos. Que el sonido fuera súper moderno y que los instrumentos no fueran de acá… quería que lo hicieran ellos. En principio me pareció un delirio. Y me llevó cuatro años terminarlo. Los músicos que trabajaron en el disco son músicos que hicieron eso. Que traen música incluso litúrgica a un escenario. Esas melodías no son ajenas a mi oído porque en Israel estás todo el tiempo en contacto con la música árabe. Y cuando escuchaba estas canciones siempre me parecía que el tratamiento no era suficiente. Es que eran canciones cantadas por ejemplo por la señora de la casa, que se juntaba con otras y la cantaban con una pandereta. No hay mucha vuelta.
¿Qué sentís que les aportaste a estas canciones?
No sé si la palabra es aportar. Lo que sé es que me atravesaron. Yo siempre decía «estas músicas las voy a hacer después, cuando tenga cuarenta, cuarenta y pico». Porque podía apreciar la melodía pero el sentido del texto lo he ido comprendiendo mejor con los años. Con este proyecto atravesé repertorios que están muy vinculados y comprendí cosas, por ejemplo, sobre el movimiento de los trovadores y la similitud que tiene esta música con eso. No fue que yo haya decidido hacer todo eso sino que lo fui cursando. También con la ayuda de amigos, que me fueron recomendando que escuchara determinadas músicas. Yo tengo una cierta inquietud constante y eso me hace hurgar. Pero no soy obsesiva. Por ejemplo, estaba cantando las canciones sefaradíes, sumamente involucrada con lo que significan, pero en el mismo momento componía otras músicas.
Por ahora no me absorben tanto las cosas. Incluso me sucede así en lo afectivo. No me ha pasado muchas veces en la vida de ahogarme en una tristeza muy profunda. Intento fluir de la mejor manera posible, aunque a veces las cosas no sean fáciles. Y con la música me pasa que no tengo una preferencia marcada. Me gusta muchísima música diferente. ¡Ahora se escucha tanta música! Igual, con el programa de Babel en el que me invitaron a elegir música, me detuve a mirar qué sacás afuera y qué elegís conservar. Ahí me di cuenta de que a pesar de que hoy no tenés una sola influencia, hay un punto de base en el que plantás una semilla de lo que sí y de lo que no. Eso es un inicio de algo. A pesar de lo diversificado y variado del universo musical, uno elige. Inclusive cuando uno navega por plataformas en las que se puede buscar cosas como «Cantante armenia pop», uno selecciona. Y, bueno, retiene en la memoria algo que quizás luego puede ser usado en una clase de arte escénico, por ejemplo.
El teatro habilita mucha libertad, así que ahí puedo proponer cosas diferentes. Aprendo mucho con los actores. Ellos son muy, muy generosos. El actor recibe un texto y por dos o tres meses es una persona distinta. Admiro a los actores. Tienen una vida sacrificada y están muy abiertos al diálogo. En la música hay muchas cosas que ya están listas, como por ejemplo lo que tiene que ver con el tiempo. En lo escénico no.
Cuando hiciste el show de presentación de Arvolera, ¿qué efecto emocional tuvo en ti?
Ahí hubo una conjunción de emociones dadas por haber cerrado el ciclo, tener el disco en la mano, que mi papá haya cantado de invitado en una canción, también. Él es cantor litúrgico en una sinagoga. Mis padres se fueron a vivir a un kibutz por un tema ideológico, para vivir en un sistema igualitario. En el kibutz la vida no es religiosa. El contacto que teníamos con lo religioso estaba más ligado a la historia. Pero cuando yo tenía once años volvimos a Uruguay y un día fui con mi padre a la sinagoga y me sorprendí muchísimo al oírlo porque no sabía que mi papá sabía rezar, que sabía cantar el oficio.
El repertorio de Arvolera es popular, no religioso. Lo popular tiene una herencia cultural. Es como un tratamiento que tiene que ver con la espiritualidad de la música y la tradición pero no con la religión. Hay algo que me emociona muchísimo en este repertorio pero más por el lado de la tradición.
En España tuvimos una experiencia fuerte, cuando abrimos un festival sefaradí en Córdoba con Fede Righi, José San Martín, Tato Moraes y Federico Nathan. Una de las cosas que me enseñó mi maestra de canto, Nelly Pacheco, es que tenés que tener la medida justa entre decir para el otro y decir para ti. Ella dice: «hay que tener pecho frío porque si no, lloramos». Y al pecho frío lo aprendí de chiquita, porque entendí que no puedo involucrarme a un nivel tal de no poder cantar. Pero lo que me pasó en Córdoba es que llegué ya con un nudo en la garganta, porque había amapolas y eso me trajo el recuerdo de la infancia en Israel, donde estaba lleno de estas flores. También influyó que me di cuenta de que iba a cantar ese repertorio en el lugar donde nació ese repertorio. Para mejor, nosotros abrimos el festival y se espera que quien lo abre diga algunas palabras. Así que tuve que decir unas palabras pero fue decir «Buenas noches, Sefarad» (que quiere decir España en hebreo), y me corrió toda una cosa… ahí no pude hacer pecho frío. El primer tema lo canté más o menos porque la emoción era mucha.
Antes de despedirnos, ¿estás trabajando en algo nuevo?
Sí, en un proyecto que es bien diferente a este. Es solo bajo y voz. Así que de alguna manera este show va a marcar un momento de cambio. Este proyecto nuevo es con Fede Righi. Fede tiene una precisión rítmica increíble… él me ordena mucho y aprendo mucho con él. También confío mucho en él. Puedo adelantar que esta vez no voy a hacer un disco; el resultado va a ser un objeto pero no un disco.
Foto de portada: Ian Elizondo